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jueves, 14 de junio de 2012

El Arte de la Enseñanza y la Enseñanza del Arte.

Transcribo la carta de una docente: 


DERECHOS,QUE NO PRIVILEGIOS

Según el Diccionario de uso del español de María Moliner, privilegio es la excepción de una obligación, o posibilidad de hacer o tener algo que a los demás les está prohibido o vedado, que tiene una persona por una circunstancia propia o por concesión de un superior. Por el contrario derecho es la circunstancia de poder exigir una cosa porque es justa.Soy funcionaria, me dedico a la docencia y trabajo en un instituto de educación secundaria, en este país. Y no, yo no tengo privilegios.

El sueldo que cobro es un derecho que me gano honradamente con mi trabajo. Está regulado por un convenio en el que participan y firman todas las partes interesadas. Es transparente, cualquier ciudadano puede saber lo que cobro. Hacienda conoce perfectamente mis ingresos, en mi declaración no cabe el fraude ni la picaresca. Mis ahorros, pocos, están en entidades bancarias completamente controladas por el estado, y no en paraísos fiscales. Me levanto todas las mañanas a las seis y media para ir a trabajar. Cuando regreso estoy cansada, porque, aunque no lo parezca, este oficio es agotador. Diariamente doy cuenta de mi trabajo primero a mis alumnos y por supuesto a sus padres, luego a mi director y si es preciso al inspector de mi zona, porque yo sí tengo jefes. Obtuve mi puesto de trabajo aprobando una oposición, que por si alguien no lo sabe, es una prueba muy dura, y no hubo “enchufismos” de ninguna clase. Si tengo que ir a trabajar en coche, el vehículo es propio y pago la gasolina, yo no tengo coche oficial ni chófer. Si he de quedarme a comer, me pago la comida, yo no cobro dietas. El café y el almuerzo corren por mi cuenta, y hasta los bolígrafos rojos que gasto para corregir los ejercicios de mis alumnos, los compro con mi dinero. Los libros de texto y de lectura que necesito para trabajar, de momento, nos los ceden, gratuitamente las editoriales, tampoco les cuestan un euro a la Administración.

No, yo no tengo privilegios. Alguien podría pensar que disfruto de un mes de vacaciones más que el resto de mortales. Pero durante el curso escolar trabajo prácticamente todos los domingos, y cuando no trabajo en domingo es porque lo he hecho en sábado. Si cuentan todos estos días, verán que suman más de 31, que son los que tiene el mes de Julio. Cuando llevo a mis alumnos de excursión o de viaje, les dedico las 24 horas, dejando a mis hijos y a mi familia.

No, yo no tengo privilegios. Y sin embargo me siento privilegiada. Sí, me siento privilegiada porque considero que mi trabajo es muy importante y valioso y realizo un servicio social. Me siento privilegiada cuando veo crecer y madurar a mis alumnos, los veo superar sus dificultades y aprender, y yo estoy ahí ayudándoles, aunque solo sea un poquito. Me siento privilegiada cuando mis alumnos me saludan por la calle, casi siempre con una sonrisa y cuando hablo con sus padres con la cordialidad propia de quienes comparten objetivos. Me siento privilegiada cuando encuentro a antiguos alumnos y me hablan de sus vidas, de sus éxitos y sus proyectos. Y sobre todo me siento privilegiada porque trabajo rodeada de extraordinarios profesionales que se dejan la piel día a día para llevar a buen puerto esta nave que la Administración se empeña en hacer zozobrar.

Sí, estos son mis privilegios, pero puedo asegurarles que no le cuestan ni un euro al contribuyente.

Con todo, no crean que quiero ponerme medallas, nada más lejos. En el fondo me siento como el siervo inútil del Evangelio, al fin y al cabo solo cumplo con mis obligaciones. Pero es importante no confundir derechos con privilegios. Los recortes en Sanidad y Educación, son recortes en derechos y no en privilegios. Que no os confundan. No veáis enemigos donde hay amigos, ni verdugos donde hay víctimas como vosotros. Confundir es un arma de poder para camuflar al verdadero culpable.

