3.3- GRAFISMO Y SIMULACRO EN LAS IMÁGENES ZOOLÓGICAS. ESCENAS NATURALES Y SU REPRESENTACIÓN BAJO EL INFLUJO DEL ESPECTÁCULO.
Tal vez ahora sería oportuno recordar las ostentaciones de las gacelas ejecutando cabriolas triunfales tras el frustrado ataque del león o del leopardo. Creo que es tan importante el sentimiento empático en relación al depredador, quien demasiado a menudo ha sido depositario del título de vencedor arrogante, como el de la víctima.
Es posible que exista una erótica de la depredación, que de algún modo recoge el mito del vampiro en nuestra cultura, como si pudiese haber un último y consolador sentimiento de seducción o aceptación del depredador que muerde el cuello de su víctima. ¿Podríamos hablar de un juego consciente en el caso de las gacelas y los carnívoros?¿Qué nuevas metáforas encierra este comportamiento?¿Preocupan estos contenidos simbólicos a los científicos más...serios?
En todo caso, parece seguro que los contenidos de mensajes científicos, de forma muy particular en lo referente a cuestiones de etología, son renovables.
Donald Griffin nos llama la atención sobre la influencia de ciertos criterios básicos en la interpretación de escenas de la vida salvaje. Concretamente, a Griffin le irrita la persistente desconsideración de la capacidad de autoconsciencia animal, que los convertiría en robots en constante estado de tensión y cautela a la espera de posibles situaciones críticas, en base a un comportamiento regido por respuestas mecánicas, automáticas (no libres) a estímulos positivos o negativos.
"Los libros populares que hablan de los animales de las llanuras del África oriental muestran un panorama erróneo de depredadores poderosísimos rodeados por un mar inacabable de alimento en potencia; cuando tienen hambre les basta con coger el bocado más próximo. Una falacia comparable es afirmar que los animales que pacen viven en un estado de terror constante y sobreviven únicamente gracias a la buena suerte cuando ningún leó o ninguna hiena se cruza en su camino. Pero estas presas no siempre huyen cuando detectan la proximidad de un león o de una hiena y dan la impresión de comprender muchas cosas acerca de los peligros que representan estos depredadores. Por supuesto, muchos son capturados, pero no tantos como para impedir la reproducció y, por ende, la perpetuación de su especie."
Donald Griffin hace referencia a la actitud de los hervívoros frente a los depredadores como argumento en defensa de su teoría a favor de la autoconsciencia animal, y señala la actitud tranquila de las gacelas de Thompson, por ejemplo, incluso cuando se han percatado de la cercanía de un depredador. En este punto, cita al etólogo Fritz R. Walther, quien observó que las gacelas, cuando detectan algo llamativo, o un depredador concreto, no acostumbran a huir, sino que sencillamente reducen la distancia entre unas y otras y alternan alzamientos de las cabezas para ver lo que les rodea.
Al parecer, Walther pudo llegar a la conclusión de que estos animales podían detectar la presencia de un depredador a 500 u 800 metros, pero que sólo en función de la actitud y movimientos del depredador cuando este se acercaba a unos 150 metros salían huyendo o recurrían a los peculiares saltos a los que ya hemos hecho referencia, a los que Walther denomina (ignoro si el término es original o lo recoge de otros autores) stotting, a todas luces una estrategia basada en una cierta apreciación de la sensibilidad óptica y visual de sus perseguidores, confundidos por la aletoriedad de bruscos movimientos del grupo, dificultando su atención en una sola víctima, y sintiéndose incapaces de igualar sus capacidades físicas.
Vemos, pues que los animales parecen sacar sus propias conclusiones de las animalidades ajenas, y no debemos olvidar que nuestros ancestros se irguieron en estas mismas llanuras y también medirían las posibilidades cinegéticas de sus vecinos de biotopo. Pero volvamos al biotopo abstracto, a la arena del circo.
El público del circo encontraba allí una representación de hipotéticos encuentros de animales oponentes. Es evidente, no obstante, que la imagen de los animales, bajo la presión de un entorno no natural, quedaba muy distorsionada y no daba fé de lo que en otras circunstancias los animales eran capaces de hacer, algo muy cercano a decir lo que realmente eran. Nunca quedaba explicitado el porqué de sus particulares anatomías.
Los colmillos de un elefante nunca eran contemplados actuando sobre la vegetación, o estableciendo vínculos o diferencias entre sus semejantes, sino que siempre eran vistos como un arma del elefante sobre la arena del circo.
Esta noción armamentística de los animales (recordemos que en la mencionada novela de Norfolk, el rinoceronte no ha de ser sino un campeón que se enfrente a "Hanno") daría un cierto peso a nuestra argumentación acerca del rinoceronte de Dürer y su decripción en términos armamentísticos del animal. Al fin y al cabo, en la Roma renacentista el gusto por lo clásico abarcaba más de un ámbito de la cultura.
También hemos apuntado la fascinación renacentista por la reconstrucción de una cultura grecolatina conservada fragmentariamente. Kenneth Clark y otros nos han sensibilizado sobre la fascinación que ejercían los restos escultóricos, siempre sugerentes de una perfección del todo de naturaleza especulativa.
En el Maximus, en una sola jornada, podían ser degolladas decenas de elefantes, osos, leones y otros animales salvajes. No tardaría en aplicarse tal costumbre a delincuentes o a cristianos en el Coliseo.
A medida que las legiones y asentamientos romanos avanzan hacia el Norte, estos circos de violencia se iban propagando por toda Europa, construyéndose anfiteatros en Verona, Capua y Pompeya. Alice Van Buren nos recuerda cómo, tras la caída del imperio, los anfiteatros que se habían llegado a construir en Inglaterra fueron usados como canteras. Hubo anfiteatros y circos en Sicilia, Francia y España.
Sin embargo, parece ser que la palabra "circo" desapareció, tras la caída del imperio, del lenguaje corriente. Espectáculos populares de tal magnitud no reaparecerían hasta el siglo XX. El circo romano se había acabado, pero sus elementos menos organizados se echaron a los caminos. A lo largo de la Edad Media, domadores y acróbatas recorrían Europa, Asia y el Norte de África en sus carros o a pié para actuar en ferias o ante la realeza. Se sabe que el rey Alfredo el Grande asistió a un "espectáculo con animales salvajes", en el que participaban saltimbanquis y mimos (todos ellos, al fin y al cabo, representantes de animalidades extremas o extremadas). Según cierta leyenda, el único superviviente de los treintaisiete elefantes con los que Aníbal cruzó los Alpes fué el padre de toda una estirpe de paquidermos amaestrados que fueron exhibidos por toda Europa (hecho difícil de creer, dadas las grandes dificultades de su cría en cautividad).
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