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martes, 25 de noviembre de 2014

Eslabón a eslabón. Enlace a enlace. (lost links, links oportunos y eslabones perdidos)



Link a Link.

Siguiendo la estela de nuestro anterior artículo, aprovechamos para completarlo con nuevas entradas acerca de la animalidad humana, la antropomorfia y la problemática iconografía de los simios. Lo hacemos enlazando con lo planteado anteriormente, y en dicho enlace ocultamos con escaso disimulo el juego de palabras que tan bien funciona en inglés y que el castellano dificulta un poco por la preferencia del uso de "eslabón" al referirse a cadenas en vez de su sinónimo "enlace", traducción literal de "Link", apelativo al que respondía el protagonista de la película que nos sirve de pretexto a través de su comentario.
Evidentemente, el enlace, o eslabón, al que alude "Link" es al "eslabón perdido", esa supuesta especie que constituiría la prueba feaciente del parentesco entre simios y humanos como soporte irrefutable a la teoría de la evolución de Darwin.
La primera objeción que se podría poner al uso de la expresión "eslabón perdido" es que de algún modo siempre es posible encontrar un eslabón consecutivo ligeramente diferente, ya que la evolución es paulatina, y, dicho esto, podemos contradecirlo acto seguido recordando que esta aseveración es una verdad a medias, ya que los científicos saben a día de hoy que la evolución también presenta saltos repentinos, eslabones consecutivos muy diferenciados entre sí de manera más brusca que la que hasta hace un tiempo imaginábamos.
Además, la propia expresión "eslabón" sugiere una cadena evolutiva engañosamente lineal, heredera en realidad del concepto de Lamarck de "cadena del ser", previa a la teoría evolucionista de Alfred Russell Wallace y Charles Darwin. La cadena lamarckiana era inmutable (aunque el mismó Lamarck mutó tal idea hacia el final de sus días sugiriendo algo cercano a la teoría de Darwin, pese a estar maracado por un sentido mucho más lineal y "ascendente" desde los seres "inferiores" hasta los "superiores" entre los que se encuentra el humano como cúspide). La compleja e intrincada de red de parentescos genéticos no es lineal ni plana, y establece un parentesco entre los primates actuales (humanos inclusive, por supuesto) a través de ancestros comunes. Darwin nunca dijo que el hombre descendiese del mono, sino que ambos poseen ancestros comunes (lo cual, bien mirado, nos equipara más, si cabe, con los monos y simios actuales).

En nuestro ensayo de cosecha propia relativo a la Imagen del Mono, decíamos:

La imagen recurrente del mono es la de un humanoide peludo, chaparro y de largos brazos, de labios finos y prominentes, con cola o sin ella. Esta ambigua imagen genérica es tan poderosa que su somero cumplimiento exige poco más que detalles de materialidad, de textura de carne y pelo, para lograr en, una reproducción, un resultado mayoritariamente aceptado como hiperrealista.

