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lunes, 25 de junio de 2012

La boca del cachalote, una vez más.


Recientemente esta imagen de un cachalote varado en costas puerto riqueñas ha viajado por la red. Me llama la atención el punto de vista escogido, que nos remite a un nuevo paradigma de reconocimiento de esta especie y a una búsqueda consciente, por parte de los nuevos medios de sorprender al público desacostumbrado a las proporciones reales de la larga y estrecha mandíbula del que pasa por ser el mayor depredador del planeta, concepto erróneo si pensamos que una ballena azul es el mayor animal del que se tiene notocia en todas las eras biológicas. La distorsión se debe, en este caso, en no considerar depredación el consumo de krill, considerado una masa de alimento similar a los pastos que consumen los herbívoros, pero el krill es un pequeño crustáceo, un animal, por minúsculo que sea individualmente, y por tanto su consumo es un acto de depredación, aunque se antoje, aparentemente, menos violento que las míticas luchas de los cachalotes contra los calamares gigantes del género architeutis.
El rescate de la imagen viene a colación de entradas anteriores en las que nos referíamos a las escasas ocasiones en que el cachalote es representado gráficamente de modo que quede claro lo estrecha que es su mandíbula inferior y su boca.
La imagen genérica o recurrente de ballena es ficticia: posee dientes en ambas mandíbulas (el cachalote sólo los tiene en la inferior) y una amplitud semejante a la de la boca de ballenas sin dientes o a la de otros odontocetos completamente diferentes como son las orcas. Así se la representa, como digno monstruo heredero del leviatán o del mito de Jonás, en las antiguas ilustraciones asociadas al cuento de "Pinochio", y así se representa en la película de Walt Disney. Este modelo de cachalote de boca ancha, aunque inexistente en la realidad, ha sido propiciado por una cierta preferencia, por parte de ilustradores y dibujantes naturalistas, a presentar una perspectiva del animal que pudiese sugerir una vista en escorzo de la boca del animal para inducir a la creencia en una forma de media luna capaz de abarcar un cuerpo humano completo.
Lo cierto es que un cachalote sólo podría ingerir a una persona tras trocearla, y las ballenas con bocas lo suficientemente anchas carecen de dientes, y su garganta es demasiado estrecha para tragarse un cuerpo humano entero.

 
 Imagen 2:
"Cachalote varado en la costa holandesa"
(extraído de M. Pinault: "The painter as naturalist")
El artista, que realizó este dibujo a pluma y tinta sepia en 1598, realizó con tanta fidelidad la musculatura que acentuó la comisura de la boca hasta el extremo de aumentar ópticamente la potencial abertura de la misma hasta convertirla en descomunalmente monstruosa sin llegar en cambio a traicionar la exactitud de los claroscuros empleados.
A menudo nos resulta fácil achacar a desconocimiento zoológico o impericia estas distorsiones en las imágenes de animales, como si los artistas de tiempos pasados no observasen con exactitud aquello que les rodeaba.
Rubens copiaba rubios para ilustrar los delfines sobre los que cabalgaban sus tritones y sirenas, pero aunque no hubiese visto nunca un delfín, para él no era sino un pez grande al que había que tratar con realismo para que la escena fantástica se hiciese realidad. ¿Qué decir si no de la exactitud fotográfica con que Jan van Kessel the Elder (1626-1679) dibuja a lápiz y tinta sepia la magnífica lámina de una rana arborícola muerta?.











La interpretación [1] de la vista ventral del cachalote, aunque errónea, aparece en multitud de ilustraciones naturalistas por una combinación de preferencias gráficas y culturales. A un gran animal ha de corresponder una gran boca.
La auténtica estrechez de la boca del cachalote parecería mal dibujada, no sería asimilable a la preconcepción imaginaria del animal, de su, digamos, verdad conceptual, por lo que el exacto dibujo de su boca no parecería verosímil, un conflicto que queda resuelto aumentando la amplitud de las mandíbulas de la criatura.
Tanto es así que incluso podemos encontrar las dos versiones en el mismo animal: es el curioso caso de la ilustración de Hendrick Goltzius (1558-1616) sobre la aparición en costas holandesas de un cachalote cuyo cadáver quedó expuesto en la playa, llena de multitud de curiosos (una dama y dos caballeros se entretienen midiendo el desparramado pene del animal por el que trepa otro personaje para reunirse con otros dos que ya se hallan en la parte más alta, junto a la aleta pectoral, comenzando a descuartizar la bestia con un hacha más pequeña que el ojo del cahalote), y en contraste con la verosimilitud anatómica del cetáceo, el escorzo de su mandíbula superior la hace parecer una media luna imposible, mientras que el más exacto dibujado de la mandíbula inferior parece entonces el muy acentuado escorzo de un semicírculo, cuando no es sino la concisa vista del estrecho y largo maxilar inferior de un cachalote en cuya boca, en un oportuno ángulo en el que, abierta de par en par, nos muestra el paladar, cabría en su interior uno cualquiera de los caballos que vemos a la derecha del cuadro. Y, repetimos, se trata de una cavidad muy estrecha por la que apenas cabría un hombre (además, Jonás lo tendría difícil para pasar entero por la garganta).







