Reconstrucción de Titanoboa y su ambiente. Ilustración de Jason Bourque, Florida Museum of Natural History
-Animalidad y Cultura. La imagen de la serpiente.
Es casi una norma la aversión, en la cultura occidental, por las serpientes (podría decirse que por los reptiles en general). Esta repulsa, combinación de asco y miedo, genera odio y repugnancia. Está tan arraigada que hace notorias sus manifestaciones contradictorias, como la impasividad o incluso el afecto de muchas personas frente a los reptiles. Los individuos que muestran este tipo de simpatía por estos animales, hasta el punto de cuidarlos y alimentarlos, domesticarlos, son tachados de extraños por el occidentalito de a pie.
Dentro de los primates, nuestros parientes biológicamente más próximos, gorilas y chimpancés, muestran la misma repulsión por las serpientes, repulsión que los progenitores se preocupan por reafirmar en sus vástagos.
Esta actitud basada en el aprendizaje podría indirectamente incluirse en el concepto de “fenotipo extendido” tal y como lo define el biólogo conductista Richard Dawkins. Sin embargo, habría que incidir en el hecho de que, instintivamente (o, tal vez con los inmediatos pensamientos conscientes por los que abogaría Griffin (“El pensamiento de los animales”), los pequeñuelos que en la naturaleza se encuentran con una serpiente sin la advertencia de sus padres, es fácil que se sobresalten ante el súbito movimiento o reacción agresiva de lo que parecía una forma vegetal inanimada. Por añadidura, entre las múltiples especies de ofidios, algunos son venenosos, incluso mortales.
La maldición que cae sobre las serpientes no requiere una explicación teológica o psicoanalítica que las convierta en símbolo demoníaco o fálico. Basta recurrir a lo que puede evidenciar la experiencia visual en variados biotopos.
En la naturaleza, entre la vegetación de los árboles primigenios, tal vez un fruto comestible llamase la atención por su volumen y su color conspicuos. O, quizás, por un leve movimiento que llamase la atención de la visión estereoscópica y sensible a los colores del primate, al que sin embargo no le fué traducido como un aparte del fondo natural el cuerpo mimético y antiguo, de probada eficacia superviviente, del reptil.
Otros animales muestran esquemas orgánicos conspicuos sobre ese telón de fondo variable que es la naturaleza, estructuras que muestran cabeza, tronco y extremidades identificables pese a posibles contorsiones anatómicas. La carencia de extremidades de la serpiente (en sí, no es sino una especie de extremidad móvil y exenta) la lleva a poseer una forma corporal fácilmente confundible con cualquier fragmento vegetal más o menos torcido y, dada su coloración (una gran variedad de estudiados diseños gráficos externos) es muy posible que entre la vegetación su continuidad orgánica, ópticamente, se rompa.
La serpiente conlleva implícita una sorpresa primitiva, que, aunque no siempre, puede ser fatal. Muchos otros animales recurren a formas y colores miméticos, pero tienen una complejidad orgánica más abrupta (caso del uroplatus, el camaleón, la cigarra, el chotacabras, o los fásmidos).
La serpiente es una forma simple, una línea móvil, una curva variable que en algún caso puede ser mortal, o cuando menos muy dolorosa, por culpa de su inadvertencia (generalmente son seres pacíficos, inofensivos -¿no es curioso que la llamada serpiente del templo sea una variedad de crótalo, que anuncia su presencia con las vibraciones de su órgano sonoro, pero carente de éste? La mera presencia de los animales es suficientemente disuasoria para los intrusos, pero los confiados monjes nada tienen que temer, y las alimentan-).
Las gentes del campo suelen detestarlas sin establecer distinciones especiales ya que el conocimiento popular de los animales es a menudo muy limitado y cargado de informaciones tergiversadas. Es menos comprometido eliminar a una inofensiva culebra que arriesgarse a averiguar si se trata o no de una serpiente ponzoñosa, y a ésta no se le quiere dar opción a la supervivencia por constituir un posible obstáculo para el bienestar, teniendo en consideración únicamente el riesgo de padecer su mordedura.