Desde los tiempos del creador de efectos cinematográficos Willis O'Brien, la recreación de criaturas para el cine ha tenido dos vertientes, aparentemente contradictorias, a buen seguro complementarias: dar forma a las fantasías zoológicas y, simultáneamente, ofrecer altas cotas de realismo en la reproducción de dichas criaturas fantásticas o fieras reales tergiversadas.
Esta sofisticación de las sombras chinescas nos puede servir como referencia, para medir el grado de discernimiento de rasgos de verosimilitud, en lo que se refiere a las imágenes de animales. El desconocimiento de los fenómenos facilita la labor del mago.
Ray Harryhausen ("Gwangi", "Jasón y losArgonautas", "El viaje fantástico de Simbad") tomaría el relevo de O'Brien ("El mundo perdido", de Harry Hoyt, 1925; King Kong, de E.B. Schoedsack y Merian C. Cooper, 1933) y perfeccionaría las técnicas de animación, diseño y acabado de modelos zoológicos.
O´Brien, creador de "King Kong", y de la sorprendente criatura del lago en "La mujer y el monstruo" (para mi gusto, el mejor diseño de disfraz de monstruo hasta el "Alien" de Giger) dió la oportunidad al joven Harryhausen en el diseño de "El gran gorila" (1949) y, desde entonces, aquella joven promesa del momento, es referencia obligada al hablar de efectos especiales para cine, referencia transparente (pauta, incluso) de nuestros criterios de realismo.
Desde el primer "King Kong" hasta hoy, la imagen del mono ha servido para encarnar criaturas monstruosas desencadenantes de situaciones dramáticas. La confusión entre la imagen humana y la simiesca sirve de truco narrativo a Edgar Allan Poe, para su relato del "Triple asesinato de la calle Morgue", y genera un personaje siniestro y bestial, a partir del comportamiento probable de un orangután, domesticado y, por tanto, en gran medida, pervertido. Lo que muchos consideran el primer relato literario de detectives, el inicio genuíno de la serie negra, resulta tener como misterio y asesino, simultáneamente, a un animal semejante a un humano bestializado (a los ojos de los coetáneos de Poe) en una época en la que todavía era muy confusa la información (y la interpretación de ésta) acerca de gorilas, chimpancés y orangutanes así como de sus costumbres y carácter.
King Kong y sus secuelas han imitado, con no total exactitud, las formas físicas de gorilas, pero ha habido infinidad de monos cinematográficos, tan indefinidamente reales como los peludos personajes de cuatro manos de las historietas de Hergè. Las creaciones de Rick Baker, desde "El planeta de los simios" (la versión de Tim Burton, no confundir con la magistral obra de , cuyos novedosos maquillajes fueron obra del equipo dirigido por William J. Creber y Jack Martin Smith)





























































































































































































hasta las modernas versiones de King Kong, la familia de Tarzán en "Greystoke", o los "Gorilas en la niebla" que habrían de pasar la prueba de un público de ocasionales primatólogos curiosos, son sin duda una buena pista a seguir, para entender mejor el significado, y el cambiante significante, de las imágenes que reproducen monos.
Rick Baker es un artista de lo superficial, en el sentido más estricto de la palabra. Su extraordinario talento de escultor, lo aplica al acabado de las superficies de sus creaciones, que sin duda también gozan de un estudio del aspecto estructural y proporcional de los animales que le sirven como referencia. Pero siempre haciendo especial hincapié en el acabado con materiales lo más parecidos posible al aspecto externo de dichos animales de referencia: distintas calidades de pelo en el cuerpo; color y textura de la piel en cara, manos y pies; movilidad de los rasgos faciales, integración de las prótesis faciales a la anatomía craneofacial del actor; simulación de dentaduras matizadas por el degaste, el sarro, la suciedad y las caries, y encías carnosas y húmedas, también afectadas por el uso diario.