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Ilustración de una ballena hecha por Johann Anderson (1674-1743), hijo del dueño de un ballenero de Hamburgo, Alemania. Desarrolló un sistema para clasificar especies de ballenas e hizo estimaciones de las variedades marinas comerciales, que serían la base de estudios posteriores en biología pesquera.  Este material figura en la Biblioteca Digital Mundial.   Fuente: Biblioteca Digital Mundial (www.wdl.org).

















Simpatía y subjetividad.
No será sino más adelante cuando nos adentremos en profundidad en éstos y otros ejemplos, no sin antes mencionar la cuarta forma de semejanza que, casi siempre, se mostrará la más caprichosa e imprevisible, sobre todo desde el exterior del marco cultural que la genere: la simpatía. En el juego establecido por las simpatías no existen caminos predeterminados, ni distancias presupuestas, ni encadenamientos prescritos, nos dice Foucault. Juega en estado libre en las profundidades del mundo. En nuestra cultura es la simpatía la que "suscita el movimiento de las cosas y suscita los acercamientos más distantes".
Las cualidades que acercan a las cosas por simpatía están más en nuestro modo de ver las cosas que en ellas mismas; por su implícito principio de la movilidad "atrae lo pesado hacia la pesantez del suelo y lo ligero hacia el éter sin peso; lleva las raíces al agua y hace girar, con la curva del sol, a la gran flor amarilla del girasol". Y aunque en principio los significados de las cosas relacionadas por simpatía se completan mutuamente, corren también el riesgo de identificarse mutuamente, y, por tanto, de transformarse en algo nuevo. Foucault vuelve a señalarnos como ejemplo la obra "Magiae naturalis" de G. Porta:

"Es más, al atraer unas cosas hacia las otras por un movimiento interior -un desplazamiento de las cualidades que se relevan unas a otras-; el fuego, por ser cálido y ligero, se eleva en el aire hacia el cual se enderezan incansablemente sus llamas; pero pierde su propia sequedad (que lo emparienta con la tierra) y adquiere así una humedad (que lo liga al agua y al aire); desaparece después en ligero vapor, en humo blanco, en nube: se ha convertido en aire. La simpatía es un ejemplo de lo Mismo tan fuerte y tan apremiante que no se contenta con ser una de las formas de lo semejante; tiene el peligroso poder de asimilar, de hacer las cosas idénticas unas a otras, de mezclarlas, de hacerlas desaparecer en su individualidad- así, pues, de hacerlas extrañas a lo que eran. La simpatía transforma".

Tal vez sea esta capacidad transformadora de la simpatía la que genera o sustenta la necesaria compensación de su figura gemela, la antipatía, ya que, como apunta Porta, si no se nivelara su poder, el mundo se reduciría a un punto, o ,como especifica Foucault, a la melancólica figura de lo Mismo: todas sus partes tenderían unas a otras y se comunicarían entre sí sin ruptura ni distancia, como las cadenas de metal, suspendidas por simpatía del atractivo de un imán".
No quiero terminar con este apartado sin poner ejemplos oportunos de enlaces por antipatía. El mismo Foucault nos ofrece el primero, extraído de la obra de J. Cardano "De subtilitate rerum" ("De la sutilité",1656-trad. francesa-p.154)