En el paisaje perfecto, en el jardín idílico, no hay lugar para las alimañas, especialmente si su imagen se dibuja ajustándose sobre una antiquísima, ancestral, impronta que casi exclusivamente se conserva como señal de peligro mortal. Un animal que en su banco genético contuviese un gen que supusiese una atracción por los reptiles, sin estar capacitado para sobrevivir a su potencial ataque venenoso, sería víctima posible de un gen letal, en palabras de R. Dawkins (“El gen egoísta”, “El fenotipo extendido”).
Otros animales, no obstante, despiertan admiración y regocijo, bien porque aportan algún beneficio material o bien porque, aún entrañando potencial peligro o competencia por el sustento son envidiados por su efectividad, su poderío para conseguir comida o evitar ser comidos.
Por esta razón, la misma serpiente odiada en ciertas culturas, como lo es en la nuestra, es venerada en otras que comprenden de otro modo las capacidades de estas criaturas. En ciertos momentos de la historia del antiguo Egipto, serpientes y cocodrilos, así como otros animales, eran objeto de culto; un culto malentendido a través de las versiones de los historiadores griegos, como veremos más adelante.
El culto a grandes animales en culturas mucho más primitivas comparte con la nuestra el temor fascinante a algo sólo vencible a través de la ilusión de ser como ese algo, de entenderlo, de emularlo.
Si yo y los míos somos atacados por un lobo o un puma (posibilidad, en cualquier caso, harto difícil) yo desearía ser lobo, ser puma; mejor aún: ser un oso, gozar de la impunidad conferida por la condición de cúspide alimenticia sólo discutible por los carroñeros, invencibles en la impotencia de la muerte y por ello, también a menudo, despreciados y odiados.
Existe, eso es indudable, una admiración implícita hacia todo gran depredador, pero antes se da una regresión a la imagen remota, arquetípica, del encuentro directo con el animal temible. Llevamos en nuestro ADN alguna arquitectura helicoide que invoca la recreación, en algún rincón de nuestra conciencia, de un viaje a la boca del lobo. Esta imagen recurrente es rescatada para confeccionar la imagen ulterior de un encuentro con la criatura.
La memoria y nuestros procesos de construcció a base de “posibles” (nuestra imaginación) participan inevitablemente en la construcción de la imagen de cualquier animal, la cual se superpone a las siguientes imágenes que nuestra percepción nos ofrezca, con mayor intensidad si lo que se presenta es otro animal, sea o no el mismo que generó el arquetipo original, primera interpretación de la primera percepción directa (vía el imperio de la visión, el reino de la audición, o demás regiones de nuestro potencial sensitivo). Es la súbita visión, tal vez, de otro ser vivo que se desdibuja, se vuelve conspicuo, del plano visual que nos muestra la composición de nuestro entorno natural. La mirada de alguien desde la espesura. Las sombras de los juncos sobre la piel rayada del tigre, las proyecciones de vegetación que dejan de disfrazar al leopardo la piel cuando éste abandona la espesura llevándose sus sombras consigo, sobre su propio cuerpo. Los ojos del OTRO mirándome desde ahí. YO aquí.
http://mafa-textoinvisible.blogspot.com/
Podemos incluir todos los ingredientes aquí expuestos en la siguiente noticia, transcrita tal y como figura en su ubicación original:
Por Thomas Castroviejo | Blog de Noticias – mar, 10 jul 2012
Esta terrorífica estampa tenía su explicación, pero Devin, de la ciudad de Mattoon (Illinois, Estados Unidos), no necesitó escucharla para hacer algo. Enseguida cogió una manta y, usándola para protegerse las manos, la usó para desenredar al hambriento ofidio de su hijo. Acto seguido, llevó al pequeño al hospital para ser tratado de los rasguños y las heridas que la piel y los dientes del reptil le habían causado. Según cuenta la madre, Sara, William estuvo tranquilo durante casi todo el episodio y solo rompió a llorar cuando el médico empezó a limpiarle las heridas.