Así están caracterizados los actores que intrepretan al clan de simios que acoje a Tarzán-Christopher Lambert en el film "Greystoke". Sin embargo, a los monos les cuesta erguirse porque el diseño de sus cuerpos todavía presenta rasgos de vida arborícola, pero es frecuente, entre chimpancés, por ejemplo, que estos caminen sobre las extremidades inferiores exclusivamente.
Los monos de Rick Baker no se yerguen casi nunca, porque el imaginario popular ha hipertrofiado la estampa de los 'andares simiescos', encorvados, doblegados, balanceantes.
Además, los brazos de los monos son más largos que sus piernas, al revés que en los humanos, que se ven obligados a acuclillarse para disimular este rasgo, a todas luces considerado demasiado problemático, o secundario, frente al aspecto creíble de los más mínimos detalles superficiales de la piel. No cabe duda de que una buena interpretación quinésica de los movimientos y gestos de las distintas especies de simios puede alcanzar grandes resultados, pero el problema de los largos y rectos fémures humanos parece no haber sido resuelto.
No se trata de pereza, sino del lógico aprovechamiento del arquetipo cultural del mono como hombre-bestia.
Los monos de "Greystoke", además, no reproducen una especie concreta, y sin embargo, fueron elogiados por sus altas cotas de realismo. Dicho de otra manera: reproducían con exactitud una nueva especie que no deparaba excesivas sorpresas, en relación a lo que ya sabemos sobre bonobos, chimpancés, gorilas y orangutanes.
Willis O´Brien bien podría haberse servido de un actor disfrazado de gorila, para efectuar las superposiciones de imagen de "King Kong", pero prefería el recurso de animación de modelos, que tan bien dominaba, porque le permitían acceder a una anatomía genuínamente animal.
El reto de Rick Baker en "Gorilas en la niebla" era mayor, desde el momento en que la película dramatizaba el aspecto biográfico de las investigaciones de la primatóloga Diane Fossey. Las altas hierbas, propias del hábitat de los gorilas de montaña, ayudaban a eclipsar el problema de las piernas humanas, y los magníficos disfraces, concebidos como estruturas movidas desde el interior, marionetas a escala natural, más que como vestidos o disfraces, aumentaban el tamaño de los actores hasta aparentar la talla real de estos soberbios animales. Las manos de estos, no eran simples guantes aplicados a las manos de los actores (indudablemente versadísimos en el lenguaje corporal de los gorilas) sino que eran modelos mecánicos, accionados desde el interior por una combinación de tensores y palancas, y aumentaban la longitud natural de los brazos humanos hasta conseguir una proporción con las extremidades inferiores razonable.
Conseguir tal grado de realismo, por paradójico que parezca, facilita la utilización de tomas de animales reales, por la sencilla razón de que el público no notará la diferencia. La obsesión por el detalle, en el arte hiperrealista, hace que aquellos despreocupados, o desinformados, por lo que respecta a aspectos generales básicos de la anatomía y comportamiento de los animales, se crean con facilidad las criaturas que aparecen en pantalla, ignorando cuando se trata de animales reales o no, sencillamente porque no saben cómo son exactamente, pero sí saben que no hacen las mismas muecas que King Kong, y que no tienen los dientes tan blanqueados y cuidados como él. Incluso la animalización de Brandle a mosca en la película de David Cronenberg no puede evitar pasar por la fase de animal antropomorfo e, inevitablemente, primatoide.
También es cierto que, en ocasiones, las dotes interpretativas de un mono (aprovechadas con astucia en toda la saga de Tarzán), hacen creer en una 'humanidad' propia de ciertos monos. En el caso de "Greystoke", los monos sólo podían ser gorilas, chimpancés o bonobos, pero el resultado de la recreación artística guarda bastante parecido con los orangutanes, que no son gregarios ni africanos, sino asiáticos, solitarios y exclusivamente arborícolas.
De todas formas, en el onírico mundo africano de Edgar Rice Burroughs, Tarzán llega a afirmar ser rey de los orangutanes, y sus encuentros con civilizaciones fantásticas y animales desubicados de su tiempo y espacio no son infrecuentes. El pequeño "Nikima", el monito que acompaña a Tarzán en sus aventuras literarias, es sustituído en el cine por "Cheetah", un chimpancé más cercano al paradigma Darwinista de simio filogenéticamente cercano al ser humano. "Cheetah" es una palabra que aparece en los ralatos de Burroughs, pero para nombrar al leopardo (de hecho se trata de una voz oriental para designar al guepardo, frecuentemente confundido con el leopardo). Las apariciones de chimpancés auténticos, en las películas de Tarzán, devolvía al público al espíritu del espectáculo circense, y el papel del mono, mostrando actitudes humanizadas, era siempre el de una especie de bufón. Cuando el simio es auténtico, se le hace actuar como un hombre. Cuando la apariencia simiesca oculta a un hombre, este se ve obligado a sobreactuar como mono.

