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lunes, 12 de marzo de 2012

El director artístico y los nuevos medios.

Instalación para camaleones ("Madagascar", zoo de Barcelona)


El director artístico y los nuevos medios.
Hijo de una tradición profesional dedicada a la recreación de la realidad, Víctor Alarcón apuesta en los años noventa del pasado siglo por una renovación de los objetivos de su capacidad profesional, que también ha experimentado en el cine y en el teatro, así como en soluciones creativas, lo más renovadoras posible, en el “tradicional” marco del Museo de Cera, y muy concretamente, en la recreación del paisaje mítico céltico (al que anteriormente nos referíamos) en el espacio “ El Bosc de le Fades”, ingeniosa solución para un café-bar (imperativos económicos) no exento de encanto Kitch (eufemismo de 'hortera') que reproduce una pequeña arboleda en el límite de lo real y lo extraordinario, y que incluye una fuente y una gruta con un manantial de agua. La reproducción escultórica de los árboles ha exigido un acabado que antaño, probablemente, no hubiese sido tan exigente, a no ser instalando árboles reales.
Sin embargo, el acabado de textura, y el tratamiento de la luz a través del color (tarea que me fue encomendada) han perseguido dotar a esto árboles con “rostro” de una calidad verosímil (especialmente a la mirada de una cámara fotográfica), incluso al tacto.
Sin embargo, el Bosque de la Hadas, es un lugar abierto a la fantasía. ¿Qué ocurre si planteamos un proyecto como un bosque malgache que ha de ser habitado por lemures malgaches vivos?
Para empezar, las exigencias materiales nos limitan en la medida que un animal mordisquea su entorno no debería aficionarse al poliéster, pero el tema que me interesa no es ése sino la dimensión del proyecto.
Espacios similares han sido reproducidos en el Zoo de Nueva York, y asombran a los visitantes con su realismo, pero éste, evidentemente, tiene un límite. ¿Qué es necesario para que alguien crea estar en una selva sin estarlo, es más, sin haber estado nunca? Y yendo un poco más lejos ¿Podemos hacer que la visualización sea lo más agradable, lo más bella posible? ¿Cómo? Al fin y al cabo, tratándose de un decorado, es inevitable un criterio de selección, un criterio artístico.
Un pintor selecciona, arbitrariamente si quiere, los elementos que distribuye en la superficie del cuadro. Un fotógrafo busca un ángulo de visión y una perspectiva que reúnan los elementos significativos del paisaje que quiere representar, contando en ambos casos con la complicidad del espectador que no sólo reconoce dichos elementos, sino que se ve influído por su distribución. Esta, en la naturaleza, sigue un criterio que, tradicionalmente, al hombre se le ha antojado caprichoso, aún cuando todos sabemos que no es así, ya que nos parece caprichoso, caótico, todo tipo de ordenación cuya ley de orden desconocemos en profundidad.
En el caso concreto de esta ambientación en el zoo barcelonés, las exigencias espaciales tienen un marcado carácter arquitectónico pues, en un espacio relativamente pequeño hay que disimular paredes, techos, columnas adosadas y vigas maestras, función otorgada a la reproducción de un baniano (especie de higuera tropical cuyas ramas proyectan raíces aéreas que constituirán nuevos troncos).
Los árboles que lo rodean son reales, como el musgo que los cubre, que se mantiene vivo gracias a la lluvia micronizada. Sin embargo, estos árboles (o, más bien estos fragmentos de árboles que soportan un conjunto de hojas naturales fosilizadas con silicona combinadas con hojas y ramas artificiales) no han sido traídos de Madagascar sino de Lleida, de un bosque autóctono catalán. Sólo su distribución simulará la densidad de la vegetación de Madagascar (día a día, dicho sea de paso, más escasa, tanto en Madagascar como en la mencionada instalación -el paso del público es un importante factor de erosión-).
Las paredes rocosas se habrían resuelto a base de grandes fragmentos basálticos de una cantera de Girona (única cantera de basallo de la península), pero al final, el polyéster ha sustituído a la piedra.
La fusión entre elementos naturales y artificiales exigen del acabado de estos últimos una semejanza a su referentes relativa al grado de observación que el público tiene de ellos. Las formas rocosas de Madagascar y el aspecto de un baniano real podrían fácilmente parecer artificiales, lo que exige por un lado, despreocuparse de lo insólito del aspecto de las reproduciones, pero por otro procurar que, pese a todo, se parezcan a los minerales y plantas que estamos acostumbrados a ver.
Es significativo pensar que una planta extremadamente lustrosa y sana nos puede hacer pensar que es de plástico, mientras que las plantas artificiales suelen imitar, no solo la anatomía de sus referentes naturales, sino también sus defectos y achaques más frecuentes. He visto durante años en más de una casa floreros cuyo contenido estaba eternamente un poco mustio.