[Relacionado: Los animales más mortíferos del planeta]
Una vez el niño quedó atendido, a la historia solo le quedaba un fleco: qué hacer con la serpiente intrusa de vocación infanticida. Ante la falta de alternativas, la llevaron al albergue de animales del condado. Total, no sabían de dónde había salido el animal, ni cómo terminó en el cuarto de su hijo. Así que el albergue metió al atribulado reptil en uno de sus tanques para anfibios y contactó con la policía.
A las pocas horas, el departamento de policía de Mattoon publicaba un comunicado de prensa con el resultado de sus pesquisas: el animal era propiedad de Shelby C. Guyette, una vecina de los Winans de 23 años. Según el jefe de policía, Jason Taylor, la propietaria no tenía un terrario lo suficientemente seguro para una pitón y, en cuanto ésta sintió hambre, se fugó en busca de presas del tamaño de un bebé tal y como le indica su instinto. La policía ha denunciado a Guyette, que tendrá que comparecer ante un juez en los próximos días.
[Relacionado: ¿El león más furioso, o los padres más irresponsables?]
El pequeño William, mientras tanto, se ha recuperado de sus heridas y sigue viviendo como quien no sabe lo cerca que ha estado de la muerte. El sábado pasado, su familia celebró su primer cumpleaños. Según le contó Devin a la cadena de radio ABC, "Si la serpiente se hubiera enrollado alrededor del cuello del niño, en lugar de su pie, no estaríamos celebrando este cumpleaños".
Fuente: Yahoo! España
Unos padres encuentran una pitón a punto de devorar a su bebé en la cuna
La cuna del bebé tenía un tacto viscoso. Eran las once de la noche del lunes dos de julio y Devin Winans había subido al cuarto donde dormía su hijo William, de un año de edad, porque había oído al pequeño moverse cuando debería estar dormido. Sin encender la luz para no despertarlo, metió la mano en la cuna para comprobar que estaba bien. Y el tacto era viscoso. Encendió la luz y entonces vio una de las peores imágenes que puede ver el padre de un bebé: había una serpiente pitón de más de medio metro en la cuna con el niño dormido. Le había rodeado, en esos famosos abrazos que usa para controlar a sus víctimas, y estaba intentando comerle el pie.
-Animalidad y Cultura. La imagen de la serpiente.
Es casi una norma la aversión, en la cultura occidental, por las serpientes (podría decirse que por los reptiles en general). Esta repulsa, combinación de asco y miedo, genera odio y repugnancia. Está tan arraigada que hace notorias sus manifestaciones contradictorias, como la impasividad o incluso el afecto de muchas personas frente a los reptiles. Los individuos que muestran este tipo de simpatía por estos animales, hasta el punto de cuidarlos y alimentarlos, domesticarlos, son tachados de extraños por el occidentalito de a pie.
Dentro de los primates, nuestros parientes biológicamente más próximos, gorilas y chimpancés, muestran la misma repulsión por las serpientes, repulsión que los progenitores se preocupan por reafirmar en sus vástagos.
Esta actitud basada en el aprendizaje podría indirectamente incluirse en el concepto de “fenotipo extendido” tal y como lo define el biólogo conductista Richard Dawkins. Sin embargo, habría que incidir en el hecho de que, instintivamente (o, tal vez con los inmediatos pensamientos conscientes por los que abogaría Griffin (“El pensamiento de los animales”), los pequeñuelos que en la naturaleza se encuentran con una serpiente sin la advertencia de sus padres, es fácil que se sobresalten ante el súbito movimiento o reacción agresiva de lo que parecía una forma vegetal inanimada. Por añadidura, entre las múltiples especies de ofidios, algunos son venenosos, incluso mortales.
La maldición que cae sobre las serpientes no requiere una explicación teológica o psicoanalítica que las convierta en símbolo demoníaco o fálico. Basta recurrir a lo que puede evidenciar la experiencia visual en variados biotopos.
