LA ANTIGÜEDAD:
ORÍGENES DE LA 'HISTORIA NATURAL', SU DIVULGACIÓN Y EL ARTE.
a)De Aristóteles a Plinio el Viejo.
De la escasa pero fundamental obra que conservamos de Aristóteles, 19 trabajos versan sobre el mundo animal, y en 10 de ellas se describen 454 animales distintos.
Huelga decir que la "Historia de los animales" de Aristóteles era, como es natural, muy imperfecta, y estaba plagada de errores, pero el mero hecho de escribirla es el mayor mérito del griego. En ella, además de la descripción de animales, figuraban observaciones sobre algunos de ellos, se intentaba hacer una clasificación del reino animal, e incluso se extraían ciertas conclusiones y síntesis.
Se trata de la primera obra científica de zoología conservada hasta nuestra época, en la que el autor utilizó no sólo sus observaciones, sino también una serie de hechos verificados con anterioridad.
Está claro que no podemos saber con certeza en qué otras obras podría haberse inspirado Aristóteles. Había algunas que, entre otros temas, tenían pasajes dedicados a la vida animal, de una u otra forma. Algunas, muy antiguas, divulgaban ya conocimientos bastante certeros sobre hechos biológicos concretos, como el "Papiro de Ebers", antiguo manuscrito egipcio en el que se dice que la rana surge de la metamorfosis del renacuajo. En este caso, parece improbable que Aristóteles tuviera noticia alguna, o le diera crédito, dado que él mismo no presta demasiada atención a las ranas, como no sea para referirse a ella como ejemplo de autogénesis.
Sí parece más que probable que conociese obras de predecesores griegos, como los estudios de Anatomía de Hipócrates, o los intentos de relación de los cambios en el mundo animal de Platón.
Empédocles, por ejemplo, ya abía hecho afirmaciones tan interesantes y avanzadas como que las escamas de los peces, las plumas de las aves y el pelo de las fieras eran formaciones similares.
Pero lo que imprime una cierta calidad a la obra de Aristóteles es su privilegiada posición social, y los inmejorables recursos de que podía disponer en aquella época. Podía confiar en sí mismo y en su propio criterio para describir animales raros, lejanos o poco conocidos, porque contaba con la colaboración de personajes influyentes que se los facilitaban.
Imagínense que, en aquella época, son ustedes amigos personales de Alejandro Magno, ni más ni menos, y éste, por si fuera poco, se siente de lo más obligado y agradecido por lo mucho aprendido de ustedes. Es posible que ningún científico anterior a Aristóteles, ni nadie de sus contemporáneos, tuviese la posibilidad de recibir, con bastante regularidad, animales y plantas de países lejanos, enviados por Alejandro durante sus campañas bélicas en Persia, Asia Central y la India.
La vida de Aristóteles transcurrió durante un tiempo de profundos cambios en la Grecia antigua. Atenas había perdido el brillo de su glorioso pasado marítimo, y a la república Ateniense sucedió la monarquía macedónica.
Macedonia, región montañosa del noroeste de Grecia, más pobre y menos desarrollada que las demás, supo, no obstante, aprovechar las tensiones y luchas internas para imponerse en todas ellas. Filipo II, al lograrlo, inició de pronto un adelanto económico que transformó a Grecia, enriqueciéndola, en estado comercial, superando el estadio agrícola y ganadero. El único obstáculo a esta expansión es el dominio Persa del mar Egeo.
Alejandro, hijo de Filipo II, tras aniquilar a su rival, fundó la gran potencia macedónica, que se extendía hasta la India y Afganistán, por el este, y hasta Sicilia, por el oeste. Muchos historiadores apuntan a la posible influencia de Aristóteles en Alejandro, como motor de la arrolladora personalidad del hombre de estado.
Es posible conjeturar que el talante del niño Alejandro fuese siempre impetuoso, y amante de la lucha y las artes militares entre las que creció, pero parece seguro que su padre esperaba, del futuro dueño de Grecia, no sólo un talento militar, sino un hombre instruído, una inteligencia política, y no cabe duda de que procuró que tuviese el mejor maestro.
Por aquel entonces, el joven Aristóteles había dejado su Estagira natal, y debía rondar los dieciocho años cuando llegó a Atenas, para ingresar en la Academia de Platón. En pocos años, su nombre era conocido en toda Grecia, por lo que el rey de Macedonia invitó a tan celebrado sabio a ser preceptor de su hijo, y una de las consecuencias de esta decisión fue el intrés que Aristóteles despertó en el joven por las ciencias, por lo que, sin lugar a dudas, Alejandro debió de ser una de las personas más instruídas de su época.
Es sabido que, agradecido por el recuerdo de las jugosas conversaciones con su maestro, le enviaba frecuentes regalos, especialmente plantas o animales que no existían en Grecia.
Aristóteles recibía estos regalos y los estudiaba, describía y documentaba, y lo cierto es que dedicaba más descripciones y estudios a animales extraños a su entorno que a los más frecuentes en los lugares que él conoció. Parece que, a la fauna griega, Aristóteles no le prestaba mucha atención, y esto puede ser la primera manifestación evidente de un síndrome generalizado, que convierte en más atractivos y fascinantes los animales que remiten a tierras distintas y lejanas que a los de la propia.
Pese a ello, Aristóteles no dudó en redactar lo que actualmente se considera el primer sistema zoológico.
De lo que Aristóteles podía observar, de común o de diferente, en los animales, deducía separaciones en el mundo animal. Éstas no podrían ser consideradas acertadas, desde la perspectiva actual, pero, por aquel entonces, constituían las anotaciones del más agudo observador, y por ello muchos de los errores que colaboró a perpetuar tuvieron una gran trascendencia en otros autores.
Por citar un ejemplo, Aristóteles dividió los animales en dos grupos, atendiendo a los que tenían sangre y los que, en su lugar, tenían "algo análogo". Según el sabio, los animales con sangre tienen espinazo, y los sin sangre no, como tampoco tienen corazón o arterias, puesto que, al no tener sangre, no los necesitan, y veía en el pulpo un ejemplo de ello.
