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martes, 5 de noviembre de 2019

joyas de la naturaleza y joyas de la podredumbre por Kathleen Ryan




Hoy ofrecemos un trabajo artístico que nos habla acerca de nuestra percepción basada en contrastes. Contrastes que se basan en información ancestral de nuestros sentidos, que contrastaron desde sus inicios los indicios entre lo que es bueno o no es bueno para comer, por ejemplo, propiciándonos un sentido de la vista no sólo esteroscópico y tridimensional para no caernos de las ramas de los árboles, sino permitiéndonos además percibir la tridimensionalidad no sólo del espacio, sino de la posición de los objetos móviles en éste, algo propio de todo depredador de visión forntal, capaza de calcular el salto preciso para una captura. Lo curioso del caso es que los depredadores no suelen apreciar los colores, o lo hacen en un espectro muy limitado.

Sin embargo, nuestro pasado arborícola y frugívoro propició que nuestros ojos evolucionaran para ampliar las células fotosensibles que nos ayudaban a distinguir incluso de lejos la fruta madura, en connivencia con los propios árboles que generaron un código cromático con las especies que polinizaban sus flores o consumían sus frutos para diseminar sus semillas.
 
Observar el color de la fruta y de los vegetales en general nos ha hecho ser como somos, y, con el tiempo, apreciar los colores desde una perspectiva estética y artística, además de afinar nuestra apreciación visual hasta ejercerla artísticamente imitando las formas de la naturaleza. Por eso nuestro rango de contraste se ha ampliado hasta ser capaces de incluir en sus categorías el contraste entre naturaleza y artificio, cosa que el arte figurativo y el hiperrealismo se han encargado de afinar.

Hace ya tiempo que guardamos entre nuestros borradores las referencias al peculiar trabajo escultórico y, a la postre, pictórico, puesto que de color hablamos, de Kathleen Ryan. Su ámbito de trabajo, no obstante, no se calificaría como pintura ni como escultura en galería de arte alguna, y, aunque recurre a técnicas propias de la joyería, tampoco se puede decir que produzca piezas típicas de lo que esperamos adquirir en tal ipo de establecimientos, aunque lo cierto es que cada una de sus obras constituye una joya de la observación y un reto a renunciar a nuestras prerrogativas percepcivas, basadas en apreciar lo bello en relación a su adecuación para nuestro consumo.

Las obras de Ryan nos hablan de eso, de la belleza de lo vivo, de su riqueza cromática, de su riqueza de texturas y de su evocación de microuniversos, de biotopos de microorganismos que atávicamente hemos rechazado por cuestiones de salud e higiene. Hongos, mohos y otros signos de lo que denominamos podredumbre no son más que rasgos típicos del tránsito vital de los seres vivos cuando ceden su vida a los depositarios de su legado.

Nos resistimos a apreciar la belleza posible en los hermosos colores y texturas ópticas y táctiles de estas formaciones orgánicas porque nos señalan el final de aquella que invaden, que ya no es válida para su consumo, que pierde por tanto parte de sus atribuciones para albergar belleza sensorial más allá de lo meramente visual. Somos entonces esclavos de advertencias atávicas, pero sí apreciamos la belleza de las observaciones mesuradas de los artistas, cuando el artificio se antoja natural.

Nos gustan las flores y las frutas tan rematadamente hermosas y perfectas que parecen artificiales, de plástico, y preferimos las flores artificiales que parecen naturales por mostrar imperfecciones, por mostrarse etrenamente un poco mustias.

Kathleen Ryan nos habla de todo esto y además nos recuerda hasta qué punto, inmersos en la era digital, asumimos ver imágenes formadas por mosaicos de píxeles o cualquier otra unidad cromática que componga un conjunto que podamos apreciar como un todo o una unidad reconocible. Algo que ya habíamos observado en el caso de la esculturas de animales "pixelados" tridimensionalmente por Shawn Smith.

Ryan compone o cubre sus frutas y vegetales modelados con cuentas de colores, con pequeñas esferas de diversas medidas y colores que ofrecen una versión tridimensional del puntillismo de Seurat.