En la naturaleza, entre la vegetación de los árboles primigenios, tal vez un fruto comestible llamase la atención por su volumen y su color conspicuos. O, quizás, por un leve movimiento que llamase la atención de la visión estereoscópica y sensible a los colores del primate, al que sin embargo no le fué traducido como un aparte del fondo natural el cuerpo mimético y antiguo, de probada eficacia superviviente, del reptil.
Otros animales muestran esquemas orgánicos conspicuos sobre ese telón de fondo variable que es la naturaleza, estructuras que muestran cabeza, tronco y extremidades identificables pese a posibles contorsiones anatómicas. La carencia de extremidades de la serpiente (en sí, no es sino una especie de extremidad móvil y exenta) la lleva a poseer una forma corporal fácilmente confundible con cualquier fragmento vegetal más o menos torcido y, dada su coloración (una gran variedad de estudiados diseños gráficos externos) es muy posible que entre la vegetación su continuidad orgánica, ópticamente, se rompa.
La serpiente conlleva implícita una sorpresa primitiva, que, aunque no siempre, puede ser fatal. Muchos otros animales recurren a formas y colores miméticos, pero tienen una complejidad orgánica más abrupta (caso del uroplatus, el camaleón, la cigarra, el chotacabras, o los fásmidos).
La serpiente es una forma simple, una línea móvil, una curva variable que en algún caso puede ser mortal, o cuando menos muy dolorosa, por culpa de su inadvertencia (generalmente son seres pacíficos, inofensivos -¿no es curioso que la llamada serpiente del templo sea una variedad de crótalo, que anuncia su presencia con las vibraciones de su órgano sonoro, pero carente de éste? La mera presencia de los animales es suficientemente disuasoria para los intrusos, pero los confiados monjes nada tienen que temer, y las alimentan-).
Las gentes del campo suelen detestarlas sin establecer distinciones especiales ya que el conocimiento popular de los animales es a menudo muy limitado y cargado de informaciones tergiversadas. Es menos comprometido eliminar a una inofensiva culebra que arriesgarse a averiguar si se trata o no de una serpiente ponzoñosa, y a ésta no se le quiere dar opción a la supervivencia por constituir un posible obstáculo para el bienestar, teniendo en consideración únicamente el riesgo de padecer su mordedura.
En el paisaje perfecto, en el jardín idílico, no hay lugar para las alimañas, especialmente si su imagen se dibuja ajustándose sobre una antiquísima, ancestral, impronta que casi exclusivamente se conserva como señal de peligro mortal. Un animal que en su banco genético contuviese un gen que supusiese una atracción por los reptiles, sin estar capacitado para sobrevivir a su potencial ataque venenoso, sería víctima posible de un gen letal, en palabras de R. Dawkins (“El gen egoísta”, “El fenotipo extendido”).
Otros animales, no obstante, despiertan admiración y regocijo, bien porque aportan algún beneficio material o bien porque, aún entrañando potencial peligro o competencia por el sustento son envidiados por su efectividad, su poderío para conseguir comida o evitar ser comidos.
Por esta razón, la misma serpiente odiada en ciertas culturas, como lo es en la nuestra, es venerada en otras que comprenden de otro modo las capacidades de estas criaturas. En ciertos momentos de la historia del antiguo Egipto, serpientes y cocodrilos, así como otros animales, eran objeto de culto; un culto malentendido a través de las versiones de los historiadores griegos, como veremos más adelante.
El culto a grandes animales en culturas mucho más primitivas comparte con la nuestra el temor fascinante a algo sólo vencible a través de la ilusión de ser como ese algo, de entenderlo, de emularlo.
Si yo y los míos somos atacados por un lobo o un puma (posibilidad, en cualquier caso, harto difícil) yo desearía ser lobo, ser puma; mejor aún: ser un oso, gozar de la impunidad conferida por la condición de cúspide alimenticia sólo discutible por los carroñeros, invencibles en la impotencia de la muerte y por ello, también a menudo, despreciados y odiados.