A nadie sorprenden ya estos errores, pero nunca debería dejar de sorprendernos la gran cantidad de aciertos, o informaciones todavía vigentes, que contiene la "Historia de los animales" aristotélica.
Describió al guepardo con bastante precisión, al igual que el camello y algunas especies de monos. Pese a ignorar la metamorfosis de la rana, conocía bastante bien, ya completa, ya incompleta, la de muchos insectos. Sabía que el zángano nace de huevos no fecundados, y no se limitó a listar y describir los animales, sino que los estructuró en tres grupos: cuadrúpedos vivíparos (mamíferos), aves y gusanos, entre los que incluyó a los demás animales terrestres.
También dividió en grupos a los habitantes de los mares, haciendo ya una distinción particular para delfines y ballenas. Consideró que la sangre caliente, la respiración pulmonar, y el parto de crías vivas, eran síntomas más importantes que el biotopo. Con esto, Aristóteles se adelantó en dos milenios a su tiempo, y seguiría transcurriendo mucho tiempo en que los hombres de ciencia persistirían, no obstante, en incluir a las ballenas en el mismo gupo que los peces.
Tampoco se le escapó la distinción entre peces óseos y cartilaginosos. A la vista del pálpito, crecimiento, multiplicación, del mundo circundante, procuró clasificar todo lo vivo en cuatro reinos : el animado, que sólo existe; el vegetal, que existe y se multiplica; el animal, que existe, se multiplica y se mueve; y, por último, el del hombre, que, además, piensa.
Aristóteles deseaba que el número de hombres de ciencia, o con cierta información científica, aumentase, lo que le llevó a fundar El Liceo, que dirigió durante doce años, pero pocos lo valoraron a la muerte de Alejandro Magno, y, amenazado de muerte por su cercanía al antiguo monarca, hubo de huir, sobreviviendo sólo un año al destierro, pero la primera piedra de la zoología como ciencia ya estaba arrojada, y su máxima autoridad en el campo se vio inquebrantable a lo largo de dos milenios, durante los cuales la zoología se limitó a guiarse por la obra aristotélica y complementarla, comentarla y divulgarla.
La calidad y la relevancia de algunas de estas revisiones de la zoología de Aristóteles, les ha merecido un lugar de privilegio en la historia de la divulgación científica. Seguramente, el más destacado de los prolongadores de la zoología aristotélica fue Plinio el Viejo (23-79, s.I de nuestra era), un rico y notable romano que, entre muchas obras, escribió una Historia Natural en 37 tomos, que él mismo, al parecer, consideraba el más importante de sus estudios.
La importancia de Plinio el Viejo radica, a mi modo de ver, precisamente en no ser un científico, sino un hombre curioso y un divulgador, personaje que encarna el éxito de la divulgación científica como actividad cultural y, ¿porqué no? como negocio, sea por un beneficio de prestigio social o, directamente, económico, y, desde luego, la constatación de que la curiosidad intelectual y los medios económicos siempre han sido el caldo de cultivo ideal para los avances divulgativos de la zoología.
Plinio era un alto funcionario imperial, y como tal había viajado y visto mucho, y de todo tomaba buena nota en sus escritos, pero su principal fuente eran las obras de otros autores. Su lista de libros ha llegado hasta nuestros días, y demuestra que por sus manos pasaron más de dos mil obras de minaralogía, física, medicina, técnica, anatomía, etnografía, astronomía...de suerte que su "Historia Natural" dedica varios libros a cada una de estas materias. Cuatro tomos tratan de zoología.
Plinio el Viejo, a diferencia de Aristóteles, no buscaba hechos que confirmasen suposición o conclusión alguna, a través del estudio de hechos que apuntasen hacia posibles leyes generales. No intentó sistematizar los datos que obtenía.
No se mostró crítico ante los juicios de sus fuentes. Incluyó cuantas fábulas, anécdotas y patrañas pudo recopilar. Escribió que los embriones se mezclan entre ellos mismos, dando lugar a animales diversos; los embriones caen del cielo y sólo pueden reproducirse si no se los comen antes los animales. Entre estos, Plinio cita indistintamente a los verdaderos y a los imaginarios, como aves de dos corazones u hormigas gigantes.
También llegó a afirmar que la carne de oso crece tras haber sido cocida, y fenómenos similares, con lo que Plinio comenzó a sentar uno de los principios de la divulgación zoológica: no seleccionar los hechos con otro criterio que la búsqueda de prodigios, de los que quería ofrecer el mayor número posible, por lo que seguramente leía mucho y es fácil imaginarlo dictando a sus escribientes o recopilando datos en cualquier momento libre.
Plinio fué un pionero del espíritu documentalista que hoy reconocemos en sociedades divulgativas como National Geographic. Era capaz de presentarse con un equipo de transcriptores y una nave imperial a tomar nota de la erupción del Vesubio.
Así lo hizo el 22 de Agosto del año 79, cuando llegó a la armada romana varada cerca de Nápoles, inspeccionar el origen de las nubes de polvo y humo que provenían del monte.
Al recibir la noticia sobre la difícil situación de los habitantes de Herculano y Pompeya, la flota partió en su ayuda, y Plinio se presentó, como un reportero gráfico de hoy en día, a tomar nota de los acontecimietos.
Parece ser que, hacia el crepúsculo, el volcán se apaciguó y Plinio el Viejo bajó a inspeccionar la costa, pero una nueva erupción le impidió ver publicadas sus obras.
Lo haría por él su sobrino, Plinio el Joven, y durante casi un milenio y medio, los libros de Plinio el Viejo, incluso plagados de fantasías y errores, gozaron de gran aceptación y vigencia, y nos transmitieron interesantes hechos auténticos, como una especie de gran enciclopedia del pasado y de los conocimientos sobre la naturaleza del pasado. Una enciclopedia en la que se instruyeron centenares de naturalistas y que despertó en gran medida la curiosidad de los hombres por la observación e investigación de los animales.