 En "Link", una película de Richard Franklin protagonizada por Terence Stamp y Elisabeth Shue, sobre un guión de Everett de Roche, el protagonista es un orangután de circo, acogido a modo de ayudante por un primatólogo interpretado por Stamp. El talento del animal y sus directores de escena queda fuera de toda duda en esta interesante e inquietante película, que retoma con frialdad un aspecto negativo y sombrío de los monos que parecía haber sido olvidado, pero esta vez desde una revisión científica del asunto que nos recuerda a "Tiburón", de Spielberg.
Las dotes físicas de los monos, el potencial agresivo icluso de los chimpancés más pequeños, es recordado por si alguien seguía pensando que son como bebés traviesos y peludos, pero eludiendo a la vez la sobreexplotación de dicho recurso.
Sólo Link, el viejo orangután, que fuma puros (el manejo del fuego por un antropoide o antropomorfo es algo más que pura coincidencia)el centro carismático de la narración, porque Link, mono acogido por los hombres, es Tarzán a la inversa. No obstante, lo que a mí me llama la atención es la insistencia en remarcar la avanzada edad del personaje, interpretado por un orangután que, en mangas de camisa, parece un anciano oriental.


En realidad, el orangután 'actor' (por cierto, compañero de Clint Eastwood en dos películas), aunque ya no es un adolescente, es evidente que todavía no es viejo, aunque nos recuerde a un anciano humano. Los orangutanes, especialmente los machos, al envejecer, sufren una caractrística deformación, en forma de collar adiposo o papada, muy reconocible, que delata su edad como una barba que casi triplica la superficie de su rostro. 


Las distintas especies de grandes primates antropomorfos, son el modelo recurrente para la reconstrución de criaturas humanoides como el Yeti o el Bigfoot, y cuanto más nos acercamos a la comprensión de su manera de ver el mundo, también es cierto que más material nos ofrecen para la especulación sobre formas orgánicas, y de inteligencia, análogas a la nuestra.





He de admitir que "Link" es una de mis películas fetiche, es decir: una de esas películas que indagan en un tema científicamente interesante de forma seria y profunda sin alcanzar la excelencia cinematográfica, pero sin perder un ápice de dignidad en su factura más o menos modesta o comercial. En esta categoría incluiría el particular análisis del tiempo y la percepción de la existencia de "Fotografiando Hadas", de Nick Willing o la reflexión sobre la identidad a través de la esquizofrenia en "Pin", de Sandorn Stern. ¿Y qué decir de la honesta aproximación al fenómeno de las abducciones por parte de Phillippe Mora en "Communion"? A veces, el cine próximo a la serie B nos regala delicias para la reflexión.
En el caso de "Link", las carismáticas y contenidas interpretaciones de Elisabeth Shue y Terence Stamp sostienen con firmeza un guión con escasas fisuras antes del sobreactuado desenlace (algo típico en producciones de género fantástico en busca de un crescendo y un clímax narrativo a menudo innecesarios o que estropean el conjunto, como ocurre en la excelente "Al final de la escalera"), pero todo el carisma de sus sólidas interpretaciones se ve eclipsado por el excelente aprovechamiento de las dotes expresivas e interpretativas del orangután, aumentadas por la perplejidad que todavía consigue del público humano la presencia de nuestros parientes próximos y su innegable capacidad para reflexionar, razonar y mostrar autoconciencia en su mirada. Especialmente emotiva la escena del baño con Link contemplando lascivamente el cuerpo desnudo de Shue, confirmando las espectativas culturales a las que nos referíamos en nuestra anterior entrada, y en las que se da por supuesto que el ser humano, a ser supuestamente más elevado, perfecto y hermoso, supondría un lógico objeto de deseo para la bestia encarnada por el simio a medio camino de lo humano. Absurdo, antropocéntrico y simultáneamente machista, pero algo todavía vigente en la subjetiva narrativa actual, en la que Jabba the Hut encuentra supuestamente atractiva a una escuálida Carrie Fisher. La bestia encarnando los apetitos masculinos.
De todos los comentarios que he leído acerca de "Link", el que reproduzco a continuación de Allan Mott es el que me ha parecido más completo y con el que más he empatizado, así que, como colofón, os lo ofrezco con el Link correspondiente, que os recomiendo utiliceis, porque, por respeto al autor, no reproduzco íntegramente ni incluyo los vídeos con pasajes significativos del film. Y todo ello antes del postre, un oportuno artículo acerca de uno de tantos personajes que sustentaron popularmente la idea de la encarnación del eslabón perdido.





