El leopardo, o pantera, presenta frecuentes casos de melanismo, curiosamente nunca conocidos como leopardos negros, sino como panteras negras o, simplemente, panteras, fomentando la creencia de que se trata de dos especies diferentes, con diferentes nombres. Esto hace que se las confunda con los casos de melanismo de otras especies diferenciadas, como los jaguares, que también suelen presentar melanismo.
De hecho, basta constatarlo en el buscador de imágenes de google: pocos melanismos se cuelan en la búsqueda "leopardo", pero al buscar por "pantera" (verdadero sinónimo taxonómico) sólo aparecen ejemplares negros, indistintamente de jaguar o de leopardo.
Jaguar negro
-Visto y no visto. El poder de la sombra.
A la pantera negra, cuyo exceso de melanina, por cierto, no llega a ocultar la parte moteada de su pelaje, más oscura que el fondo, se le atribuye tradicionalmente una mayor fiereza, un talante más agresivo y peligroso. Es algo que constatamos en los textos de Brehm, modelo, por cierto, de estilo narrativo de divulgación zoológica, en los que cada descripción se suele constatar con relatos y anécdotas.
La causa de esta arbitraria preferencia estriba, a mi juicio, en la cercanía de la estampa de este animal al arquetipo más borroso y elemental de depredador, de peligro animal mortal. Su color negro oblitera su figura en la siempre temible oscuridad, e hipertrofia la percepción de su mirada, de sus ojos, y de sus fauces. Una sombra con dientes carniceros es el mejor candidato para encarnar a la bestia. La amenaza medida, observada en detalle, pierde su potencia atemorizadora, pero no es fácil medir una sombra móvil. A la luz del día, unos ojos que poco saben del color y de la profundidad de campo como los de un antílope, tendrán una sorpresa análoga ante un leopardo moteado, desdibujado contra el fondo, convertido en una súbita y letal presencia fantasmal.
No ver con claridad una amenaza, no poder medirla, cuantificarla, multiplica las espectativas, aumenta la sensación de peligro. Nuestra visión de un animal negro en la penumbra nos pone en estado de alerta extrema.
Los relatos, ya sean literarios o fílmicos, de terror, comienzan normalmente ocultando a la vista a la criatura asesina para alimentar el miedo, la desconfianza preñada de las peores espectativas. Si a esto añadimos una compleja trama cultural que asocia los gatos negros a súcubos demoníacos, no es fácil privar de talante diabólico a la pantera negra. El ocultamiento de la criatura asesina en "El triple asesinato de la calle Morgue", de E. A. Poe se basa en el mismo principio. Es una especie de síndrome de desinformación visual.
Pero no sólo lanzamos maldiciones sobre las imágenes de los animales. La cultura también bendice con dones la figura de cualquier animal por multitud de razones que varían mucho en sus formas y poco en su contenido. Nuestra actualidad está poblada de sus propios animales benditos, en su mayoría mártires del proteccionismo naturalista, como las ballenas, los osos panda, los delfines, o los Koalas.
Establecer comparaciones es algo inherente a nuestra propia animalidad perceptiva, pero también lo es alterar los datos para expresar distintos aspectos de nuestra propia posición en la naturaleza. Buffon dice que , al compararse con otros animales y a estos entre sí, el ser humano puede conocer todo lo que hay que saber respecto a sí mismo, porque "si no hubiera animales no tendríamos asidero para nuestra propia comprensión". Incluso si nos negásemos a razonar tal aseveración no podríamos evitar que nuestro "hardware" ancestral nos hiciese partícipes de sentimientos de empatía con los animales. Los "zoólogos" medievales buscaban en el estudio de los mamíferos indicios de su posible relación con la esencia natural humana.
Al fin y al cabo, aunque con frustrante limitación -por culpa de nuestra egocéntrica voracidad intelectual- no es imposible que establezcamos comunicación con los animales de forma inmediata, natural, en calidad de animales (lo cual implica, más que una cierta dosis de humildad, el olvidarnos de asuntos como la humildad o la vanidad).
Poseemos nuestras propias características animales pero preferimos asumirlas como rasgos extrazoológicos en vez de específicamente zoológicos humanos.. Todos los animales tenemos formas orgánicas, potencialidades motrices, gestos, actitudes, expresiones o estados de ánimo comunes en algún aspecto.
La Edad Media fomentó el mito del seductor aliento de la pantera que atrae a la víctima para ser consumida, asimilada, como el hálito de los sermones atraen a la conversión.
Lo que parece una pirueta intelectual no es sino el pálpito del sentimiento de seducción implícito en el acto de la depredación, en el inevitable parasitismo del comer para vivir o ser comido, actos de consumación vital análogos a la reproducción, mezclados con la mitología del sexo, del placer absoluto de la participación pasiva de un sistema superior que se encarga de todo.
Leopardo o pantera.