Si Aristóteles puede ser considerado el primer zoólogo, entonces Plinio representa al primer gran divulgador, documentalista, precursor de los modernos diseñadores de parques temáticos, zoológicos y realizadores de cine y televisión documental. Después de él, la divulgación de conocimientos zoológicos, entraría en un curioso período especulativo que sólo siglos después encontraría cierta renovación en la obra de Konrad Gesner.
b) De Plinio a Gesner.
Del mundo animal de la antigüedad clásica
al mundo animal de la edad media.
Alejandría, la ciudad fundada por Alejandro Magno, se convirtió durante un tiempo glorioso, en la capital cultural y científica de la antigüedad. Allí vivieron, trabajaron o viajaron con asiduidad Arquímedes, Ptolomeo, Euclides o Aristarco. Allí podían acceder a la famosa Academia de Alejandría, que, ya por aquel entonces, acogía un observatorio astronómico, un anfiteatro anatómico, un jardín botánico y un parque zoológico.
La ciencia conocía uno de sus momentos de desarrollo más prometedores, y fue entonces cuando la iglesia católica emprendió una terrible ofensiva contra ese mundo de los científicos, las bibliotecas, o los sospechosos de alfabetismo.
El templo al dios Egipcio Serapis albergaba la mitad de la más grande biblioteca del mundo, y allí se encaminaron los furibundos fanáticos instigados por el patriarca Teófilo. La imagen de los animales pasó a representar tanto un recordatorio de curiosidad científica como de antiguos cultos paganos. El mundo experimentó una temerosa conmoción, que se traduciría en una época de fundamentalismo religioso y teocracia delegada en los ministros del señor.
Vinieron tiempos de quemas. Se empezó por la biblioteca de Alejandría, pero los siglos venideros conocerían más quemas de libros, de "brujas", de "herejes", de los que ponían en duda la doctrina de la iglesia, dedicando su tiempo a intentar descifrar los enigmas de la física, que, junto con la astronomía, la química y la filosofía, desaparecieron de los motores culturales y políticos, para ceder su lugar a la magia, la alquimia, la astrología y la teología. No corrían tiempos para poner en tela de juicio la tarea del Divino Creador.
Pero no era tan sencillo acallar las importantes voces del pasado, más llamativas cuanto más reprimidas, y era conveniente convertir la autoridad de Aristóteles, o de Plinio, en cómplice de los preceptos católicos, puesto que sus obras ya no podían destruirse. Nos encontramos, pues en un momento de incertidumbre sobre el recuento de copias manuscritas de estas obras, que podemos considerar de 'masiva' aceptación. Era más fácil unirse a ellos que ir contra ellos, y, así pues, la iglesia emprendió la tarea de redactar las obras de los sabios del pasado, sin amilanarse a la hora de cortar o añadir pasajes, y una de sus más elaboradas tareas fue precisamente la de crear su propia "Historia de los animales", que satisfacía todas las espectativas de la iglesia católica del momento.
Esta Historia apareció en el s. II, y fue corregida y transcrita, reiteradamente, y traducida a diversos idiomas, con el título de "Fisiologus", palabra ('el fisiólogo') que ya encontrábamos en la obra de Aristóteles, para designar al hombre que investiga la naturaleza y procura penetrar en la esencia de cosas y fenómenos, lo cual estaba lejos de caracterizar a este libro, a pesar de transcribir múltiples fragmentos de la obra aristotélica, porque, al fin y al cabo, para la iglesia no era adecuado el hecho de no aceptar las cosas tal cual son, según obra y designio divinos.
Así pues, los antiguos textos de tema zoológico, pasaron a ilustrar, como ya hemos comentado anteriormente, las obras y capacidades del creador, en los comportamientos y características de los animales, espejos de las múltiples imágenes de Dios, o, para ser más precisos, de sus actos. Al referirse, por ejemplo , al hecho dado por cierto de que la pantera duerme tres días después de cazar, el libro dejaba clara la semejanza con Nuestro Señor, quien, igualmente, resucitó al tercer día.
Muchos de estos transcriptores, en gran medida autores, de las sucesivas versiones de "El Fisiólogo", se mantenían en el anonimato, pero, a medida que la publicación del libro adquiría mayor 'solera' entre las actividades eclesiásticas, bastantes libros inspirados en Fisiologus lucían el nombre de sus ilustres escritores, como es el caso de "Speculum", ejemplo de libro ajustado a la 'normativa cristiana' vigente, del monje Vincent de Beauvais.
Lo mismo sucede con la obra de Alberto Magno, "doctor universal, excelso en magia, más grandioso en filosofía, y supremo en teología". Nadie puede dudar hoy en día de las dotes de comunicador de este personaje. Sus clases en la Universidad de París, al parecer, eran tan concurridas, que las aulas eran insuficientes para su curioso auditorio, y las impartía en la plaza Maubert, al aire libre, convirtiéndolas en un especie de acto público, por lo tanto lejos de toda sospecha e incluso ejemplar.
El origen divino de las cosas parecía el único mensaje de sus oratorias y escritos, pero lo que mantenía la atención de sus oyentes y lectores, a juzgar por el éxito de los libros de zoología, era la curiosidad suscitada por los animales y sus peculiaridades, del mismo modo que hoy se invoca a contenidos ideológicos en los documentales para televisión. En este sentido, podríamos decir que el origen de todos los Gerald Durrel, Sir David Attemborough, Jaques Cousteau o Rodríguez de la Fuente, podríamos señalarlo en estas clases al aire libre de Alberto Magno, el primero en sacar a la calle la divulgación zoológica hablada.