"Es cosa bien sabida que existe odio entre las plantas... se dice que el olivo y la vid odian a la col; el pepino huye del olivo...Si se sobreetiende que se cruzan por el calor del sol y el humor de la tierra, es necesario que todo árbol opaco y espeso sea pernicioso para los otros, lo mismo que el que tiene mucha raíz"
"La rata de la india es perniciosa para el cocodrilo pues naturaleza se lo ha dado por enemigo; de tal modo que cuando el feroz se goza al sol, le tiende una trampa con sagacidad mortal;dándose cuenta de que el cocodrilo, adormecido en su deleite; duerme con el hocico abierto, se mete por allí y se cuela por el largo gaznate hasta el vientre, cuyas entrañas roe y sale por fin por el vientre de la bestia muerta".
"Pero, a su vez, todos los enemigos de la rata acechan: ya que está en discordia con la araña y <>. Por medio de este juego de la antipatía que las dispersa, a la vez que las atrae al combate, las convierte en asesinas y las expone a su vez a la muerte, sucede que las cosas, las bestias y todas las figuras del mundo siguen siendo lo que son".

Alguno de los ejemplos que podríamos añadir sería cualquier narración de Brehm, o los documentales zoológicos producidos por Walt Disney en los años cincuenta y sesenta. Baste con mencionar el repugnantemente peyorativo concepto que se ofrece de la hiena en la película "Los animales son gente maravillosa", escrita, producida y dirigida por Jamie Uys (el filme era distribuído en nuestro país por Warner con una presentación de Félix Rodríguez de la Fuente, hábil manipulador de los papeles como héroes y villanos de los distintos protagonistas de sus exitosas producciones, sin entrar en su calidad como naturalista, no cabe duda de que hablamos de un gran comunicador, de la talla de Durrell, Attemborough o Cousteau).
En estos casos se traslucen simpatías y antipatías subjetivas, humanas. A veces se repite el esquema que muestra varias especies animales en relaciones de simpatía positiva o negativa, pero casi siempre tomando partido por una de ellas a partir de afectos relativos a nuestra propia animalidad.
Pero esto no quiere decir que hablemos de casos aislados dependiendo de cada producción gráfica concreta. Existen ejemplos que pertenecerían a las evidencias científicas incapaces de solapar las connotaciones de sus mensajes.
Un ejemplo clásico lo encontraríamos en la supervivencia de la especie "pikaia" (considerado análogo en organización anatómica al actual anfioxo) entre los muchísimos organismos extintos tan fascinantes o ignorables como este remoto vermiforme, si no fuera porque se considera a Pikaia como predecesora de todos los vertebrados. Es inevitable que su supervivencia sea rememorada en términos un tanto dramáticos, un buen recurso para mantener la atención de los miles de lectores del prolífico Stephen Jay Gould, por ejemplo (en un fascinante artículo sobre la fauna extinta de Ediacara), o de los espectadores del documental sobre la extinción de Anomelocaris, importante "enemigo", depredador, de Pikaia, producido en 1995 para NHK Tele Image por Beatrice Leproux. En este documental se insiste sobre un hecho: la línea evolutiva de Pikaia prosperó, pero la de su ancestral enemigo, Anomelocaris, no. Ambas especies completan mutuamente sus respectivas connotaciones para ser claramente identificadas.
Este documental es también interesante por la narración sobre el descubrimiento de Anomelocaris, cuyos fósiles fraccionados hacían pensar en dos especies diferentes: por un lado su boca (similar a la disposición de un diafragma fotográfico) era confundida con alguna especie de equinodermo, mientras que sus apéndices captores semejaban crustáceos, por su semejanza estructural con cierto tipo de camarones.
La paleontología se enfrenta a menudo con problemas de este tipo porque los fósiles son como huellas superficiales, son imágenes fantasmales en los que resulta difícil encontrar órganos concretos (no habría dudas de la confirmación de tal o cual configuración como "boca" si hubiese forma de ver el tracto digestivo que encontraríamos en el interior de estos mudos testimonios pétreos. El documental de Leproux juega con una moderna analogía bien asentada que acerca Biología a Ingeniería: la analogía entre animales y máquinas, recientemente completada por la analogía entre los programas genéticos y los informáticos. El documental nos muestra la recreación, en un centro de investigación robótica, de Anomelocaris, o cuando menos de su disposición anatómica, demostrando la eficacia motriz de ésta, consistente en una serie de aletas dispuestas en hilera en ambos flancos. El arte aplicado a la ciencia nos muestra este pequeño gran monstruo de una época mítica de la creatividad de la Naturaleza: el Cámbrico, en la que una gama pasmosa de posibilidades anatómicas se dieron cita en un mar ancestral. Los estudios de infografía animada nos muestran el aspecto físico aproximado de Anomelocaris, convenientemente hipertrofiado de una credibilidad poderosamente subrayada por el pequeño robot desplazándose por una piscina, demostrando, además, que con sólo cambiar el orden de las contracciones musculares Anomelocaris poseía la posibilidad de avanzar hacia delante y hacia atrás.
Será muy difícil olvidar esta imagen de Anomelocaris cuando una renovación hipotética de datos ofrezca un cambio sustancial en el aspecto físico del animal. Lo mismo ocurrió mucho más rotundamente con el grabado del rinoceronte de Albrecht Dürer desde su realización en 1515 hasta el s. XVIII, sirviendo de modelo reinterpretado por gran número de ilustradores incluso en obras de marcada exclusividad científica.
Manuel Barbero nos recuerda que el problema no se limita a las analogías orgánicas del animal con otros animales sino de las diversas partes de su cuerpo con otras cosas reconocibles gráficamente.