Esta apreciación analítica de su trabajo tal vez parezca un tanto excesivamente sesuda al contemplar estas piezas que tal vez sugieran sólo posibilidades decorativas, razonablemente amables o simpáticas en su guiño a la imperfección, como suele ocurrir con el arte hiperrealista cuando se limita a ofrecer sorpresas visuales o guiños al espectador.

Pero las piezas de Ryan sirven para algo más que para llenar un original frutero o servir de elementos de bodegón, ya que, al fin y al cabo, van más allá y reflexionan sobre el concepto y los límites de la "naturaleza muerta" a través de una apariencia de naturaleza viva. Incluso se podría decir que busca romper los límites entre organismo individual y organismo colectivo, compuesto por células individualmente o por miríadas de ejemplares, com en el caso de las formaciones de coral.

Indagando entre sus otros trabajos, ajenos a esta serie concreta, encontramos otros ejemplos bastante diferenciados de observación de las formas orgánicas, de inspiración en la mecánica y la dinámica de lo vivo, sin renunciar a sus posibles cargas simbólicas. Es por ello que acompañamos esta pequeña disertación con imágenes de algunas de estas obras para poner en contexto su serie de frutas podridas.

Por lo tanto, viendo el contexto de su obra artística, su joyería frutal elogiando la vida de los hongos y los mohos, su particular exaltación de la podredumbre y de la imagen de mapa de bits nos parece digna de observación a la par que contundentemente hermosa y atractiva desde una perspectiva mucho más superficial que no tiene porqué ser la única con que contemplemos su interesante trabajo que, como podéis comprobar, no está exento de experimentación material y formal, siempre marcado por una observación concienzuda de las formas de la naturaleza.
(Mafa Alborés)

Laura Staugaitis nos presenta así esta serie de la artista norteamericana en COLOSSAL (16 de octubre de 2019):

Las esculturas de frutas mohosas formadas a partir de piedras preciosas desafían las percepciones de la decoración y la descomposición




"Bad Lemon (Creep)" (2019). Todas las imágenes son cortesía del artista y Josh Lilley, Londres. Fotografías de Lance Brewer.

La artista Kathleen Ryan crea una conversación entre lo bello y lo grotesco en sus enormes esculturas de fruta cubierta de moho. La artista con sede en Nueva York utiliza piedras preciosas y semipreciosas como malaquita, ópalo y cuarzo ahumado para formar el simulacro de podredumbre verde común en cada fruta. Trabajando a escala mayor que la natural, Ryan crea una base de espuma, pintada rudimentariamente para trazar las áreas frescas y podridas en la superficie. Luego coloca individualmente cada piedra preciosa, con formas, tamaños y colores variados que emulan el cambio de lo deseable a lo desagradable. Los limones son sus favoritos particularmente, pero Ryan también trabaja con naranjas y peras, y cada trabajo a escala de 6 a 29 pulgadas. "Las esculturas son hermosas y placenteras, pero hay una fealdad y malestar que las acompaña", manifiesta Ryan al New York Times. (The New York Times.(


Ryan está expuesta por la galería con sede en Londres Josh Lilley, donde tuvo una exposición individual en 2018. Este año, Ryan exhibió su trabajo en exposiciones individuales en The New Art Gallery en Walsall, Reino Unido y en el Centro de Artes Visuales List del MIT (List Visual Arts Center) en Cambridge, Massachusetts, así como parte de  Desert X en Coachella, CA. La artista cursó estudios de Arte y Antropología en Pitzer College y recibió una Maestría en Bellas Artes de la U.C.L.A. Vean más de la amplia práctica artística de Ryan en Instagram y exploren más de su trabajo en el sitio  web de la Galería Josh Lilley.


















Enlaces:

https://www.instagram.com/katieryankatieryan/

https://www.thisiscolossal.com/2019/10/kathleen-ryan-moldy-fruit/

https://www.instagram.com/p/B2ekksLBx-2/?utm_source=ig_embed

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