Amparándose en su crecida autoridad, su credibilidad, se permitió, incluso, procurarse ciertos méritos ante la ciencia, no por sus afirmaciones, sino más bien a través de ciertas negaciones, pues fue de los pocos en dudar de los "milagros" descritos en los libros, lo cual no dejaba de ser una vacuna contra posibles brotes de gratuíta blasfemia o herejía, y pone en evidencia la astuta visión del estado de las cosas de este gran comunicador.
El desarrollo de la navegación trajo consigo el descubrimiento de otras tierras, de las que iban llegando noticias al viejo continente. Se comenzaba a gestar el contexto histórico al que ya nos referimos en relación a Swift: la cultura adquiere el hábito de proyectar todas sus fantasías, temores y anhelos, sobre la narración de acontecimientos y hechos sorprendentes en las tierras ignotas, diferentes, demasiado lejanas como para exigir una constatación de tales hachos.
Las ilustraciones de los libros, en un principio ornamentales, comienzan a adquirir un cierto nivel de exactitud relativa, es decir: una vez habituada la sociedad a reconocer figuras en dibujos y grabados, sabía apreciar la mayor o menor exactitud de dichas figuras, al compararlas con los animales conocidos, que también sirven mutuamente como referencia comparativa entre sí.
Las figuras de animales conocidos, más fieles a la realidad, no hacían sino aumentar los visos de verosimilitud de las demás ilustraciones, y las fantasías sobre tierras lejanas eran el mejor terreno para la especulación, confundida con los relatos reales de viajes, de por sí, a menudo, contaminados por el deseo de contar algo extraordinario.
Y así aparecen más libros plagados de milagros, este es el ámbito principal de los estudios de Lucien Boia ("Entre el ángel y la bestia"-ver bibliogr.-) a los que ya hemos hecho referencia. El imaginario popular se amplió en la dirección de los seres que habitaban aquellas tierras lejanas y desconocidas. La navegación había posibilitado el fomento de una certidumbre sobre la existencia de mundos diferentes, aunque a menudo se llegaba a especular sobre leyes naturales diferenciadas para estos nuevos mundos.
Tener algo que contar, a la vuelta de un largo viaje, bien podía convertirse en un éxito editorial de la época (tengamos en cuenta que la popularización de la imprenta haría del libro un nuevo tipo de objeto múltiple, replicado, que extendería mucho más la aceptación de este tipo de descripciones y relatos sobre otros seres vivos diferentes, entremezclando animales y humanos diferentes con una frontera muy difusa entre animalidad y humanidad.
El inglés John Mandeville, en 1327, se embarcaría en un viaje de treintaitrés años en Asia y África, y no tardó en anotar las experiencias de sus asombrosos viajes, como su encuentro con hombres de una sola pierna y un gran pie, con el que caminaban a gran velocidad y les protegía a modo de sombrlla al dormir la siesta, a diferencia de otras tribus, que preferían usar su hipertrofiado labio superior. De momento quedémonos tan sólo con este gusto por la exageración de algún rasgo físico concreto.
Sebastian Munster, un alemán cuyo libro "Cosmographia Universalis" apareció en 1544, describió enanos que se alimentaban del olor de las manzanas, y serpientes que defendían a los hijos legítimos y mataban a los ilegítimos, y volvían a aparecer hombres de grandes labios y de una sola pierna. En el transcurso de veinte años, el libro de Munster conoció casi cincuenta ediciones.
Los libros menos fantasiosos, los que hoy en día más ajustaríamos al criterio de 'libros de viajes', como el de Marco Polo (que recorrió Asia varios decenios antes que Mandeville) no tenían un éxito tan rotundo, pero bien es cierto que Polo describe siberianos acéfalos, y asegura haber visto unicornios. De hecho, como ya hemos visto, prefiere constatar la existencia de un ser cuya descripción no se ajusta a lo que ve (sólo en el único cuerno que le da nombre, al igual que al rinoceronte) y transformar el concepto que del unicornio se tenía hasta entonces.
Lo nuevo no encontraba, por fantástico que fuese, excesivas críticas por parte de la clerecía, principal promotora de este tipo de publicaciones, siempre y cuando no pretendiese enmendar o desdecir alguna verdad aristotélica.
El mejor ejemplo, del peso del "magister dixit" en la época, lo podríamos encontrar en la afirmación de Aristóteles sobre el número de patas, cuatro, de las moscas, provocando el el hecho de que, durante mucho tiempo, las de seis eran consideradas aberraciones monstruosas. Aristóteles, convertido en ídolo por la iglesia, comenzaba a facilitar argumentos para señalar herejías.
Las universidades fundadas en los siglos XI y XII en algunos países europeos no aportaron gran cosa al desarrollo de la zoología, ni de ninguna otra ciencia, casi siempre en nombre de Aristóteles.
En la Universidad de Oxford (la segunda de Europa, después de la de París) llegó a colgarse un cartel que especificaba las multas y sanciones para todo descrédito de Aristóteles. Por ello, tendrían que pasar dos milenios tras la muerte de Aristóteles para que alguien se atreviese a contradecirlo explícitamente, y sería el boloñés Ulises Aldrovandi, pero Adrovandi no intentaba emular la obra de Aristóteles, sino que se había marcado las directrices marcadas por la obra de Konrad Gesner. La gran importancia de las obras de Aldrovandi y de Gesner estriba en la constatación del gran cambio operado por la aparición de la imprenta, y por la curiosidad coleccionista que les devolvía al punto de partida de Aristóteles.
Si las imágenes de animales habían sido importantes para atraer la curiosidad hacia los bestiarios medievales, en las obras renacentistas la imprenta y el grabado suponen la proliferación de estas imágenes, cuya reproducción ya no exige la copia una a una, sino que cada una de estas imágenes puede ser repetida una y otra vez sin excesivo esfuerzo, lo que suponía una gran mejora en la calidad de las ediciones, todas ellas, ahora, con gran número de grabados, con más imágenes de animales y criaturas asombrosas.