Jaguar (también llamado tigre, en áreas de América central y del Sur)
Guepardo real: en algunos puntos muy concretos de África, el aislamiento geográfico es causa de frecuente cosanguineidad entre diversos grupos de especies. Esto provoca la aparición de rasgos atávicos o atavismos, es decir, algo así como la reaparición de rasgos físicos de especies antepasadas. En el caso de los guepardos, un pelaje más espeso y unas pautas de color que nos recuerdan al dibujo de la piel de los ocelotes de Sudamérica producen una variedad o subespecie muy poco conocida pese a su llamativo aspecto e innegable belleza.
Guepardo o cheetah. Como curiosidad, en los libros de Edgar Rice Burroughs, Tarzán llama cheetah al leopardo. Su mono se llama Nikima, y se trata de un pequeño mono, no de un chimpancé, un simio, como en las películas interpretadas por Johnny Weissmuller, a quien traspasaron el nombre de Cheetah. Yendo más lejos, el hombre mono, en el pasaje en el que se autoafirma como rey de la selva, se autodenomina Tarzán, rey de los orangutanes. En realidad, en África no hay orangutanes, sino en el sur de Asia y en Borneo, pero la confusión entre gorilas, chimpancés, bonobos y orangutanes (simios, póngidos, todos ellos) sigue vigente hoy en día con mucha frecuencia.
En la enciclopedia Diderot-D'Alembert, vemos compartir la misma plancha de grabado a la pantera y al leopardo, como si de dos especies diferentes se tratase, la primera oriunda de Asia y la segunda de África. Hoy sabemos que se trata en ambos casos de la misma especie, pero ambos nombres son conocidos desde hace demasiado tiempo como para asimilarlos a un caso de sinonimia.
-Un único león verdadero y tres gatos con motas.
El ejemplo, ya clásico y un tanto manido, del rinoceronte, ilustra un tergiversación de la imagen de un animal a través de una ilustración gráfica concreta. El de la mantis constituye una tergiversación del significado, no del significante, pero ambas formas de distorsión son interdependientes. De hecho, lo son hasta tal extremo que incluso las variantes léxicas correspondientes a una misma especie animal multiplican su imagen, o en algunos casos la restringen.
Esto resulta muy claro en la comparación de las distintas denominaciones locales de una especie, que además puede presentar variantes raciales, incluso determinantes de la diferenciación de dos subespecies, que no siempre recurren a la complementación nominal.
Un león del Atlas se diferencia de la subespecie angoleña, pero la calidad leonina, por así decirlo, de ambas subespecies mantiene a ambos, básicamente, como leones. La subespecie angoleña es muy rara y escasa, y el zoo de Barcelona bien podría jactarse de ello en la rotulación de la instalación que acoge ejemplares de estos escasos leones (al fin y al cabo, el argumento de la escasez incrementa el valor económico, directo o indirecto, de cualquier especie animal) pero el sustantivo "León" admite muy pocas variantes en el imaginario popular (aunque, la verdad, ¿a quién si no al zoo corresponde la divulgación de tales matices?).
Si un jabalí ibérico presenta variantes muy notorias desde los bosques de Galicia hasta los catalanes, bien podría ser que alguien pensase que un xabarín no fuese básicamente el mismo animal que un porc senglar, en Cataluña.
En zonas del sur de Galicia, donde se respira ya la cercanía de Portugal, el xabarín era denominado hasta hace poco touro ronco, pero casos como el del jabalí, animal perfectamente reconocible para los que conocen su cercanía, no crean una multiplicación de especies.
Sí es más frecuente en el caso de especies piscícolas, incluso en localidades pesqueras cercanas que acaban repartiendo sus nomenclaturas entre las distintas variantes locales (siempre que las variantes muestren diferencias visualmente obvias -las diferencias de tamaño, por ejemplo, difícilmente generan este tipo de polisemia a no ser que sea muy evidente que los xurelos de tal zona son más pequeños que los chinchos de tal otra).
Pero no son estos casos los que más nos interesan, sino aquellos presentes en los medios de divulgación zoológica tanto como en la acepción popular. Creo que el ejemplo más claro de lo que tratamos de exponer lo encontramos en la especie Panthera Pardus, repartida en dos especies supuestamente distintas: el lepardo y la pantera.
En realidad, ambos términos son sinónimos y designan a la misma especie animal. Pero la generación de potentes espectativas por los distintos relatos acerca del animal, utilizando uno u otro nombre, nos indica no sólo la confusión por parte del lector, sino por parte del naturalista, que también ha sido y es lector, con los peligros que tal condición conlleva, como la acrítica aceptación de la información escrita, sobre todo si está impresa, dignificada de alguna manera por su mecanización.
