Una vez hecha la reflexión sobre el fotomontaje que ofrecimos en nuestra entrada precedente, a la que dimos un sesgo en el que la eficacia del fotomontaje tal vez sea un síntoma de nuestro alejamiento del mundo natural, volvemos al fotomontaje para mostrar un claro ejemplo de lo que veníamos diciendo.
Y es que, cuando el fotomontaje funciona de forma más llamativa es cuando imita o emula a la foto documental, y es por ello que Gigantescos animales salvajes deambulan por las calles rusas en las composiciones surrealistas de
Vadim Solovyov.
No obstante, en este caso entraríamos de nuevo en la eficacia de la evidencia de lo imposible, en el regusto de la fantasía creíble que hace realidad de forma ópticamente verosímil una cierta ensoñación de retorno de la naturaleza al mundo urbano cotidiano.
Es, creo, un recurso fácil, resultón y difícilmente eludible por el público automáticamente atraído por las imágenes de trabajos como el de
Christophe Huet, por ejemplo, u otros tantos como el estudio
Creatonautes, generando quimeras digitales, o
Sarah DeRemer con sus asociaciones y analogías de manual, también flirteando con lo quimérico.
Sin embargo, como en el ejemplo de Huet, hemos de añadir todavía otro factor que convierte estos fotomontajes en un tópico de las redes y de las ensoñaciones digitales: la alteración de la escala.
Los animales son agigantados, preferentemente (aunque no faltan los ejemplos de miniaturización pretendidamente llamativa o sorprendente), para reclamar todavía más la atención, además de en su desubicación.
Tampoco es nada nuevo, volvemos al viejo recurso de los insectos agigantados o vengadores de los mundos perdidos a lo King Kong, cuyo émulo no falta, desde luego, entre las imágenes de Vadim Solovyov.
Así, animales proverbialmente pequeños son traídos a la escala de nuestras mascotas o a la nuestra propia para incluso superarla, pero también es tentador reducirlos, especialmente en el caso de las mascotas domésticas, hasta convertirlos en miniaturas de bolsillo.
De hecho, es uno de los pocos casos en que Solovyov se centra en un animal doméstico, puesto que en la mayoría prefiere agigantar la fauna silvestre y, por tanto, constiuiría un caso contrario al que observábamos en
Mitch Boyer sacando de paseo a su "perrito" gigante Vivian por Brooklyn.
Lo que pasa es que el de Boyer constituye un caso de proyecto fotográfico o artístico con su propia poética, mientras que los trabajos de Huet o Les Creatonautes, como, las de Solovyov parecen responder más a un "¿porqué no?" a cada ocurrencia de la imaginación menos exigente.
Aunque sería injusto no elogiar la buena vista y pericia técnica del artista ruso, o su trasfondo crítico con el avance desaforado de la civilización, puesto que, aunque nosotros, siguiendo nuestra línea habitual, nos centramos en sus trabajos protagonizados por animales, lo cierto es que la tecnología y los robots son su temática alternativa, que, de todas formas, no deja de ser vicaria de cualquier observación de lo que entendemos por animalidad.
En ciertas ocasiones incluso combina ambos conceptos y los insectos gigantes o cualquier criatura aumentada o reducida de escala es acechada en su entorno por máquinas o drones misteriosos que cierran el bucle de su condición de reclamo de atención visual.
Solovyov presenta a los animales de tal modo que la máxima expresión de su método, si es que no se trata de una rutina, es mostrarlos siempre de forma insólita pero conocida, si es que es posible afirmar una cierta previsibilidad en nuestros hábitos de observar lo insólito, que deja de serlo en realidad cuando lo asimilamos por parecido a una categoría de fenómenos que deberían existir sólo fuera de una conocida y no dentro de una de aquello parecido a otra cosa.
Es decir: las imágenes de Vadim Solovyov nos presentan a los animales constituyendo el foco de observación de la cámara, ocupando un lugar protagónico en cualquier pantalla, agigantándolos incluso hasta el extremo de superar con creces el concepto de recurso de aumento de escala de la pantalla gigante.
Cosa que al menos demuestra tener clara el artista como idea comunicativa de cierto calado, en el caso en que muestra la presencia de una pantalla gigante en un evento deportivo, una de las muestras que quedan de acotación simbólica del terreno natural para la lucha simbólica de clanes por la ocupación de dicho terreno acotado y cuya escala obliga a una lejanía que, para acercar los rostros de los participantes al espectador en directo, requiere de los mismos recursos al que se ha acostumbrado como espectador en diferido: la pantalla.