"Se pensaba que el animal era tal y como aparecía representado, es decir, con los errores que cometió Durero; cuerpo escamoso, un cuerno extra donde comenzaba el arrea. Como los 'Tratados de pintura' y la propia necesidad aconsejaban copiar, podían repetirse una y mil veces aquellos errores que cometía el original".

Barbero continúa su argumentación recordando el capítulo cuarto del libro 25 de la "Historia Natural" de Plinio, que advierte al lector-espectador del libro y sus imágenes ya que éstas, complejas en su confección, exigen distintos grados de sabiduría que varían en su confección, exigen distintos grados de sabiduría que varían de un artista a otro, poniendo en peligro la similitud con el original.
Y es que el problema de ver una imagen lleva implícito el problema de recordar, reconocer elementos y otorgarles un sentido. Somos sensibles como cualquier otro animal a los superestímulos, de hecho no paramos de fabricarlos. El superestímulo ratifica la preferencia más por el propio estímulo que por el significado que conlleva.
El pollo de gaviota es atraído por la mancha roja del pico de su madre. Esta mancha podría interpretarse como una señal de "si tiene hambre pulse aquí y la comida será servida", sin embargo parece ser que el significado, cuando el pollo tiene hambre, es sencillamente "pulse aquí (sea como sea)". La comida vendrá después. La efectividad del proceso y su importancia vital justifican su simpleza.
El estímulo varía de intensidad significativa proporcionalmente a su intensidad cromática. Un palo de madera pintado de rojo chillón es más llamativo para un pollo de gaviota que la honrada y humilde mancha natural de su madre. Karl Von Frisch y Niko Tinbergen aclararon ya muchos conceptos a este respecto. Innumerables ejemplos del mundo animal nos dicen a través de la psicología de la percepción cuán animales somos, cuán necesitados de gamas de superestímulos para medir los que se confunden con el fondo de estímulos de todo tipo.
Las técnicas publicitarias se sirven constantemente de este tipo de estímulos abstraídos e hipertofiados. Manuel Barbero también menciona un ejemplo con gaviotas (basándose en J. Sparks, "Vida y costumbres de las aves", Toledo 1980,p.10) víctimas en este caso de un superestímulo en forma de huevo, un superhuevo que exagera los rasgos visuales de un huevo de gaviota (color, forma, tamaño, marcas, textura óptica...). En qué medida estas señales son reconocidas tras una experiencia propia o tras las experiencias de nuestros antecesores genéticos es un problema que genera una arcaica intuición de una condición biológicamente limitada, molesta.

"Tanto en el caso del animal como en el del humano la capacidad de reconocer formas pueden ser instintiva o por experiencia [...] Tendemos a relacionar lo representado con su representación llegando a dar, en algunos casos, igual importancia a los dos"
(Barbero, íbidem).