La existencia de ambos sinónimos ha motivado la búsqueda y descripción de ambos animales por separado, e incluso la absurda presencia de "ambas especies" contrastadas en imágenes, como por ejemplo en la plancha nº IX de la "Histoire Naturelle" (volumen "Mamifères-oiseaux") de la enciclopedia Diderot et D'Alembert. Este error es constatable desde los escritos de algunos autores clásicos hasta la actualidad. En los bestiarios medievales ambos animales son descritos por separado, y de forma distinta, por lo que la imaginación de los ilustradores completaba tal efecto.
En el ejemplo de las ilustraciones de D'Alembert, no deja de sorprendernos la presencia de dos dibujos del grabador Bernard Fecit, en los que no apreciamos diferencias morfológicas mayores que las que habría entre dos ejemplares distintos de una misma especie, o entre dos dibujos distintos del mismo animal, y pese a lo absurdo que nos parece el constatarlo, a los naturalistas del siglo XVIII todavía les pesaba la tradición de una literatura "zoológica" lejana a la metodología científica en la que cada afirmación es comprobada empíricamente.
La única experiencia que se tenía del animal, en tiempos de los bestiarios era la descripción, oral o escrita, de un testigo directo, que difícilmente tendría tiempo de visitar tanto la India como el África, con lo que las descripciones, por separado, de ambas criaturas "homólogas" fueron acercándose cada vez más sin llegar a intimar tanto como para ser interpretadas como la misma.
En el caso Diderot et D'Alembert, se dice que a primer golpe de vista parecen de la misma especie, dado el gran parecido entre ambos animales, cuyas representaciones ocupan la misma página. A la pantera se la describe como más pequeña que un tigre pero un tanto mayor que el leopardo. ¿Cómo se ha constatado tal comparación?
Siguiendo la pista etimológica de ambas designaciones, parece ser que "pantera" habría dado nombre a la especie en Oriente, mientras que desde África llegaba noticia del "leopardo", descrito con múltiples coincidencias que fueron aflorando de la nebulosa de rasgos que componían la descripción del comportamiento animal.
No olvidemos que hablamos de un tipo de divulgación de conocimientos todavía preñada de connotaciones de la narrativa oral, en la que el rasgo más característico de la pantera, por ejemplo, era el irresistible aroma de su aliento, que atraería y adormecería a sus presas, y que le valdría para ser interpretada por los autores cristianos como un símbolo de Cristo, mientras el bestiario toscano lo generaliza a símbolo de predicador.
Ripa, en cambio, veía en esta característica de la pantera un parecido con el engaño y la libidinosidad. El origen de los atributos de la pantera tienen su origen en la tradición cultural hindú y pakistaní, filtrada a través de la cultura musulmana a la nuestra. Los distintos criterios de descripción han separado a las dos criaturas aunque sean la misma.
El artista grabador Bernard Fecit, seguramente copió dibujos realizados por otros artistas o por él mismo a partir de ejemplares disecados. Me temo que el leopardo traído de la India era mayor que el africano. En todo caso, no deja de ser llamativa esta persistencia de imágenes culturales y artísticas en la época de las enciclopedias, de textos ansiosos de rigor, que dan fé de la clara distinción entre onza (guepardo), jaguar y leopardo,...y pantera.
¿Cómo unos incipientes pero doctos taxónomos, observadores que diferencian un jaguar de un leopardo, no se dan cuenta también de la coicidencia con la pantera? Por persistencia de la imagen de un animal generada por la alianza de filosofía, literatura y arte plástico.
Están tan imbricadas, las imágenes, (pinturas y esculturas orientales, copias occidentales, grabados de bestiarios y tratados de animalia) con las palabras que las acompañan, cargadas de imágenes escondidas en nuestra propia animalidad, que describir un animal es desde el principio un expolio de los rasgos de todos los animales imaginables.
La persistencia de la diferenciación entre pantera y leopardo se mantiene hoy en día por culpa del exceso de melanina de algunos ejemplares, casi totalmente negros. Por un cúmulo difícilmente concretable de razones, la sonoridad del sintagma "pantera negra" ha dado lugar a considerar que los ejemplares hiperpigmentados son panteras, y los moteados leopardos propiamente dichos, y la vía a una todavía más eficaz confusión (así, al menos, ambas especies mostrarían un aspecto claramente diferenciable) queda abierta de nuevo.
En el apéndice que acompaña a este escrito ("El árbol de plástico", 'intrusismo de la imagen zoológica') hago referencia a la confusión nominal, verbal, con respecto a los animales que, así, inevitablemente, multiplican en la divulgación sus posibilidades taxonómicas.
El límite de lo fantástico roza a menudo lo científico. Las convenciones léxicas que denominan a los animales más allá de sus nombres científicos generan frecuentes confusiones que aúnan en una misma especie a animales tan dispares como el tigre, el leopardo o el jaguar a través de la confusión de convenciones léxicas de distintas culturas.