Con todo lo que está cayendo sobre los docentes, lo que más me duele no es la pérdida de poder adquisitivo, sino el menoscabo moral al que se nos está sometiendo. Solo pido a la sociedad, respeto. A los políticos, honestidad, porque muchos han olvidado el significado de esa palabra, si es que lo conocieron alguna vez. También les pido valentía, porque pisotear al débil es de cobardes. Los culpables de esta crisis son mucho más poderosos que nosotros y sí tienen privilegios, que lo paguen ellos. Por la dignidad del docente, que es lo que no nos pueden quitar.



Se pueden añadir matices, sin ánimo de dramatizar. En esta misiva se denuncia con franqueza la confusa percepción social de dos tópicos mal entendidos: el desprecio hacia el funcionario (como si todos fuesen chupópteros negligentes con sueldos y condiciones laborales priviegiadas -un cartero es un funcionario del estado, puede usted consultar su sueldo e imaginar si su mundo es de privilegio o no-) y el desprecio hacia los profesores (y me atrevería a decir que al mundo de la enseñanza y a la escuela en general).


Nadie piensa que existe el funcionario interino, es decir, sin un puesto de trabajo fijo y sin derecho a liquidación cuando su plaza es ocupada por un funcionario o por un interino de más antigüedad (existe una condición más desdichada, que es la del sustituto, aunténtico luchador de supervivencia). Tampoco piensan que existan docentes de ciclos profesionales y artísticos, por ejemplo, que defiendan sus interinajes impartiendo módulos, o asignaturas, si les parece más comprensible, que no se corresponden a la especialidad de su contrato, que a menudo no se corresponde con su titulación, que en realidad les había capacitado para otra cosa. Yo, después de haber bregado con todo tipo de oficios artísticos y menos artísticos, y por tanto duros y mal remunerados (no entiendo el término mileurista como victimista, porque tardé mucho en cobrar poco menos de mil euros en pesetas, y eso trabajando muchas horas, en más de una actividad profesional y casi sin fines de semana libres, y me pareció un gran logro) conseguí inesperadamente entrar en la exclusiva y selecta rueda de la lista de interinos para enseñanzas artísticas en Cataluña (7 escuelas de Artes Plásticas y diseño en todo el territorio, sólo dos impartiendo el ciclo de fotografía artística, mi especialidad más coherente con mi preparación -hablaremos de títulos, especialidades y capacitaciones en otro momento-).


La compañera que suscribe la carta transcrita, a la que desconozco, pero sin duda comprendo, menciona, además, muy brevemente, lo duro que resulta preparar y superar un proceso de oposición. No menciona lo duro que es no superarlo pese al esfuerzo, por la exigua cantidad de plazas ante un gran número de opositores. Tampoco explica, a quien no sabe de estos temas o no le interesan, que ese esfuerzo es ineludible porque estamos obligados a concursar para mantenernos en las listas de interinos y conservar nuestro puesto de trabajo, o al menos uno similar, en algún lugar no muy lejano del anterior o de nuestro domicilio. Ni siquiera critica las condiciones del proceso de selección, o los criterios, o la inabarcabilidad de los temarios (por cierto, prácticamente inexistentes publicados u organizados, en el caso de las especialidades artísticas). Prácticamente no se queja de lo que nos aqueja como docentes específicamente, sino como trabajadores cuyo esfuerzo y labor social no es reconocida e incluso injustamente tergiversada.