Las imágenes de libros anteriores habían generado mitos zoológicos que muchos farsantes reproducían con restos de otros animales, y Gesner los recopilaba en busca de algún ejemplar auténtico, sin dudar en reproducir sus extrañas formas en planchas de grabado, como hizo con el grabado que Durero había elaborado a partir de su dibujo del rinoceronte, simultáneamente, el monje de mar, cuya falsificación, manipulando las formas anatómicas de rayas desecadas al sol, era bastante frecuente por aquel entonces.
El renovado interés por la cultura clásica, propio de los siglos XIV-XVI, tocaba a muchos ámbitos: arte, literatura, filosofía...En este ámbito renacentista, y con el apoyo revolucionario de la imprenta y de los grandes descubrimientos marítimos, Gesner supone una cierta maduración del concepto de libro de zoología ilustrado, en el mismo momento en que la iglesia católica se ha de enfrentar a las duras críticas de diversos sectores y Lutero perjeña su sublevación.
Los pasos en falso contra los postulados de la iglesia se pueden dar de bruces contra la maquinaria de la Inquisición, que impone los criterios ctólico-aristotélicos por la vía de la tortura y la prisión, persiguiendo a Copérnico, a Kepler, quemando a Giodano Bruno y casi eliminando de igual forma a Aldrovandi.
A pesar de todo, la ciencia se abría camino, y el renacimiento conoció grandes inventos y grandes talentos, aunque también es cierto que no fue la zoología un campo de grandes avances en esta época. Pese a ello, Rondelet, en Francia, o Hipólito Salviani, en Italia, estudiaron los peces, y junto con el fancés Pierre Belon (estudioso de las aves) y el inglés Thomas Moufet (investigador de los insectos) fueron sabios renacentistas que pasaron a ingresar en la historia de lo que hoy entendemos por ciencias naturales.
Konrad Gesner fue médico, por lo que supo reconocer en su propia persona los síntomas de la peste que hizo estragos en Zurich en 1565, y acabó con su propia vida, una vida vida propia de esa idea del naturalista que necesita ver para creer. La constatación de los hechos empíricos de la naturaleza resultaba problemática, puesto que el coleccioneismo de especímenes no era una actividad comprendida por ningún coetáneo de Gesner o Aldrovandi. Este, por ejemplo, destinaba gran parte de sus ingrsos a la adquisición de especímenes para sus colecciones botánicas y zoológicas.
Las primeras encontraron su destino en la organización de un jardín botánico en Bolonia, y los animales descritos e ilustrados en su obra llenaron varios tomos, pero sus actividades, a ojos de ignorantes y analfabetos, parecían absurdas, y a ojos de la iglesia, dados los muchos conocimientos científicos del sabio, sospechosas de herejía. Por eso su casa fue destruída, y le faltó muy poco para ser pasto de la hoguera inquisidora, al continuar con sus actividades.
Gesner, huérfano, había sido educado por un humilde artesano, tío suyo, y no parece claro quién se percató de sus aptitudes e inclinaciones, y lo orientó hacia la vida universitaria, pero lo cierto es que en 1537 era un joven profesor de griego en la universidad de Laussanne, y, desviando sus estudios hacia las ciencias naturales, al cabo de cuatro años, Gesner era médico y naturalista.
Su humilde condición, y sus años de trabajo para costearse los estudios, hacían de Gesner una persona físicamente debilitada, prematuramente envejecida, lo cual no impidió que su entusiasmo por la botánica le llevara a la organización de un jardín botánico, sostenido con su propio dinero, que no tardaría en convertirse en uno de los motivos de orgullo de Zurich. Procuró encontrar algún tipo de principio en el que basar una clasificación de las plantas, y, como médico, intentó dejar especial constancia de aquellas que pudiesen servir como fármacos. Publicó libros de botánica y lingüística, e incluso de mineralogía, pero su fama, sin duda, se debe a la zoología.
Lo más destacado que podemos decir de Gesner es que creó el primer museo de zoología, tal y como lo entendemos hoy en día, del mundo, y no lo creó como lugar de público acceso, sino como despacho de trabajo, durante el cual gustaba rodearse con referencias físicas de lo que explicaba en sus escritos. Como referencia de ambiente científico, esta colección particular, llena de esqueletos, herbarios, animales disecados, insectarios, es harto significativa. Desde luego, lo más importante que podríamos haber encotrado en el depacho del zuriqués eran los cuatro grandes libros que constituían su Historia de los Animales. Gesner murió cuando todavía tabajaba en la producción del quinto volumen, dedicado a los insectos, y que sería publicado por sus amigos y discípulos.
La obra de Gesner supone el primer intento de compilación crítica de todo lo conocido sobre el reino animal, desde Aristóteles a Plinio, acabando en el comentario de las obras de autores de su tiempo.
Gesner dio gran importancia a los grabados, en su obra, y, conocedor de la técnica, procuro reproducir de las obras que consultaba las imágenes de los animales cometados, o encargar la reproducción en plancha de los dibujos y grabados que consideraba más interesantes, como es el caso del rinoceronte dibujado y grabado por Durero, y en este aspecto es un precursor del estilo de los enciclopedistas del s XVIII.
Sus conocimientos lingüísticos (dominaba el alemán, el francés, inglés, italiano y griego) lo convirtieron en un escrupuloso y honesto transcriptor de textos, y realizó un enorme trabajo al recopilar los conocimientos zoológicos del momento, si bien es cierto que, inmerso como estaba en la cultura de su tiempo, le resultaba imposible sustraerse a la credulidad en lo referente a criaturas a cuya existencia le costaba renunciar.
En lo referente a la enorme importancia de las imágenes de su obra (aproximadamente un millar, muchos grabados, para la época que estrenaba la imprenta de tipos móviles e complicidad con los tórculos de grabado en madera), hay que añadir que Gesner también es un pionero en la aclaración de la referencia gráfica, no faltando los grabados acompañados de leyendas del tipo "este grabado reproduce el trabajo del dibujante original, aunque yo carezco de datos sobre su exactitud", estableciendo un diálogo muy moderno con el medio bibliográfico, del que su enciclopedia zoológica constituye un adelanto a su tiempo, incluso salvando el hecho de que los animales sean expuestos en orden alfabético, a modo de diccionario o compendio, porque en su época no existía criterio alguno de organización faunística. Pese a ello, la sistemática que aplicaba en la descripción de cada animal resultaba ejemplar. Cada una de ellas constaba de los siguientes puntos:
1- Nombre del animal en diferentes idiomas.