El efecto conseguido con el conjunto se asemeja a una fotografía tomada en Madagascar, pero nada más. La decoración, en estas casos, se comporta como la fotografía: muestra un fragmento de algo que interpretamos visiblemente como real, pero su profusión de detalles se aprovecha de nuestra ignorancia, creando una mera ilusión, cuyo atractivo principal reside en atravesar la ventana de las fotografías y películas, bien documentales o bien de exóticas aventuras tarzanescas.
Cualquiera que haya leído las reflexiones de Roland Barthes sobre la fotografía (o, mejor dicho, las fotografías) tanto si comparte su criterio estético como si no lo hace, se habrá sentido identificado con el conmovedor sentimiento que Barthes experimenta al contemplar las fotografías del pasado, en busca de aquello que todavía permanece en el presente.
Al igual que los fragmentos de esculturas griegas conmovían al hombre renancentista, las fotografías constituyen el conocimiento fragmento del pretérito perfecto del siglo veinte y un conjunto de espejismos del siglo diecinueve. Pequeñas ventanas al pasado cuyos oxidados goznes imposibilitan su abertura, ocultándonos la visión de aquello que rodea unos cristales pequeños y poco más que traslúcidos.
La seducción fantasmagórica de estas imágenes nos produce dos efectos paradójicamente contradictorios: por un lado, nos hace ignorar la dimensión técnica y artística de las que dichas fotos surgieron, no pudiendo interesarnos más que por las gentes y lugares que se asoman al presente. Por otra parte, su calidad de reliquias del pasado les otorga un carisma que, como a un simple plato del Siglo I a. C., las incluye en la categoría de objetos que alcanzan el honor de ocupar un espacio en los Museos de Arte.

El genio artístico de Fidias sólo podemos entenderlo bajo la subjetiva mirada de nuestro presente. Fidias, ante todo, era un escultor, un artesano de oficio. La consideración sobre lo que era el arte para sus coetáneos es, en realidad un misterio. Poco sabemos de lo que Fideas era, aparte de escultor.

Debo confesar que no puedo contemplar del mismo modo una obra de la que no sé nada acerca de su autor, al margen de su calidad, que otra a la que superpongo una abstracción de los datos biográficos y artísticos de éste.

Mis sentidos son más activados por la curiosidad al contemplar un film de Franco, un óleo de W. Churchill, un cuadro de Miles Davis o una fotografía de Diane Keaton. A menudo, la autoría (en su sentido más profundo) del conjunto de una obra basada en una actividad concreta, oscurece e ilumina a un tiempo nuestra observación de esa obra. No conoceríamos los lienzos de John Houston si su genio cinematográfico no provocase una amplia investigación sobre todas sus actividades vitales. Sin embargo, pese a la calidad de su obra pictórica, no puedo evitar relegarla a un segundo plano de sus aptitudes artísticas, produciéndose una reacción que tilda a estas pinturas como pertenecientes a una “segunda división” de la liga del Arte pictórico, cuando lo son ,solamente, en principio, del arte potencial de Houston.

El legado musical de Walt Disney o de Charles Chaplin sufren injustamente un olvido similar al de las acuarelas de Hitler. Las pinturas del fürer, aunque mediocres, no son tan malas como para recibir las duras críticas de ciertos artículos que explotaban el morbo de la autoría de estas obras, a modo de castigo histórico a tan siniestro personaje ¿Qué decir de las pinturas de Tolkien, las facultades canoras de Lee Marvin? El genial bailarín Fred Astaire no pasará a la historia como el gran cantante que fue. La voz, en cambio, niega a Sinatra la entrada en el paraíso de los bailarines de bodevil americano. El Noam Chomsky lingüista oculta al filósofo, y el genio polidisciplinar de Abu Ali at - Husain ibn Abdullah ibn Sina sólo es conocido a través de la historia de la medicina como el médico Avicena.Pocos conocen a cierto fotógrafo llamado Santiago Ramón y Cajal.

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