Existe, eso es indudable, una admiración implícita hacia todo gran depredador, pero antes se da una regresión a la imagen remota, arquetípica, del encuentro directo con el animal temible. Llevamos en nuestro ADN alguna arquitectura helicoide que invoca la recreación, en algún rincón de nuestra conciencia, de un viaje a la boca del lobo. Esta imagen recurrente es rescatada para confeccionar la imagen ulterior de un encuentro con la criatura.
La memoria y nuestros procesos de construcció a base de “posibles” (nuestra imaginación) participan inevitablemente en la construcción de la imagen de cualquier animal, la cual se superpone a las siguientes imágenes que nuestra percepción nos ofrezca, con mayor intensidad si lo que se presenta es otro animal, sea o no el mismo que generó el arquetipo original, primera interpretación de la primera percepción directa (vía el imperio de la visión, el reino de la audición, o demás regiones de nuestro potencial sensitivo). Es la súbita visión, tal vez, de otro ser vivo que se desdibuja, se vuelve conspicuo, del plano visual que nos muestra la composición de nuestro entorno natural. La mirada de alguien desde la espesura. Las sombras de los juncos sobre la piel rayada del tigre, las proyecciones de vegetación que dejan de disfrazar al leopardo la piel cuando éste abandona la espesura llevándose sus sombras consigo, sobre su propio cuerpo. Los ojos del OTRO mirándome desde ahí. YO aquí.
http://mafa-textoinvisible.blogspot.com/
Podemos incluir todos los ingredientes aquí expuestos en la siguiente noticia, transcrita tal y como figura en su ubicación original:
Padres encuentran una pitón en la cuna donde dormía su bebé
Por Thomas Castroviejo | Blog de Noticias – mar, 10 jul 2012
Esta terrorífica estampa tenía su explicación, pero Devin, de la ciudad de Mattoon (Illinois, Estados Unidos), no necesitó escucharla para hacer algo. Enseguida cogió una manta y, usándola para protegerse las manos, la usó para desenredar al hambriento ofidio de su hijo. Acto seguido, llevó al pequeño al hospital para ser tratado de los rasguños y las heridas que la piel y los dientes del reptil le habían causado. Según cuenta la madre, Sara, William estuvo tranquilo durante casi todo el episodio y solo rompió a llorar cuando el médico empezó a limpiarle las heridas.
[Relacionado: Los animales más mortíferos del planeta]
Una vez el niño quedó atendido, a la historia solo le quedaba un fleco: qué hacer con la serpiente intrusa de vocación infanticida. Ante la falta de alternativas, la llevaron al albergue de animales del condado. Total, no sabían de dónde había salido el animal, ni cómo terminó en el cuarto de su hijo. Así que el albergue metió al atribulado reptil en uno de sus tanques para anfibios y contactó con la policía.
A las pocas horas, el departamento de policía de Mattoon publicaba un comunicado de prensa con el resultado de sus pesquisas: el animal era propiedad de Shelby C. Guyette, una vecina de los Winans de 23 años. Según el jefe de policía, Jason Taylor, la propietaria no tenía un terrario lo suficientemente seguro para una pitón y, en cuanto ésta sintió hambre, se fugó en busca de presas del tamaño de un bebé tal y como le indica su instinto. La policía ha denunciado a Guyette, que tendrá que comparecer ante un juez en los próximos días.
[Relacionado: ¿El león más furioso, o los padres más irresponsables?]
El pequeño William, mientras tanto, se ha recuperado de sus heridas y sigue viviendo como quien no sabe lo cerca que ha estado de la muerte. El sábado pasado, su familia celebró su primer cumpleaños. Según le contó Devin a la cadena de radio ABC, "Si la serpiente se hubiera enrollado alrededor del cuello del niño, en lugar de su pie, no estaríamos celebrando este cumpleaños".
Fuente: Yahoo! España
Unos padres encuentran una pitón a punto de devorar a su bebé en la cuna
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