2- Descripción del animal, señalando su hábitat.
3- Modo de vida del animal y cuadro de comportamiento.
4- Zoología aplicada: caza, domesticación, aprovechamiento de la carne, usos del animal...
5- Etimología, liturgia y leyendas: origen del nombre del aimal. Su presencia en la religión y la mitología. Fábulas, versos o refranes en referencia al animal.
Pasaron alrededor de doscientos años durante los cuales la obra de Gesner seguía teniendo vigencia y era referencia obligada de científicos y naturalistas, si es que ya se les podía otorgar tal denominación, en todo caso más merecida por la esforzada recopilación de datos, que por su selección o ajuste a organización sistemática alguna, puesto que para ello la humanidad habría de esperar a los trabajos de Linneo.
c) Del "sistema de la naturaleza" de Linneo
a la novedosa cadena Lamarckiana del ser.
Parece ser, como constatan ciertas anécdotas biográficas, recogidas, o bien recreadas, por algunos autores, que Carlos de Linneo (1707-1778) estaba lleno de manías, a la hora de organizar cuestiones del orden doméstico, como los cajones de ropa, siguiendo criterios de clases, lo cual no siempre era recibido con abierta comprensión por parte de su familia.
Aparte de estas especulaciones anecdóticas, hay que señalar de Linneo que tuvo una vida llena de dificultades y altibajos. En 1735 era profesor particular de un alumno con dificultades académicas, con tanto éxito que no tardó en perder su principal fuente de ingresos. Incluso sus ocasionales servicios como médico atravesaron una crisis de preocupante salud entre sus pacientes, y de ellos, los más pudientes preferían los servicios del más reputado médico de la ciudad, Moraeus, quien le daría myores motivos de preocupación en la persona de su hija, Sara Lisa, de quien Linné se prendó aprincipios de ese mismo año.
El hecho de que el antiguo estudiante de medicina fuese un hombre decidido, no era suficiente para satisfacer el espíritu práctico de Moraeus, a quien no disgustaba el pretendiente, al que veía, no obstante, lejos de una posición social digna a sus veintiocho años. Pero Linné no era más que un eterno estudiante, y, según parece, un hombre de carácter impulsivo y físico imponente y fortachón, perfectamente capaz de liarse a mamporros, lo cual podría, aer, haber sido la causa de su expulsión de la universidad, donde, se decía, había agredido, o intentado agredir, a un profesor.
Carecía, por tanto, de una situación o un crédito deseables, único requisito exigido por Moraeus, quien puso como condición para el deseado matrimonio que Linné adquiriese un título científico y una posición social y económicamente segura. Linné aceptó el reto, sencillamente porque su vida había sido una carrera de obstáculos.
Nils de Linné había soñado que su hijo fuera sacedorte, como él, veterano cura de aldea, pero, desde pequeño, el muchacho se sintió atraído por las plantas. Sus méritos escolares eran más bien escasos, y el padre el padre decidió hacerlo aprendiz de algún artesano, ya que el sacerdocio parecía algo improbable en alguien tan cercano a la definición de gandul. El médico de la ciudad, Johan Rotman, fue al parecer quien salvó a Linné para la ciencia, haciéndole un enorme servicio a la biología. Convenció a sus padres para que el muchacho no acabase siendo zapatero. Y lo hizo basándose en un criterio, bastante extendido en la época, acerca de la aptitud para los estudios de médico de todo individuo que mostrase interés por las plantas. Rotman demostró cierta astucia cuando pidió al chaval que le tradujera un texto. Éste no se podía negar, y así lo hizo, descibriendo, con creciente interés, que se trataba de Plinio.
Rotman, sin lugar a dudas, dió en el clavo. Linné no sólo leyó a Plinio, sino que su curiosidad le hizo aprender aquellos textos casi de memoria, y así se gestó el que terminase sus estudios en el liceo e ingresase en la universidad de Lund, en la que otro entusiasta tutor del joven, el profesor Stobaeus, colaboró en aminorar las dificultades económicas del cura Linné para pagar los estudios de su hijo, que se reveló como un gran amante de la ciencia, rasgo que le trajo no pocos problemas, puesto que prefirió la investigación al progrso en las escalas académicas. Por ello, no tardó en trasladarse a la universidad de Upsala, famosa por sus profesores, su gran biblioteca y su jardín botánico.
En aquella ciudad de mítico origen divino pagano, con una buena recomendación de su universidad de origen, Linné no tardó en sentirse decepcionado. Se encontró una universidad decadente, con una actividad mermada y unas instalaciones en gran parte consumidas por las llamas de un inoportuno incendio. Si además tenemos en cuenta que la beca real, de la que gozaba Linné, era más bien escasa, y, al parecer, las ropas y el aspecto del estudiante le daban una imagen bastante "grunge" para la época, más llamativa todavía a la luz de los faroles públicos, bajo los que leía cuando su presupuesto no alcanzaba para velas. Esta precaria situación, sumada a la enfermedad de su senil padre, empujaban paulatinamente a su decisión de sustituirle en sus deberes sacerdotales ahora que había adquirido instrucción. Pero una nueva casualidad lo salvó de regreso al hogar paterno, ya que un casual encuentro en el jardín botánico del que ya parecía tener que despedirse.