En latinoamérica, tigre y jaguar son sinónimos. Algo similar ocurre con "puma" y "león", tanto en el Sur como en el centro del continente. En el caso de la pantera y el leopardo ha costado muchísimo que se asuma generalizadamente, pero la diferencia es que un "león" puede ser un puma o un león. Un "tigre" puede ser un jaguar o un tigre asiático, pero un leopardo, o pantera, sólo puede ser una pantera, o, lo que es lo mismo, un leopardo.
Y no me lo confundan con el guepardo (sí, ese que corre tanto). Puede confundirse la imagen moteada y felina, pero no un rasgo de carácter. De hecho, por culpa del parecido razonable entre el velocísimo quepardo y el leopardo (el parecido nominal puede haber ayudado), el profeta Habacuc lo pone como modelo de animal veloz, confundiéndolo, probablemente, con la onza o guepardo (la velocidad máxima de un leopardo, unos 60 km/h, es superada, desde cero y en sólo un par de segundos, por el guepardo, que en velocidad punta ronda los 120 km/h -daremos cuenta del interesante tema de las cifras más adelante-).
Es un buen momento para recordar el ejemplo de "La fiera de mi niña", de Howard Hawks. Concédanme la autocita ("El árbol de plástico"): "...creo significativo mencionar que 'Baby', el leopardo domesticado que el hermano envía desde América del Sur a la protagonista del film, interpretada por una histriónica Katharine Hepburn, tendría, por fuerza, que ser un jaguar (no hay leopardos en Sudamérica).
Sin embargo, la confusión podría limitarse a ser meramente léxica, llamando leopardo a cualquier gatazo moteado (de hecho, el hermano es un personaje que ni siquiera aparece en escena; daría lo mismo que escribiese desde África o Asia), sin embargo, Baby, que vibra emocionado al oir al Mayor Applegate (imitando la llamada amorosa del animal, en supuesta actitud científica -la ciencia, como el arte, imita a la vida- tanto como al oir la melodía de "i can't get you anything but love"), no es un jaguar mal denominado. Lo que registra la cámara es un leopardo auténtico. Hawks filmó a un leopardo al que llamó leopardo, que venía de Sudamérica, donde no hay leopardos, pero sí jaguares, que, por lo visto,vienen a ser lo mismo. Hablamos del mismo Hawks que nos embelesó con el exquisito ambiente de safari en "Hatari" (colonialista, sí, reaccionario, sí, edulcorado...pero exquisito).
Es más rápido cambiar la fauna sudamericana con una mentirijilla y escamotear dos animales muy parecidos. El jaguar tiene una pauta gráfica, en su piel, de manchas más amplias y cuadrangulares; es más enjuto y robusto, y tiene la cabeza proporcionalmente mayor y más prominente en el hocico".
Lo que ratifica, según la concepción de especie más aceptada en la actualidad, la distinción entre jaguar y leopardo, es la nula o estéril descendencia entre un macho y una hembra de cada uno de los dos animales. Más adelante ya veremos que incluso este criterio se conmociona con las recientes investigaciones en biotopos en que coinciden poblaciones de leones indios y tigres, cuya descendencia híbrida (el tigón, que siempre se había considerado tan estéril como un mulo, por ejemplo) está resultando ser sorprendentemente fértil, desvelando una cercanía genética entre tigres y leones mayor de lo que hasta ahora se creía. Si esto es así ¿estamos asistiendo a la gestación de una incipiente subespecie de león? ¿o bien de tigre?. ¿O es que acaso la especie que en cierto momento paleontológico se bifurcó en las especies que darían lugar a los actuales tigres y leones se parecía a un tigón?.
Discúlpenme los biólogos. A veces no sé cuántas arriesgadas vueltas helicoidales puedo dar a mi discurso para que se me intuya. La ciencia, como la cultura popular, tiene sus propios problemas de precisión, de certeza. Ante los ojos del occidental, vienen a ser más o menos el mismo animal, como si hubiese dos variedades o subespecies: la africana y la sudamericana. Para explicarse basta mencionar a un leopardo (al fin y al cabo, los leopardos eran conocidos antes del descubrimiento del continente americano).
Al jaguar, en sus dominios, lo llaman tigre. Ignoro cómo viajó la palabra hasta las Américas, pero la designación de un gran felino amarillo con manchas tiene cierta coherencia, sobre todo si recordamos el sobrenombre de león para el puma, cuya coloración podría ser evidentemente equiparable a la del felino africano.
La palabra es escamoteable como la imagen, pero siempre a causa de la afectividad que la imagen representa. El leopardo era conocido desde más antiguo.
El jaguar se parece mucho al leopardo, pero goza de un "rango", en la selva amazónica, análogo al del tigre en la jungla monzónica, sin competencia depredadora. Incluso se da la coincidencia, en ambas especies, de sus frecuentes hábitos acuáticos, por lo que no es raro representarlos junto al agua o sumergidos en ella, cosa más improbable en el caso del leopardo, asociado a las ramas de los árboles, aunque es bien sabido que también el jaguar suele frecuentarlas.