La pantalla agigantada en escala para adaptarse a la escala del estadio de aforo masivo, de esa pantalla gigante que, no obstante, pierde protagonismo y se limita a subrayar la metarrealidad del animal enfocado, de la reiteración del encuadre y, por tanto, de una nueva revisión del cuadro dentro del cuadro magrittiano.
No faltan tampoco los casos en que se establece una analogía conceptual entre los animales y objetos, herramientas o vehículos y maquinarias, aunque en estos casos apenas se subraya con pequeños elemento asociativos:
Un rinoceronte se parece a un furgón o a un vehículo industrial y basta con señalizarlo con un faro de alumbrado o posición y,
siguiendo este tipo de pretexto iconográfico y argumental, un tiuburón martillo se convierte en un martillo industrial o una máquina de construcción, con la insólita particularidad de flotar en el aire.
Y es que este es otro de los tópicos oníricos que se repiten en muchos artistas figurativos que recurren al uso surrealista de los animales:
desplazar los animales acuáticos al aire, realizar un ejrcicio que desafía a la densidad del medio y de la materia orgánica que constituye a los propios animales.
En la ensoñación del vuelo nadamos, porque cuando nadamos desafiamos a la gravedad del medio aéreo e incorporamos esa experiencia a nuestras expectativas.
La imaginación y el subconsciente hacen el resto. De ahí que sea tan frecuente observar la presencia de animales acuáticos voladores en múltiples trabajos artísticos pictóricos, video y cinematográficos y, cómo no, fotográficos de montaje. Moverse sin apoyarse en el terreno, sino en el medio, es algo consustancial y común a animales acuáticos nadadores y terrestres voladores, por lo que reflejar dicha idea en una imagen es siempre tentador e inmediatamente comprendido, porque forma parte de fantasías de origen atávico, que seguramente llevamos incorporadas desde un remoto pasado evolutivo.
En este sentido Solovyov no iba a ser menos y muchas de sus ocurrencias y creaciones explotan este tema o recurso argumental y así, yendo un poco más lejos, repasa también otro tópico antrozoológico que es la fascinación por los cefalópodos, por su peculiar e insólita configuración anatómica radial.
El artista demuestra su preferencia por la simbología clásica del pulpo, el calamar y la sepias y los reubica, cómo no, agigantados, en espacios aéreos como extraños zeppelines orgánicos, o como sugerentes apariciones fragmentarias de sus tentáculos como amenaza de una naturaleza al acecho que, en tiempos de coronavirus y confinamiento domiciliario, remiten a la reconquista de la naturaleza de los espacios urbanos arrebatados a los bosques, los mares y la vegetación primigenia.
La orografía invadida por la urbe no deja de ser un montaje artificial y la frontera entre naturaleza y artificio es puesta en cuestión por todas las formas de arte desde la noche de los tiempos.
En el caso de los cefalópodos las refrencias iconográficas que aluden a lo amenazador o lo monstruoso parten, como bien menciona Caillois, de Victor Hugo, responsable literario del cambio de la mitología del pulpo, que pasa a ser digno representante del cambio y el disfraz, a ser monstruoso y amenazador guardián de los tesoros submarinos, algo que de alguna manera retomó Julio Verne recurriendo al parentesco con los calamares y su enciclopédica fascinación por la existencia documentada de los calamares gigantes del género architeutis.
Otros animales acuáticos como los hipocampos pasan de ser diminutos caballitos de mar a gigantescos habitantes de los cielos transformándose así en una especie de fenómeno atmosférico, pero es curioso constatar que como prefiere presentar a los pulpos y las sepias es en su condición de desubicación natural, haciendo justicia a la vieja expresión de encontrarse perdido como un pulpo en un garaje, aunque seguramente más de uno se sorprendería de lo resolutivo que podría llegar a ser un de estos inteligentes animales fuera del agua.
Por lo demás, la mayoría de ejemplos gráficos de Vadim Solovyov, envuelven las ciudades rusas que le sirven de escenario, así como los pueblos y barriadas rurales, de pequeñas criaturas agigantadas que tal vez simbolicen una suerte de venganza natural, en la que los pequeños insectos, las abejas polinizadoras y otras criaturas amenazadas por la influencia humana nos recuerdan hasta qué punto nuestra propia supervivencia depende de su presencia.