http://houseofglib.squarespace.com/journal/tag/b-movie-bullsht?currentPage=4

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etiquetados BULLSH B-PELÍCULA * T, Elisabeth Shue, Enlace, Richard Franklin, Terrance Stampin B-Movies, todo el mundo está equivocado, Terror

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B-MOVIE BULLSH*T - Part Fourteen "The (Ape) Butler Did It"

B-Movie Bullsh*t
Part Fourteen
Link
(1986)
Synopsis
Jane Chase, a young American woman going to school in England, convinces anthropology professor Dr. Steven Phillip to take her on as his assistant. When she arrives at his country estate, she finds that it is inhabited by three primates. They include an aging female chimp named Voodoo, a young male chimp named Imp, and an old performing orangutan named Link, who dresses in a butler’s outfit, enjoys lighting his own cigars, and is clearly taken in by the new beautiful blonde in his midst. Unbeknownst to Jane, Dr. Phillip is planning on having Link put down, but the intelligent primate figures this out and decides to take some pre-emptive action. He kills the professor and contrives to keep Jane to himself by disconnecting the phone and pushing their only car off a cliff. Unable to get to town by foot because of the local packs of feral dogs, Jane is forced to confront Link as his behaviour grows more and more uncivilized.
Every fan of “bad” movies will eventually have the experience I had when I sat down to watchLink just a few hours ago. I’ve had it more times than I can count, so I should be used to it, but it still surprises me every single time. What I’m talking about is the shock that comes from finding out that the supposedly terrible film you are watching is actually nowhere near as awful as its supposed to be. In this case, Link is pretty damn good if you ignore one obvious, but not fatal flaw.
Ever since I read Leonard Maltin’s “Bomb” rating in his book of capsule reviews years ago I assumed the worst about Link—an assumption that wasn’t dissuaded by the subsequent reviews I read from genre critics who should have been much more open to the material than the notoriously horror-adverse Maltin.
How then to explain the disconnect between the terrible film they reviewed and the enjoyable film I’ve just seen? I think it comes down to one significant factor—Elisabeth Shue.
I say this because Shue is one of those actresses whose appeal does not seem to cross over generational divides. To Baby Boomers no Oscar nomination will ever eclipse the fact that she shall always be the young frivolous blond cipher who starred in Adventures in Babysitting, while to folks my age (Generation X represent!) no Oscar nomination will ever eclipse the fact that she shall always be the hot, gorgeous awesome blond who made us feel funny in our pants when she starred in Adventures in Babysitting.
Link pre-dates her most famous starring role, but my inherent affection for her allowed me to sympathize with her character to a far larger degree than L.A. Morse, for example, who suggested in a short review from his classic Video Trash & Treasures that her performance is easily outshined by that of her orangutan co-star. (In the same review Morse also accuses the film of mistakenly referring to Link as being a chimp, but if any such reference in the film actually occurs, I missed it).
Morse also accuses the film of merely replicating the standard hot-girl-threatened-by-a-maniac premise rather than transcending it, which is another explanation why I enjoyed the film far more than its past critics. I’m perfectly happy watching the ritual of horror clichés followed with religious fervor, so long as the results are entertaining.
Another major factor for my appreciation of Link is one I touched upon in my review of Sssssssfrom a few weeks ago. Horror movies about animals are only ever as creepy as our own personal distaste for the animals they feature allow. In my case, I am genuinely unnerved by primates. Whenever I see one in a scene with a human actor I feel genuine tension, not because of what is happening onscreen, but because I know that if that “adorable” animal suddenly wanted to, it could seriously injure it’s co-stars in a matter of seconds. This terrifying reality is perfectly expressed in an anecdote the professor shares with Jane during dinner:

Part of Link‘s overall theme is how easy it is to forget how truly unpredictable and fiercely dangerous primates are, simply because of how much they remind us of ourselves. But once you know the truth—like the fact that their adorable “smiles” are actually fear grimaces whose bared teeth are meant to frighten you away rather than indicate you should go in for a hug—its hard to see the cuteness. (I especially love the film’s ending, in which Jane and her injured boyfriend drive away from the burned out husk of an estate and drive by baby chimp, Imp, along the way. Jane’s boyfriend understandably doesn’t want the animal anywhere near him after what he’s just been though, but Jane insists that, “He’s just a baby,” and therefore completely safe. Her delusion is made evident as the camera films the car driving away and reveals a field filled with freshly slaughtered sheep.)
Link worked as well as it did for me because its whole premise is built upon upending the likes of Every Which Way But Loose and Going Ape! or any other film based on presenting apes as just another pet. It helps that it was directed by Richard Franklin, the late Australian Hitchcock acolyte who previously collaborated with screenwriter Everett De Roche on the Ozploitation classics Patrick and Road Games. Watching the film today, much of the fun comes from Franklin’s inventive camera moves and clever shots, which do make you think about what his mentor might have done with similarly loopy material. (It's probably not a coincidence that my favourite scene in the film is the one where Link creeps Jane out by taking off his suit and staring at her while she attempts to have a bath--its overtly sexual overtones are so perverse its clear Hitchcock would have loved it.)
That said, there is a major aspect of Link that does keep it from being better than it is, and that’s Jerry Goldsmith’s terrible score. While it makes sense to play on the comic cuteness of the apes early on in the picture, Goldsmith refuses to drop the comic motif once the cuteness is revealed to be a façade. Rather than give us the kind of classic horror score these scenes deserve, he instead gives us something better suited for the likes of Tim Burton’s Beetlejuice or a comic mystery like Jonathan Lynn’s Clue. Were I not more invested in the film, I could easily see myself being taken out of it for this reason.
I suspect I might be overselling the film, since mine is so clearly the minority view, but Link is nowhere near the disaster its reputation suggests it is. Replace the orangutan with a human assailant and I believe it would still make for an entertaining 100 minutes. The fact that it’s got an ape in a butler suit instead just makes it that much better.




http://www.phreeque.com/krao.html

Traduzco el artículo original podéis localizar en el link que precede a este texto.


En su última carta a rivalizar con Herbert Spencer, el gran Charles Darwin habló de un "eslabón perdido" entre el hombre y el mono, lo que demostraría una vez por todas su teoría de la descendencia evolutiva de los seres humanos a partir de ancestros simiescos. La idea del eslabón perdido fue aprovechada por un sinnúmero de oportunistas que trataban de ganar dinero rápido y tal vez hacer historia al mismo tiempo. Decenas de seres humanos con anomalías genéticas, desde los muy peludos a los discapacitados mentales, fueron presentados por emprendedores feriantes como "eslabón perdido de Darwin".
Quizás el más famoso de ellos fue Krao, una chica tailandesa nacida alrededor de 1872 en un pequeño pueblo en Laos. Una fina capa de pelo negro grueso cubría el cuerpo de la niña, de la cabeza a los pies, y  también estaba dotada de dientes supernumerarios, una característica secundaria de hipertricosis y articulaciones hiperextensibles, una variación genética común en los seres humanos. Krao fue descubierta por primera vez en Laos por un explorador noruego, Karl Bock, y su ayudante, el profesor George Shelly, exploradores para el showman GA Farini que habían oído hablar del éxito de Barnum con la familia peluda de Birmania (Mah Phoon, Moung Phoset y Mah Me) y buscó un monstruo peludo de su propia cosecha. Siguiendo pistas de la población local, Bock tropezó con la aldea natal de Krao, donde una madre y su padre exhibían a su notable hija peluda  como una curiosidad. Cuando la niña se alejó de sus padres, la llamaron de nuevo con la palabra krao, que Bock asumió como su nombre. Bock y Shelly pagaron  $ 350 a los padres llevar a la niña con él de vuelta a Inglaterra.
En Londres se presentó a - y en última instancia, fue adoptada - el empleador de Bock, el showman excéntrico Guillermo Antonio Farini. De hecho, Farini fue William Leonard Hunt, un desertor de la escuela de medicina de Canadá de Bomanville, Ontario, pero labrado a sí mismo como un "sabio italiano" y tenía predilección por "adoptar" los artistas menores de edad, a veces con motivos cuestionables. El más famoso de ellos fue "Lulu", un acróbata niño que nació niño, pero vivió como una chica la mayor parte de su vida.
Farini exhibió por primera vez a Krao, que por entonces contaba once años, en el Royal Aquarium de Westminster en Londres a finales de 1882. La descripción de Krao publicada en la exposición del Acuario Real está salpicada de referencias a sus atributos de simio:

"Los ojos de la niña son grandes, oscuros y brillantes; la nariz es aplanada, apenas mostrando las fosas nasales; las mejillas aparentan bolsas de grasa, sólo el labio inferior es más grueso de lo que es habitual en los europeos, pero la principal peculiaridad es el cabello fuerte y abundante en la cabeza.  Es negro, grueso y recto, y crece sobre la frente hasta las cejas pesadas, y se continúa en las cerraduras de bigotes como por las mejillas. el resto de la cara está cubierta con una fina y oscura  suave pelambre, y los hombros y los brazos tienen una cubierta de pelos de una pulgada a una pulgada y media de largo ".

 Se rumorea incluso que tiene cola:

"Existe, se dice, un ligero alargamiento de las vértebras, lo que sugiere una protuberancia caudal." 

 (Todos estos atributos, a excepción de la supuesta cola, son consistentes con hipertricosis ordinaria - no relacionados con cualquier estado subhumano.)

Sus rasgos de simiescos fueron descritos con entusiasmo de segunda mano por decenas de periódicos, pero cualquier persona que tuvo la oportunidad de reunirse con ella cara a cara se convirtió inmediatamente en escéptico. En contraste con su apariencia simiesca aparecían su tranquila personalidad refinada y aguda inteligencia. Después de sólo unas pocas semanas en Londres ya había aprendido algunas palabras en Inglés y unas pocas palabras de alemán. Y, a pesar de su rostro bigotudo, que era, sin duda, femenino, tenía gran interés por los vestidos de fantasía, cintas y joyas. Llamaba a Farini "papá" y al profesor Shelly "tío", y, al parecer prefiería el nuevo acuerdo a su antigua vida.

"No hay casas, no hay tiendas, no hay juguetes, no hay finos vestidos en Laos," decía la recién occidentalizada niña a un reportero en su precario inglés. Mostraba el pudor propio de una dama victoriana y el afecto apropiado para con su familia adoptiva.
Tan exitosa fue la exhibición del Aquarium que Farini y Shelly llevaron a Krao a Nueva York al año siguiente. Allí, fue exhibida en Central Park y examinada por numerosos hombres de ciencia. Pese a las dudas acerca de su índole simiesca de médicos, Shelly informaba fervientemente acerca de que "el pelo en la espalda crecía hacia abajo y hacia adentro, como lo hace en los simios, que las dimensiones de la cabeza se correspondían con las de los orangutanes, y que, como ellos, ella tenía 13 dorsales y 4 vértebras lumbares, en lugar de 12 dorsales y 5 lumbares, como un ser humano debidamente construido debe tener " y se mostraba muy impresionado cuando ella cogió un pañuelo con sus dedos de los pies. Incluso el hecho de que no le gustaran a Krao los dulces fue tomado como prueba de que ella no era completamente humana.