De hecho, basta constatarlo en el buscador de imágenes de google: pocos melanismos se cuelan en la búsqueda "leopardo", pero al buscar por "pantera" (verdadero sinónimo taxonómico) sólo aparecen ejemplares negros, indistintamente de jaguar o de leopardo.
Jaguar negro
-Visto y no visto. El poder de la sombra.
A la pantera negra, cuyo exceso de melanina, por cierto, no llega a ocultar la parte moteada de su pelaje, más oscura que el fondo, se le atribuye tradicionalmente una mayor fiereza, un talante más agresivo y peligroso. Es algo que constatamos en los textos de Brehm, modelo, por cierto, de estilo narrativo de divulgación zoológica, en los que cada descripción se suele constatar con relatos y anécdotas.
La causa de esta arbitraria preferencia estriba, a mi juicio, en la cercanía de la estampa de este animal al arquetipo más borroso y elemental de depredador, de peligro animal mortal. Su color negro oblitera su figura en la siempre temible oscuridad, e hipertrofia la percepción de su mirada, de sus ojos, y de sus fauces. Una sombra con dientes carniceros es el mejor candidato para encarnar a la bestia. La amenaza medida, observada en detalle, pierde su potencia atemorizadora, pero no es fácil medir una sombra móvil. A la luz del día, unos ojos que poco saben del color y de la profundidad de campo como los de un antílope, tendrán una sorpresa análoga ante un leopardo moteado, desdibujado contra el fondo, convertido en una súbita y letal presencia fantasmal.
No ver con claridad una amenaza, no poder medirla, cuantificarla, multiplica las espectativas, aumenta la sensación de peligro. Nuestra visión de un animal negro en la penumbra nos pone en estado de alerta extrema.
Los relatos, ya sean literarios o fílmicos, de terror, comienzan normalmente ocultando a la vista a la criatura asesina para alimentar el miedo, la desconfianza preñada de las peores espectativas. Si a esto añadimos una compleja trama cultural que asocia los gatos negros a súcubos demoníacos, no es fácil privar de talante diabólico a la pantera negra. El ocultamiento de la criatura asesina en "El triple asesinato de la calle Morgue", de E. A. Poe se basa en el mismo principio. Es una especie de síndrome de desinformación visual.
Pero no sólo lanzamos maldiciones sobre las imágenes de los animales. La cultura también bendice con dones la figura de cualquier animal por multitud de razones que varían mucho en sus formas y poco en su contenido. Nuestra actualidad está poblada de sus propios animales benditos, en su mayoría mártires del proteccionismo naturalista, como las ballenas, los osos panda, los delfines, o los Koalas.
Establecer comparaciones es algo inherente a nuestra propia animalidad perceptiva, pero también lo es alterar los datos para expresar distintos aspectos de nuestra propia posición en la naturaleza. Buffon dice que , al compararse con otros animales y a estos entre sí, el ser humano puede conocer todo lo que hay que saber respecto a sí mismo, porque "si no hubiera animales no tendríamos asidero para nuestra propia comprensión". Incluso si nos negásemos a razonar tal aseveración no podríamos evitar que nuestro "hardware" ancestral nos hiciese partícipes de sentimientos de empatía con los animales. Los "zoólogos" medievales buscaban en el estudio de los mamíferos indicios de su posible relación con la esencia natural humana.
Al fin y al cabo, aunque con frustrante limitación -por culpa de nuestra egocéntrica voracidad intelectual- no es imposible que establezcamos comunicación con los animales de forma inmediata, natural, en calidad de animales (lo cual implica, más que una cierta dosis de humildad, el olvidarnos de asuntos como la humildad o la vanidad).
Poseemos nuestras propias características animales pero preferimos asumirlas como rasgos extrazoológicos en vez de específicamente zoológicos humanos.. Todos los animales tenemos formas orgánicas, potencialidades motrices, gestos, actitudes, expresiones o estados de ánimo comunes en algún aspecto.
La Edad Media fomentó el mito del seductor aliento de la pantera que atrae a la víctima para ser consumida, asimilada, como el hálito de los sermones atraen a la conversión.
Lo que parece una pirueta intelectual no es sino el pálpito del sentimiento de seducción implícito en el acto de la depredación, en el inevitable parasitismo del comer para vivir o ser comido, actos de consumación vital análogos a la reproducción, mezclados con la mitología del sexo, del placer absoluto de la participación pasiva de un sistema superior que se encarga de todo.
Leopardo o pantera.