Cierto teólogo escribía un libro sobre plantas mencionadas en la biblia (nótese el estado de las cosas en la difusión de los conocimientos sobre la naturaleza) para lo cual necesitaba un ayudante con conocimienntos en de flora liturgia. ¿Qué mejor que un botánico, hijo de clérigo, con el carácter emprendedor de Linné? Este hecho resolvió sus problemas económicos y su permanencia en la universidad, donde, al cabo de un año, aunque todavía era estudiante, ya estaba dando clases de botánica. Así pudo planificarse su primer viaje a Laponia en 1732.
Por aquel entonces, las ciencias naturales carecían de prestigio en la universidad. Los físicos, médicos y botánicos eran considerados científicos de segundo orden, en comparación co los teólogos y filólogos, sabios de primer orden, pese a lo cual la institución facilitó a Linné una cierta cantidad de dinero para su viaje. Y lo cierto es que no lo hizo con un interés estrictamente científico, ni siquiera personal.
La corona quería informarse respecto al restablecimiento de las colecciones de animales y plantas e informes sobre Laponia quemados durante un incendio en 1702. La subvención, no obstante, no le libró de hacer gran parte del camino a pie, siempre en condiciones precarias, y consumió el dinero antes de concluir su periplo, a pesar de lo cual regrsó con gran cantidad de observaciones anotadas y especímenes botánicos, y, cómo no, numerosos dibujos de plantas.
Fue en ese momento cuando Linné comenzó su titánica labor de sistematización, lo cual nos habla de la estrecha relación existente entre la identificación de formas orgánicas, la clasificación de ítems de información visual, y la actividad del dibujo, la reproducción gráfica. Y bien podría haber continuado dicha actividad si no fuese por el recelo de ciertos miembros de la universidad, especialmente de cierto profesor Rosén, que veía en Linné un advenedizo estudiante, sin título alguno, que osaba dar clases. Nadie se percataba, o no se interesaba por hacerlo, del hecho consumado de que Linné era ya uno de los científicos con mayor erudición de su época. Amparándose en los estatutos vigentes, y al no disponer de un título científico que le amparase, consiguieron su expulsión, momento en que parece ser que Rosén y Linné tuvieron su violento encuentro. La verdad es que los conflictos humanos suscitan la curiosidad, y Linné proporcionó la base a su enemigo en la que sustentar sus especulaciones sobre homicidios frustrados.
Así pues, Linné dejó Upsala para ir a parar a Fahlun. No había dejado de pensar en sus inquietudes científicas, y había estado esperando una ocasión propicia para ir al extranjero. En Suecia, por aquel entonces, tan sólo se reconocían los títulos científicos otorgados en el extranjero, y había ahorrado para ello, habida cuenta de la conversación con el padre de Sara Lisa.
La ausenciá se prolongó más de lo que él, probablemente, habría programado. La defensa de su tesis de medicina no le llevó mucho tiempo, pero había llevado consigo su trabajo de botánica, un folleto de trece páginas de gran formato, titulado 'Sistema de la Naturaleza', primeros apuntes de lo que años más tarde retomaría con gran dedicación. Tanta, que, a su muerte, la duodécima edición de un trabajo constantemente revisado ya comprendía cuatro volúmenes con un total de 1.335 páginas.
El éxito de aquel folleto, entre los primeros especialistas que tuvieron ocasión de hojearlo, supuso un crciente interés por parte de grandes científicos de la época que elogiaron públicamente el sistema del joven científico. La furia de sus detractores no hizo sino magnificar la creciente fama e importancia de la figura de Linneo y su revolucionario planteamiento entre los botánicos del momento. Si bien no le reportó beneficios económicos, su prestigio le favoreció el acceso a las colecciones privadas.
Recordemos que estamos hablando de una época en la que la clase acomodada dispone de mucho tiempo libre, y el coleccionismo naturalista, como ya hemos visto en capítulos anteriores, era un frecuente signo de bienestar, y un entretenimiento. Muchos propietarios de colecciones privadas, poseían más curiosidad que conocimientos botánicos, y Linné, que se beneficiaba del acceso a nuevas especies, tuvo a su disposición una gran cantidad de material de trabajo al poner en orden dichas colecciones, a partir de las cuales clasificó y describió una gran cantidad de plantas.
Tras cinco años de trabajo y creciente fama, Linné regreso junto a su prometida cargado de diplomas y libros de su propia pluma...y con los bolsillos prácticamente vacíos. Una vez más, la casualidad cambiaría su relativa mala suerte, y un enfermo deshauciado por otros médicos, recobró la salud tras haber acudido en última instancia a nuestro hombre, que vió crecer inesperadamente su fama como galeno, llegando a servir en el almirantazgo, y, al cabo de un tiempo, el mismo rey solicitaba sus servicios. Bien es cierto que dicha actividad creció en detrimento de su labor científica, pero su nueva condición socioeconómica le permitió su boda con la hija de Maraeus, y de este tiempo se relata la discusión, anecdótica, y, en todo caso, representativa de la aportación de Linneo a la ciencia, sobre dónde debían guardarse las camisas de hombre ¿con el resto de la ropa masculina o con las camisas de mujer? ¿qué criterio era más exacto? ¿son, las camisas, ante todo, camisas, independientemente de si se distingue su corte para hombre o para mujer? Se trata, en todo caso, de una representación clara del espíritu clasificador de Linneo, precisamente lo más oportuno en una época en que florecían las colecciones, que sugerían la necesidad de un orden. No fue el aparente caos natural lo que sugirió la primera sistematización seria de la naturaleza, sino su descontextualización al ámbito coleccionista, selectivo de por sí, enriquecido al poder ofrecer una lectura comprensible de las leyes naturales, más que de la simple ratificación de la existencia de tales o cuales especímenes.
Linneo no tardó mucho en volver a la universidad, en la que ejercería durante los últimos treintaisiete años de su vida, dando clases y dirigiendo prácticas, regenerando el jardín botánico y completando las colecciones universitarias.
Pero la principal actividad de Linneo durante su vida fue la clasificación de las especies botánicas y los seres vivos siguiendo un sistema de afinidades. Era botánico por vocación y por sus trabajos fundamentales, y de hecho se había ganado el título honorífico de 'príncipe de los botánicos' en su juventud, cuando, como dice Yuri Dmítriev "bregaba por el derecho a la mano de Sara Lisa".