El panorama para los artistas plásticos y profesionales de la imagen en todas sus facetas está difícil y lleno de obstáculos. Basta con observar la vida de los docentes de campos artíticos (Bachillerato Artístico, ciclos artísticos de grado medio y superior, licenciatura en bellas artes...). Quien más quien menos ha de actualizarse en aplicaciones digitales relativas a su actividad concreta o su campo docente específico (fotografía, ilustración, volumen, diseño gráfico...).
Lo curioso es que los de cierta generación, vimos cómo entraban las tecnologías analógicas y digitales en nuestros estudios artísticos. Los escogimos para no quedarnos atrás, para estar al día, con un sentido práctico, profesional, y descubrimos que a duras penas los responsables de impartirnos aquellas materias eran capaces de gestionar el mantenimiento de las mesas de edición de video (ya absolutamente obsoletas) o de los platós de fotgrafía (si es que disponíamos realmente de alguno)
Amparados en la novedad de las especialidades de Imagen, los profesores eran a menudo ajenos al mundo de los estudios artísticos, y, lejos de refrescar los aires del academicismo artístico, lo enrarecían aún más con un producto pseudotecnicista que no empatizaba con la mayoría de los que habían entrado en dichos estudios "por amor al arte". El resultado: ningún licenciado en Bellas Artes especializado en Imagen o en diseño era visto como un buen técnico para acceder al mundo de la fotografía, el cine, el diseño gráfico o el video, por su titulación académica. Casi mejor era ocultarla y demostrar tu valía en la praxis. No obstante, el título reza, en principio, una cierta capacitación para estos medios que en realidad nadie nos había facilitado, ni a través de unos medios adecuados (argumento más frecuente entre nuestros profesores) ni a través de esfuerzo alguno por parte de los responsables docentes, quienes se adaptaban al perfil medio del estudiante de bellas artes, ni de letras ni de ciencias, interesado por muchas cosas y dedicado aplicadamente a casi nada, y se limitaban a desarrollar con mayor o menor fortuna unos contenidos lejos del alcance de la mayoría de los participantes.
Sin embargo, hoy día, algunos de aquellos estudiantes han llegado al mundo de la docencia y se encuentran prolongando esa desigualdad entre las aspiraciones de los programas académicos, la capacidad y preparación de los docentes para desarrollarlos y las aptitudes/actitudes y escasa preparación previa de sus alumnos, con el agravante de la brve vigencia de los recursos digitales para cada diferente actividad. Nos pasamos la vida intentando actualizarnos para ser dignos de nuestras plazas docentes, siempre con la sensación de estar unos pasos atrás, habiendo demostrado muchos nuestra valía en el terreno profesional "de verdad" y aprendiendo algunos los recursos propios de la simulación académica, por no hablar de los múltiples contenidos posibles según las muy diferentes especialidades que nos podemos llegar a ver obligados a impartir. Nos pasamos años resolviéndonos por nuestra cuenta todos estos problemas, y de paso solventando un servicio cultural, académico y profesional de carácter público, hasta que un buen día, nuestros superiores invisibles e inaudibles deciden que es hora de demostrar que éramos dignos o no de cobrar nuestros sueldos y aprobar unas opsiciones largamente esperadas (no sé por ni para qué). 
El verano del 2008, después de años de resolver dicha papeleta al ministerio de educación, éste pone en duda su antigua y por lo visto irreflexiva decisión y nos lleva a ese extraño cadalso disfrazado de gimcana psicológica. En el caso de la especialidad a la que yo optaba, fotografía, un número de plazas muy reducido, inferior al número de candidatos con posibilidades y con experiencia, pero ni por asomo de modo tan abrumador como en las especialidades de secundaria. Por mi relativamente breve experiencia docente (hacía 15 años que no se convocaban) el esfuerzo fue en vano, y tres años después, por compromiso adquirido y en un momento económica, académica y administrativamente inoportuno, se volvieron a convocar. Nada de la tres plazas de maestro de taller de fotografía que no se cubrieron en la anterior. Tan sólo una única plaza de fotografía, y volver a pasar, pese a todo, por el agotador proceso, para defender como mínimo la permanencia en el circuito de profesores interinos, para seguir actualizándome en aplicaciones gráficas y de fotografía digital, en tecnología y técnica fotográfica, en aplicaciones de programación y gestión académica, en aplicaciones correspondientes a módulos no correspondientes con mi especialidad específica pero que he tenido que impartir por imperativos de la organización del centro, y, sobre todo, por ofrecer el mejor producto posible al estudiante, porque así querría haber recibido dicho servicio cuando yo mismo era estudiante, porque así se lo quiero ofrecer a mis alumnos, porque así quiero que lo reciban mis hijos, porque así creo que ha de ser la enseñanza, que ha de ser un derecho, y por tanto pública.

La enseñanza no puede ser un negocio, y si lo fuese, sólo sería entendible en razón de su rentabilidad social, no privada. La enseñanza privada sólo se puede entender como un negocio o como un modo de adoctrinamiento minoritario, excluyente y clasista.
La actual crisis económica parece ser la excusa perfecta para recortar en los recursos más importantes de la sociedad: la sanidad, la enseñanza y las prestaciones sociales.


Con un sistema educativo público descuidado y sin recursos, la enseñanza privada puede permitirse bajar la calidad de su producto, sin renunciar en muchos casos a la subvención, y seleccionando de entre las clases sociales privilegiadas los futuros profesionales especializados y académicos, cada vez más alejados del mundo de los trabajadores sin estudios.


¿Seguiremos reflexionando?

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