Jaguar (también llamado tigre, en áreas de América central y del Sur)
Guepardo real: en algunos puntos muy concretos de África, el aislamiento geográfico es causa de frecuente cosanguineidad entre diversos grupos de especies. Esto provoca la aparición de rasgos atávicos o atavismos, es decir, algo así como la reaparición de rasgos físicos de especies antepasadas. En el caso de los guepardos, un pelaje más espeso y unas pautas de color que nos recuerdan al dibujo de la piel de los ocelotes de Sudamérica producen una variedad o subespecie muy poco conocida pese a su llamativo aspecto e innegable belleza.
Guepardo o cheetah. Como curiosidad, en los libros de Edgar Rice Burroughs, Tarzán llama cheetah al leopardo. Su mono se llama Nikima, y se trata de un pequeño mono, no de un chimpancé, un simio, como en las películas interpretadas por Johnny Weissmuller, a quien traspasaron el nombre de Cheetah. Yendo más lejos, el hombre mono, en el pasaje en el que se autoafirma como rey de la selva, se autodenomina Tarzán, rey de los orangutanes. En realidad, en África no hay orangutanes, sino en el sur de Asia y en Borneo, pero la confusión entre gorilas, chimpancés, bonobos y orangutanes (simios, póngidos, todos ellos) sigue vigente hoy en día con mucha frecuencia.
En la enciclopedia Diderot-D'Alembert, vemos compartir la misma plancha de grabado a la pantera y al leopardo, como si de dos especies diferentes se tratase, la primera oriunda de Asia y la segunda de África. Hoy sabemos que se trata en ambos casos de la misma especie, pero ambos nombres son conocidos desde hace demasiado tiempo como para asimilarlos a un caso de sinonimia.
-Un único león verdadero y tres gatos con motas.
El ejemplo, ya clásico y un tanto manido, del rinoceronte, ilustra un tergiversación de la imagen de un animal a través de una ilustración gráfica concreta. El de la mantis constituye una tergiversación del significado, no del significante, pero ambas formas de distorsión son interdependientes. De hecho, lo son hasta tal extremo que incluso las variantes léxicas correspondientes a una misma especie animal multiplican su imagen, o en algunos casos la restringen.
Esto resulta muy claro en la comparación de las distintas denominaciones locales de una especie, que además puede presentar variantes raciales, incluso determinantes de la diferenciación de dos subespecies, que no siempre recurren a la complementación nominal.
Un león del Atlas se diferencia de la subespecie angoleña, pero la calidad leonina, por así decirlo, de ambas subespecies mantiene a ambos, básicamente, como leones. La subespecie angoleña es muy rara y escasa, y el zoo de Barcelona bien podría jactarse de ello en la rotulación de la instalación que acoge ejemplares de estos escasos leones (al fin y al cabo, el argumento de la escasez incrementa el valor económico, directo o indirecto, de cualquier especie animal) pero el sustantivo "León" admite muy pocas variantes en el imaginario popular (aunque, la verdad, ¿a quién si no al zoo corresponde la divulgación de tales matices?).
Si un jabalí ibérico presenta variantes muy notorias desde los bosques de Galicia hasta los catalanes, bien podría ser que alguien pensase que un xabarín no fuese básicamente el mismo animal que un porc senglar, en Cataluña.
En zonas del sur de Galicia, donde se respira ya la cercanía de Portugal, el xabarín era denominado hasta hace poco touro ronco, pero casos como el del jabalí, animal perfectamente reconocible para los que conocen su cercanía, no crean una multiplicación de especies.
Sí es más frecuente en el caso de especies piscícolas, incluso en localidades pesqueras cercanas que acaban repartiendo sus nomenclaturas entre las distintas variantes locales (siempre que las variantes muestren diferencias visualmente obvias -las diferencias de tamaño, por ejemplo, difícilmente generan este tipo de polisemia a no ser que sea muy evidente que los xurelos de tal zona son más pequeños que los chinchos de tal otra).
Pero no son estos casos los que más nos interesan, sino aquellos presentes en los medios de divulgación zoológica tanto como en la acepción popular. Creo que el ejemplo más claro de lo que tratamos de exponer lo encontramos en la especie Panthera Pardus, repartida en dos especies supuestamente distintas: el lepardo y la pantera.
En realidad, ambos términos son sinónimos y designan a la misma especie animal. Pero la generación de potentes espectativas por los distintos relatos acerca del animal, utilizando uno u otro nombre, nos indica no sólo la confusión por parte del lector, sino por parte del naturalista, que también ha sido y es lector, con los peligros que tal condición conlleva, como la acrítica aceptación de la información escrita, sobre todo si está impresa, dignificada de alguna manera por su mecanización.
La existencia de ambos sinónimos ha motivado la búsqueda y descripción de ambos animales por separado, e incluso la absurda presencia de "ambas especies" contrastadas en imágenes, como por ejemplo en la plancha nº IX de la "Histoire Naturelle" (volumen "Mamifères-oiseaux") de la enciclopedia Diderot et D'Alembert. Este error es constatable desde los escritos de algunos autores clásicos hasta la actualidad. En los bestiarios medievales ambos animales son descritos por separado, y de forma distinta, por lo que la imaginación de los ilustradores completaba tal efecto.
