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jueves, 21 de junio de 2012

Imaginar animales. Reproducir animales.




 Imaginar animales. Reproducir animales.

Quiero refrescarles la memoria acerca del tema central de este blog, dedicado a observar cuestiones que atañen a la divulgación del arte y la ciencia (especialmente la zoológica) a través de los distintos medios de repercusión social, y cómo de alguna manera siempre acaban generando distorsiones en la apreciación de los hechos a los que hacen referencia.

La mitificación de los rasgos físicos de los animales (por sus capacidades reales o por la abstracción de dichas cualidades -por ejemplo, alas para volar o alas para alcanzar una posición elevada del conocimiento o del espíritu) provoca distorsiones en las imágenes zoológicas que en último extremo constituiría ni más ni menos que el material básico para elaborar nuevas imágenes zoológicas: las inquietudes alimentan la fantasía creadora que nutre o contamina, según se considere, la exactitud descriptiva de dibujos, pinturas, fotografías, tomas cinematográficas, esculturas, reproducciones anatómicas, piezas de taxidermia, modelos animatrónicos, interpretaciones infográficas, programas de simulación de biotopos para el estudio de interacción de especies...en fin, de toda suerte de recursos relacionados con el arte para representar a los animales en los medios de divulgación científica no especializada, es decir: pensada para conectar con la sensibilidad del gran público. Las diferencias entre las representaciones y sus referentes naturales no son siempre del todo aprehensibles, pero en todo caso señalarían tendencias culturales, más evidentes observando las diferencias entre las propias representaciones, ya que no siempre tienen un referente real, o tienen más de uno.
Amor y miedo, decía David Hockney, son los motores de la humanidad. Lo afirmaba en una entrevista para un programa de TVE, y, ante tal aseveración, la entrevistadora, Paloma Chamorro, le sugería añadir el odio. El artista, sin embargo, consideró que el odio no es más que una derivación, una de tantas manifestaciones del miedo. Atracción o rechazo. Amar o temer, no hay más. Léase buscar o evitar, reverenciar o prohibir, sólo el objeto directo de estas acciones (o, mejor dicho, actitudes) varía con las circunstancias, con el grado de conocimiento y/o dominio de los pros y contras de las fuerzas de la naturaleza.
Amor y miedo traducidos antropológica y socialmente en señales simbólicas, tótems y tabúes, bases de cualquier criterio de designación de lo bueno y lo malo, de los animales sagrados y de los malditos.
Para los padres de la Historia Natural del s. XVIII, las criaturas míticas de la tradición occidental (Leviatán, esfinge -vía tradición oriental-, quimera, behemot, unicornio...) son casi todos mamíferos por demás inexistentes (el leviatán, y, asimismo, los cetáceos que casi sin duda estaban tras el mito, eran catalogados como peces). Los habitantes de la tierra conocida pasarían, pues, por bestias comunes, ganado.
Sin embargo, los animales inexistentes, que en tiempos de Aldrovandi aparecían mezclados con los menos conocidos como si realmente existieran, son fruto de una necesidad cultural que los convierte en una fuente de especulación seductora y difícilmente eludible.
Un animal lejano en el espacio no era ni más ni menos que cualquier cosa lejana a la realidad empírica. La palabra y el dibujo eran los medios más difundidos para acercar acontecimientos, tierras y personajes de otros tiempos y lugares. La realidad a través de las páginas de los bestiarios adquiría cierta cualidad de verdad dogmática ya otorgada al texto escrito, especialmente el impreso por sus dotes de omnipresencia.


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