Cuando reflexionamos acerca de la eficacia de nuestro mundo de imágenes como réplica "manejable" del mundo real (siempre mítico, siempre ignoto), de difícil acceso, encontramos en las reproducciones de animales la señal de un "pecado original": El caso animal incluye al humano, pero el humano quiere renunciar a su animalidad específica, poniéndole un nombre clasificatorio hiperafectado, saturado de reconocimiento, paradójicamente engañoso: "homo sapiens sapiens".
La oscuridad es el escenario ideal para que nuestros estímulos extravisuales se manifiesten en forma visual, que no ha de ser exclusivamente óptica. Las sombras, de difícil aprehensión, son sustituídas por recuerdos y presagios, miedos y afectos. La relación existente entre estímulos (desmenuzados y guardados en ese ambiguo receptáculo del instinto) y sus reconstrucciones imaginarias (los significativos acicates de nuestro comportamiento, los arquetipos jungianos) se pone de manifiesto en los momentos en que nuestros sistemas de percepción acusan la espera de una sorpresa, un superestímulo que rompa la ausencia de datos perceptivos útiles; es un imperativo para el cerebro, sea de un animal humano o de un animal felino, reconstruir reconocibles aún rellenando los huecos con material antiguo. Es algo inherente al propio proceso de reconocimiento.
La serenidad del felino en la oscuridad se debe a que su oscuridad es menos intensa: lentes de mayor calidad, "diafragma" más sensible, pero, sobre todo, equitativa utilización de sus sentidos extravisuales (principalmente oído y olfato) que en nuestro caso sufren la atrofia de quien ha anulado ancestralmente la oscuridad a través del fuego (sea en forma de hoguera o de bombilla eléctrica). En la penumbra vemos lo que queremos o bien tememos ver; reconstruimos nuestras propias espectativas dejando a nuestras sensibilidades más ignoradas trabajar por su cuenta. ¿Qué decir, si no, de las enseñanzas del estereograma? Las ilustraciones en 3D de puntos aleatorios (¡el "libro mágico"!) nos muestran la colaboración entre ojos y cerebro, pero no todos tienen la paciencia para esperar a que actúen por su cuenta, y quieren anticiparse a la imagen impresa.
El traje nuevo del emperador del cuento de H. C. Andersen, invisible para los necios (para los socialmente bajos, los sin linaje, sin memoria genealógica) es invocado, como ya hemos apuntado, en cada estereograma, cuya imagen es accesible para unos y no para otros, que excusan su escasa paciencia (para esperar a un despiste de "enfoque automático" de su cerebro) con defectos ópticos que casi nunca impiden el enfoque simultáneo de las dos imágenes "ocultas" para engañar a la vista con la sensación de tridimensionalidad.
Es también frecuente que aquel que es invitado a ver un estereograma por primera vez sin la ayuda de un estereoscopio se fuerce a ver lo que espera. Decidle que representa un águila volando y creerá ver el pico o las alas aunque se trate de otra imagen. Es significativa, también, la certeza del que sí ha visto la imagen camuflada acerca de la sinceridad del neófito que sabe de la existencia de la ilustración de la masa de manchas y puntos sólo por una cuestión de confianza (¿o preferiríamos decir fe?).
No sólo el miedo a la oscuridad genera imágenes potentes. El miedo sólo puede generar estereotipos del miedo, necesarios para la supervivencia, tanto más efectivos cuanto más llamativos, cuanto más reconocibles. Una imagen siempre remite a otras que remiten a una generatriz con las que se fusiona de algún modo en el cerebro.

"Es la razón la que señala la diferencia entre imagen y realidad. Y esta razón viene determinada por la cultura y el conocimiento, que a su vez vienen señaladas por el momento histórico. Son los sentidos los filtros físico-químicos que conducen las impresiones de lo real al cerebro donde son analizadas. Quien consigue engañar a los sentidos tiene bastante conseguido en el camino de engaño al cerebro"
(Barbero, M.,"De lo imaginario representado")

Leonardo da Vinci dice que "si de noche nuestro ojo se sitúa entre la luz y el ojo de un gato, el ojo parecerá de fuego" ("Cuaderno de notas", Planeta-De Agostini, Barcelona 1995).El problema que nos ocupa tiene que ver con este tipo de enunciados, cómo recibirlos y cómo repetirlos sin tergiversarlos, sin trasladar el fuego directamente a los ojos del gato, convertido así en algo excepcional, algo digno de ser mostrado, en monstruo.
La descripción del Leviatán de la Biblia dice que "en torno a sus dientes está el terror"; el gran pez, asimilado a la ballena (de las cuales sólo los odontocetos como cachalotes, delfines, marsopas y orcas poseen dientes y no barbas filtrantes) unifica el miedo atávico al depredador y al medio inhóspito.
Los monstruos marinos o acuáticos siempre remiten a este esquema; sin embargo, la longevidad de una imagen preña a ésta de añadidos simbólicos, culturales. El leviatán simboliza al infierno abriendo su puerta, su propia boca. Es ya imposible pretender que el leviatán se ajuste a animal viviente alguno, pero el poder de la imagen de su gran boca persiste en las imágenes de cachalotes de una forma frecuente y muy significativa.
El cachalote es uno de los pocos grandes cetáceos con dientes (y no con barbas filtrantes). Se espera de él, en cierto modo, que sea capaz de encarnar al monstruo marino capaz de tragarse a un hombre entero (ninguna especie de ballena podría, de hecho-puede que Jonás fuese muy pequeñajo-).
Existe un modo sencillo de conseguirlo, al menos en apariencia; aumentar el tamaño de su boca, al menos gráficamente, como reflejo del conspicuo "aumento" del tamaño de su cabeza frente a otras especies marinas de análoga disposición anatómica (peces y otras especies de ballenas).