En el ejemplo de las ilustraciones de D'Alembert, no deja de sorprendernos la presencia de dos dibujos del grabador Bernard Fecit, en los que no apreciamos diferencias morfológicas mayores que las que habría entre dos ejemplares distintos de una misma especie, o entre dos dibujos distintos del mismo animal, y pese a lo absurdo que nos parece el constatarlo, a los naturalistas del siglo XVIII todavía les pesaba la tradición de una literatura "zoológica" lejana a la metodología científica en la que cada afirmación es comprobada empíricamente.
La única experiencia que se tenía del animal, en tiempos de los bestiarios era la descripción, oral o escrita, de un testigo directo, que difícilmente tendría tiempo de visitar tanto la India como el África, con lo que las descripciones, por separado, de ambas criaturas "homólogas" fueron acercándose cada vez más sin llegar a intimar tanto como para ser interpretadas como la misma.
En el caso Diderot et D'Alembert, se dice que a primer golpe de vista parecen de la misma especie, dado el gran parecido entre ambos animales, cuyas representaciones ocupan la misma página. A la pantera se la describe como más pequeña que un tigre pero un tanto mayor que el leopardo. ¿Cómo se ha constatado tal comparación?
Siguiendo la pista etimológica de ambas designaciones, parece ser que "pantera" habría dado nombre a la especie en Oriente, mientras que desde África llegaba noticia del "leopardo", descrito con múltiples coincidencias que fueron aflorando de la nebulosa de rasgos que componían la descripción del comportamiento animal.
No olvidemos que hablamos de un tipo de divulgación de conocimientos todavía preñada de connotaciones de la narrativa oral, en la que el rasgo más característico de la pantera, por ejemplo, era el irresistible aroma de su aliento, que atraería y adormecería a sus presas, y que le valdría para ser interpretada por los autores cristianos como un símbolo de Cristo, mientras el bestiario toscano lo generaliza a símbolo de predicador.
Ripa, en cambio, veía en esta característica de la pantera un parecido con el engaño y la libidinosidad. El origen de los atributos de la pantera tienen su origen en la tradición cultural hindú y pakistaní, filtrada a través de la cultura musulmana a la nuestra. Los distintos criterios de descripción han separado a las dos criaturas aunque sean la misma.
El artista grabador Bernard Fecit, seguramente copió dibujos realizados por otros artistas o por él mismo a partir de ejemplares disecados. Me temo que el leopardo traído de la India era mayor que el africano. En todo caso, no deja de ser llamativa esta persistencia de imágenes culturales y artísticas en la época de las enciclopedias, de textos ansiosos de rigor, que dan fé de la clara distinción entre onza (guepardo), jaguar y leopardo,...y pantera.
¿Cómo unos incipientes pero doctos taxónomos, observadores que diferencian un jaguar de un leopardo, no se dan cuenta también de la coicidencia con la pantera? Por persistencia de la imagen de un animal generada por la alianza de filosofía, literatura y arte plástico.
Están tan imbricadas, las imágenes, (pinturas y esculturas orientales, copias occidentales, grabados de bestiarios y tratados de animalia) con las palabras que las acompañan, cargadas de imágenes escondidas en nuestra propia animalidad, que describir un animal es desde el principio un expolio de los rasgos de todos los animales imaginables.
La persistencia de la diferenciación entre pantera y leopardo se mantiene hoy en día por culpa del exceso de melanina de algunos ejemplares, casi totalmente negros. Por un cúmulo difícilmente concretable de razones, la sonoridad del sintagma "pantera negra" ha dado lugar a considerar que los ejemplares hiperpigmentados son panteras, y los moteados leopardos propiamente dichos, y la vía a una todavía más eficaz confusión (así, al menos, ambas especies mostrarían un aspecto claramente diferenciable) queda abierta de nuevo.
En el apéndice que acompaña a este escrito ("El árbol de plástico", 'intrusismo de la imagen zoológica') hago referencia a la confusión nominal, verbal, con respecto a los animales que, así, inevitablemente, multiplican en la divulgación sus posibilidades taxonómicas.
El límite de lo fantástico roza a menudo lo científico. Las convenciones léxicas que denominan a los animales más allá de sus nombres científicos generan frecuentes confusiones que aúnan en una misma especie a animales tan dispares como el tigre, el leopardo o el jaguar a través de la confusión de convenciones léxicas de distintas culturas.