La zoología debe uno de sus pasos más decisivos a la botánica, de algún modo, y, los biólogos de hoy, por las más modernas investigaciones, saben bien que existen mundos fronterizos entre el mundo inerte y el vivo, entre el mundo vegetal y el animal, entre los animales simples y los complejos, meras referencias comparativas. Al establecer un cierto orden en el reino vegetal, Linneo no pudo ignorar el animal. Es obvio que todo lo dicho en capítulos anteriores respecto al sistema de analogías adquiere, en tiempos de Linneo, la suficiente asimilación y aceptación popular, como para que cualquier aventajado, que hubiese cultivado su mente en el manejo oportuno de la metáfora implícita en toda teoría científica, diese un vuelco a la visión oficial de las cosas vivas, pero idudblemente, gracias a una cultura abierta a la expresión de contenidos a través de un habitual y ágil uso de las afinidades.
Linneo, sencillamente, no pudo sustraerse a la tentativa de contemplar ciertos aciertos, o razonamientos acepteblemente lógicos, del antiguo sistema de simpatías, reemplazado por el poder de la analogía en la distribución de los órganos en el cuerpo de las plantas y los animales.
C. Linné dividió el mundo animal en seis clases:
1)Mamíferos: Animales de corazón de cuatro ventrículos y sangre roja caliente, que paren crías vivas y las alimentan con leche. Lo más frecuente es que sus cuerpos estén cubiertos de pelo. Si bien eran denominados "Cuadrúpedos", en las primeras ediciones de su obra, en las posteriores revisiones optó por el término de mamíferos.
2) Aves: Iguales características, con la salvedad de engendrar huevos y cubrir el cuerpo con plumas.
3) Reptiles. Linneo incluyó a los anfibios en el mismo grupo, en base a tener sangre fría y respirar por pulmones.
4) Peces: También de sangre fría, pero de respiración a través de branquias.
5) Insectos, peculiares por su sangre blanca (líquido sanguíneo), corazón sin aurícula y tentáculos segmentados.
6) Gusanos, distintos de los insectos por sus tentáculos no segmentados.
En total, Linneo describió alrededor de 4.200 animales (1.222 especies de vertebrados, 400 de invertebrados, independientmente de los insectos, 1.936 especies en las que Linneo incluye crustáceos, arácnidos y miriápodos). El poder de las imágenes es patente en el triunfo sistemático de los animales visibles. En tiempos de Linneo ya existía cierta noción y conocimiento de los microbios, gracias a los avances de la óptica en el renacimiento. Pero no quiso ocuparse de seres ajenos al alcance de la percepción humana, ya que consideraba que Dios los había creado para satisfacer sus propias necesidades, y que, ajenos al sistema establecido por constatación de datos a través de imágenes directas de especímenes, no tenían sitio en el nuevo sistema establecido.
Linneo partió principalmente de las características externas de los animales, de su imagen, desestimando medios de vida y constitución interna en una medida que ahora se nos antoja excesiva, hijos de otra época.
Actualmente conocemos más de un millón de especies. Las seis clases se elevan a veintitrés. La clasificación linneana se ha ido ampliando, cambiando, precisando, centenares de veces, pero seguimos utilizando su esquema básico y su nomenclatura binaria.
La nomenclatura binaria tenía precedentes. Linneo no se la inventa de la nada. Se limita a utilizar un recurso taxonómico de cierta vigencia, asimilable por sus conciudadanos. Un sustantivo, genérico, acompañado de un adjetivo, específico.
La exigente utilización de lo genérico y lo específico es la aportación de Linneo a la cultura occidental, al naciente pensamiento científico moderno. Y, para ilustrar el alcance de sus diferenciaciones, era obligado que la ciencia ofreciese imágenes cada vez menos simbólicas (o meramente representativas, sintéticas) sino más reproductivas, analíticas, diferenciadoras a través de las formas de los animales, preñadas de analogías que acusan sus diferencias.
Anteriormente a esta cierta madurez de la nomenclatura binaria, la zoología confundía nombres y los malentendidos eran muy frecuentes entre los científicos, y aunque las deficiencias del sistema de Linneo afectan a cuestiones fundamentales, no cabe duda que su novedoso criterio de sistematización aceleró enormemente la propagación de los avances de la zoología. Primero se ordenaron las palabras de acuerdo a las imágenes zoológicas. Faltaba tan sólo que esta clasificación mental pasase a ser tomada de una forma nueva, como intrínseca al sistema natural de una forma globalizadora.
Creo que esta madurez científica estaba directamente relacionada con la madura asimilación de textos e imágenes, de una rápida aceleración en la asimilación de contenidos científicos concretos. Las especulaciones ontológicas de todo tipo no faltaron, y está claro que muchas de ellas fueron erróneas, pero crearon el caldo de cultivo necesario para que la cultura las fuese asimilando. Algunas no prosperaron por la sencilla razón de su inoportunidad cultural. De Melier insinúa la mutabilidad, y, en cierto modo, la evolución, pero consiguió poco más que una cierta reververación de sus palabras. De hecho muy pocos se acuerdan ya de De Melier. Hacía falta confeccionar una imagen mental coherente con la propuesta de Linneo y sus mayoritarios adeptos para cualquier renovación científica.
Los científicos de la generación siguiente a la de Linneo sólo podrían alcanzar relevancia a través de esta vía, pero su más ilustre representante no fue comprendido tanto en su propio tiempo como a posteriori. Se trata de Jean Baptiste Antoine de Monet, caballero de Lamarck, y su concepción de la cadena del ser.
Si la mala suerte, en la biografía de Linneo, siempre presentó algún tipo de motor con consecuencias aceptablemente positivas, lo cierto es que, en el caso de Lamarck, la mala suerte no escondía compensanción alguna.
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