Transcribo una noticia de mundo animal realacionada con nuestro comentario:

Presentan una ballena de presa con los dientes más grandes jamás hallados

Publicado el 02 julio 2010 por Jordiguzman
Paleontólogos de los Museos de Historia Natural de Roterdam, París, Pisa, Lima y Bruselas y de la Universidad de Utrech han participado en el descubrimiento y la descripción del Leviatán Melvillei, una ballena de presa del Mioceno con dientes gigantescos. La descripción científica oficial de esta nueva especie (extinta) con los dientes más grandes jamás hallados se publica hoy en la revista Nature.
El monstruo marino probablemente se alimentaba devorando ballenas barbadas. El fósil, que se encontró en Perú, tiene una edad
Presentan una ballena de presa con los dientes más grandes jamás halladosIlustración del cachalote Leviathan melvillei atacando a una ballena de tamaño medio. Imagen: C.Letenneur. (clic para ampliar)
aproximada de 12 o 13 millones de años. El Museo de Historia Natural de Roterdam exhibirá reconstrucciones del Leviatán este año. Actualmente se pueden ver moldes de tres de los dientes más grandes.
En 2008 Klass Post, conservador honorario de fósiles de mamíferos del Museo de Historia Natural de Roterdam, encontró por casualidad los restos del leviatán durante una breve expedición al desierto de Pisco-Ica, en el sur de Perú. Unos fragmentos de gran tamaño del cráneo y de la mandíbula inferior, así como varios dientes, que en principio se parecían a los colmillos de un elefante, llamaron la atención del equipo de la expedición.
Los dientes resultaron ser enormes dientes de cachalote. El cráneo y las mandíbulas estaban razonablemente bien conservados. Los científicos del Museo de Historia Natural de Lima protegieron los restos, que posteriormente prepararon en el laboratorio. Este fósil único permanecerá en Perú, en la colección del Museo de Historia Natural de Lima.
El nombre de Leviatán Melvillei, se eligió por el nombre hebreo original (Livyatan) de un mítico monstruo marino y en honor a Herman Melville, el autor de la novela Moby-Dick. El fósil, del que sólo quedan el cráneo de 3 m, las mandíbulas y varios dientes, perteneció a un cachalote de presa de entre 13 y 18 m de largo. Los dientes eran gigantescos, las mediciones concluyen que podían alcanzar un diámetro de 12 cm y una longitud de más de 36 cm.
A cada lado del cráneo se encontraron nueve de dientes, y once en cada una de las mandíbulas inferiores. Con esta detención, se cree que Leviatán era un gran depredador y se alimentaba de ballenas barbadas muy abundantes. El alto valor calórico de la grasa subcutánea de estas ballenas barbadas podría haber satisfecho las necesidades nutricionales del Leviatán. Los cachalotes (Physeter macrocephalus) que pueblan nuestros océanos en la actualidad se alimentan de forma y animales totalmente diferentes.
Los cachalotes modernos se alimentan de calamares mediante succión a grandes profundidades y por ello tienen una dentición bastante diferente: dientes más pequeños en la mandíbula inferior y la mandíbula superior prácticamente desdentada. Aunque los depredadores como el Leviatán por lo visto no sobrevivieron al enfriamiento climático del Mioceno Tardío, el linaje de los cachalotes ha sobrevivido hasta nuestra era con una dieta diferente.
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Referencia bibliográfica:
Olivier Lambert, Giovanni Bianucci, Klaas Post, Christian de Muizon, Rodolfo Salas-Gismondi, Mario Urbinma, Jelle Reumer, “The giant bite of a new raptional sperm whale from the Miocene enoch of Peru”, Nature, vol 466, 1 de Julio de 2010, doi:10.1038/nature09067
Artículo publicado en Servicio de Información y Noticias Científicas (SINC).



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