En latinoamérica, tigre y jaguar son sinónimos. Algo similar ocurre con "puma" y "león", tanto en el Sur como en el centro del continente. En el caso de la pantera y el leopardo ha costado muchísimo que se asuma generalizadamente, pero la diferencia es que un "león" puede ser un puma o un león. Un "tigre" puede ser un jaguar o un tigre asiático, pero un leopardo, o pantera, sólo puede ser una pantera, o, lo que es lo mismo, un leopardo.
Y no me lo confundan con el guepardo (sí, ese que corre tanto). Puede confundirse la imagen moteada y felina, pero no un rasgo de carácter. De hecho, por culpa del parecido razonable entre el velocísimo quepardo y el leopardo (el parecido nominal puede haber ayudado), el profeta Habacuc lo pone como modelo de animal veloz, confundiéndolo, probablemente, con la onza o guepardo (la velocidad máxima de un leopardo, unos 60 km/h, es superada, desde cero y en sólo un par de segundos, por el guepardo, que en velocidad punta ronda los 120 km/h -daremos cuenta del interesante tema de las cifras más adelante-).
Es un buen momento para recordar el ejemplo de "La fiera de mi niña", de Howard Hawks. Concédanme la autocita ("El árbol de plástico"): "...creo significativo mencionar que 'Baby', el leopardo domesticado que el hermano envía desde América del Sur a la protagonista del film, interpretada por una histriónica Katharine Hepburn, tendría, por fuerza, que ser un jaguar (no hay leopardos en Sudamérica).
Sin embargo, la confusión podría limitarse a ser meramente léxica, llamando leopardo a cualquier gatazo moteado (de hecho, el hermano es un personaje que ni siquiera aparece en escena; daría lo mismo que escribiese desde África o Asia), sin embargo, Baby, que vibra emocionado al oir al Mayor Applegate (imitando la llamada amorosa del animal, en supuesta actitud científica -la ciencia, como el arte, imita a la vida- tanto como al oir la melodía de "i can't get you anything but love"), no es un jaguar mal denominado. Lo que registra la cámara es un leopardo auténtico. Hawks filmó a un leopardo al que llamó leopardo, que venía de Sudamérica, donde no hay leopardos, pero sí jaguares, que, por lo visto,vienen a ser lo mismo. Hablamos del mismo Hawks que nos embelesó con el exquisito ambiente de safari en "Hatari" (colonialista, sí, reaccionario, sí, edulcorado...pero exquisito).
Es más rápido cambiar la fauna sudamericana con una mentirijilla y escamotear dos animales muy parecidos. El jaguar tiene una pauta gráfica, en su piel, de manchas más amplias y cuadrangulares; es más enjuto y robusto, y tiene la cabeza proporcionalmente mayor y más prominente en el hocico".
Lo que ratifica, según la concepción de especie más aceptada en la actualidad, la distinción entre jaguar y leopardo, es la nula o estéril descendencia entre un macho y una hembra de cada uno de los dos animales. Más adelante ya veremos que incluso este criterio se conmociona con las recientes investigaciones en biotopos en que coinciden poblaciones de leones indios y tigres, cuya descendencia híbrida (el tigón, que siempre se había considerado tan estéril como un mulo, por ejemplo) está resultando ser sorprendentemente fértil, desvelando una cercanía genética entre tigres y leones mayor de lo que hasta ahora se creía. Si esto es así ¿estamos asistiendo a la gestación de una incipiente subespecie de león? ¿o bien de tigre?. ¿O es que acaso la especie que en cierto momento paleontológico se bifurcó en las especies que darían lugar a los actuales tigres y leones se parecía a un tigón?.
Discúlpenme los biólogos. A veces no sé cuántas arriesgadas vueltas helicoidales puedo dar a mi discurso para que se me intuya. La ciencia, como la cultura popular, tiene sus propios problemas de precisión, de certeza. Ante los ojos del occidental, vienen a ser más o menos el mismo animal, como si hubiese dos variedades o subespecies: la africana y la sudamericana. Para explicarse basta mencionar a un leopardo (al fin y al cabo, los leopardos eran conocidos antes del descubrimiento del continente americano).
Al jaguar, en sus dominios, lo llaman tigre. Ignoro cómo viajó la palabra hasta las Américas, pero la designación de un gran felino amarillo con manchas tiene cierta coherencia, sobre todo si recordamos el sobrenombre de león para el puma, cuya coloración podría ser evidentemente equiparable a la del felino africano.
La palabra es escamoteable como la imagen, pero siempre a causa de la afectividad que la imagen representa. El leopardo era conocido desde más antiguo.
El jaguar se parece mucho al leopardo, pero goza de un "rango", en la selva amazónica, análogo al del tigre en la jungla monzónica, sin competencia depredadora. Incluso se da la coincidencia, en ambas especies, de sus frecuentes hábitos acuáticos, por lo que no es raro representarlos junto al agua o sumergidos en ella, cosa más improbable en el caso del leopardo, asociado a las ramas de los árboles, aunque es bien sabido que también el jaguar suele frecuentarlas.
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