Por tanto, sobredimensionar escópicamente su presencia no es más que denunciar el peligro de su ausencia.
Volviendo a los temas que ha ha reavivado la crisis del COVID19, la invasión de los espacios naturales y de la fauna salvaje llevada al límite de su supervivencia e integrada en el consumo mercantil humano ha sido puesta sobre la mesa como una posible causa del peligroso acercamiento a las enfermedades que afectan a dichas especies y la posible letalidad poéticamente vengativa de sus parásitos, gérmenes y virus en formas hasta ahora insospechadas.
Uno de los animales que simbolizan la rareza y la fragilidad ante la extinción por la acción del hombre es el pangolín, especialmente por ser uno de los símbolos de la fauna asiática y constituir uno de los tesoros zoológicos de China, que encarna a su vez, como nación, a la potencia ancestral a la par que moderna, a la economía liberal emergente y atroz en su superpoblación y en su consumo indiscriminado de cualquier especie natural como mercadería gastronómica o medicinal.
La ausencia de gente en las calles a causa del confinamiento sanitario ha traído a las redes imágenes de animales silvestres invadiendo las calles y los espacios urbanos visto desde una perspectiva esperanzadora. Ante este hecho, la imagen de los pangolines convertido en vagabundos, hobbos o tal vez obrerors sobreexplotados del reciclaje y la trapería tal vez constituya el ejemplo más resaltable como rabiosamente actual de la obra gráfica de Solovyov.
Pero, en cualquier caso, queremos recalcar que el artista ruso constituye un ejemplo de todo aquello que se repite insistente y significativamente en el arte figurativo digital de los tiempos que corren y que, además, ejemplifica claramente todo aquello que venimos observando hace años desde nuestra plataforma de
El Animal invisible.
Mafa Alborés
La obra de Solovyov la descubrimos a través de
COLOSSAL, donde Grace Ebert nos dice al respecto:
Ver a un mapache lavando sus patas en los ríos de San Petersburgo o un pulpo emergiendo de un autobús de la ciudad sería una vista sorprendente para la mayoría de sus habitantes. Sin embargo, el artista Vadim Solovyov lleva esas escenas surrealistas un paso más allá al imaginar enormes grajos, pingüinos y camaleones invadiendo la ciudad rusa. Si bien muchas de las composiciones presentan a los animales en la naturaleza, algunas los colocan en espacios típicamente ocupados por un humano, como un perezoso detrás del mostrador cubierto de dulces de un kiosco.
Solovyov explica a Colossal que comenzó la serie misteriosa como una forma de explorar eventos extraños en su vida real.
Por ejemplo, dice que el mapache gigante y sus contrapartes presuntas "se abre paso silenciosamente a través de la ciudad desierta en la tarde a los estuarios donde enjuaga tímidamente algo en el agua. A fondo. No menos de 20 segundos ", lo cual es una referencia a las sugerencias actuales de lavado de manos para evitar la propagación de COVID-19.
El artista dice que valora los componentes visuales y textuales de su trabajo por igual.
Los animales gigantes (son) sólo una de las características de este mundo. Su origen, la historia del mundo en sí, se puede encontrar en fragmentos de los textos bajo las publicaciones. Existen muchas publicaciones en el contexto de eventos reales en mi ciudad y país. A través de mi trabajo, a menudo transmito de una manera velada (ya veces extraña) cuestiones importantes para mí o problemas de la sociedad (actitud hacia los animales, política, fallas sociales). Pero esto, por supuesto, no excluye el hecho de que algunas obras son un "juego visual" irónico sin significados profundos adicionales.
Para ver la colección completa de la vida salvaje y sus respectivas historias, dirígete al Instagram de Solovyov. (fuente: This Isn’t Happiness)
https://www.instagram.com/solovyewadim/
https://www.instagram.com/p/B7kkVjioiH-/?utm_source=ig_web_button_share_sheet
https://www.instagram.com/p/B5He7AQIiEM/?utm_source=ig_web_button_share_sheet
https://www.thisiscolossal.com/2020/04/vadim-solovyov-giant-wildlife/
https://thisisnthappiness.com/post/615287843655450624/they-want-their-stuff-back-vadim-solovyov
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