Desde Nueva York, Krao se embarcó en una gira  de a diez centavos, que comenzó en el Dime Museo de Filadelfia de la calle Chestnut. Por entonces la niña era muy hábil para la manipulación de las multitudes y la obtención de asombro. Firmaba sus cartas de presentación en lujosa caligrafía, recogía los objetos con los dedos de sus pies, y abría la boca para mostrar sus dientes adicionales y las supuestas bolsas en las mejillas supuestamente para almacenar nueces. Se dió cuenta de que a los occidentales les gustaban especialmente los embellecidos cuentos de su vida silvestre en Laos, donde vivía en los árboles con sus padres simiescos y otros miembros de su extraña raza de simios.
Pronto, Krao y sus manipuladores habían inventado todo un mundo de cuento de peludos hombres-mono:  Los Krao-Moneik eran una tribu de  "hombres-monos" de las selvas más profundas de Laos, una de las últimas regiones inexploradas de la Tierra. Cualquier explorador europeo que trató de penetrar en la región pronto murió de malaria. Los Krao-Moneik tomaron los árboles para evitar el suelo pantanoso y las serpientes venenosas que lo habitaban. Vivían en chozas tejidas de las ramas de los árboles vivos y subían con las manos y los pies como los monos. No tenían conocimiento del fuego; su dieta consistía en pescado seco, arroz salvaje y cocos. Su lengua primitiva consistía en sólo alrededor de 500 palabras, y no tenían religión.
Bock y Shelly habían descubierto la Krao-Moneik en una expedición con diez soldados laosianos nativos que los internaron profundamente en la selva a lomos de elefantes. Las personas peludas habían permanecido difíciles de alcanzar, ya que su agudo sentido del olfato les permitía evadir el grupo de búsqueda encaramándose a lo alto de los árboles. Después de pasar por numerosas chozas vacías, el partido se topó con una familia: padre, madre, e hija, que estaban desnudos, salvo por sus pesados abrigos de pelo negro. Los dos adultos fueron capturados con poca resistencia, pero la niña - Krao - luchó ferozmente mordiento y arañando a sus captores. Para énfasis de este punto, Shelly mostraba una marca de indudable mordedura humana en su brazo.
Bock y Shelly entregaron la familia peluda de nuevo al rey de Laos, que había financiado la expedición. Éste mostró una gran afición por la madre y la mantuvo en su corte como una especie de mascota. La expedición partió entonces hacia Bangkok, donde pudieron tomar un barco a Inglaterra. Durante el camino, un brote de cólera mató al padre peludo y tres de los soldados laosianos, e hizo enfermar gravemente a Bock. Cuando la expedición llegó, disminuída, a Bangkok, Bock y Shelley solicitaron con éxito el rey de Siam para llevarse a la niña en su regreso a Europa para el estudio científico. El rey encontraba la ciencia occidental estúpida pero no obstante deseaba ayudar al pueblo inglés. Se concedió el permiso, y Bock, Shelly y Krao tomaron tierra en Inglaterra el 24 de octubre de 1882. Con gran esfuerzo, a Krao se le enseñó a hablar, usar ropa, y comer los alimentos cocinados.
Toda esta  patraña hizo de Krao una de las mayores atracciones en Estados Unidos, y sus matices científicos serios la elevaron por encima de un simple monstruo museo.

En 1885 dejó el circuito de museos y se fue de gira con el nuevo espectáculo del "Mammoth" de John B. Doris, un circo del medio oeste de poca importancia, como parte de la colección de animales salvajes, con una presentación que la hizo cada vez más mono y menos humana:

"Su cráneo es totalmente plano por encima de la parte inferior del cerebro, la mandíbula superior viene hacia adelante en un ángulo de 54 grados, su cabeza es tan amplia como larga, tiene bolsas en el interior de sus mejillas, donde almacena los alimentos como los simios, utiliza los dedos de los pies por igual así como sus manos, sus dedos se doblan hasta la superficie dorsal de las manos, también lo hacen sus dedos de los pies, tiene las orejas y la nariz desprovistos de cualquier cartílago, la nariz y los oídos son sólo carne. Tiene una  vértebra extra, como el gorila y el chimpancé, los monos antropoides. Tiene 13 pares de costillas, como los de un simio, y lo mismo que Adán tenía antes de la creación de Eva". 

El eslabón perdido adolescente ganaba $ 200 por semana (aproximadamente $ 4,500) - menos que sus contemporáneos Jo-Jo, el chico con cara de perro, y Millie-Christine, la bicéfala de Nightingale, pero todavía se trataba de un buen un buen salario.
Uno de los visitantes del circo Doris en St. Joseph, Missouri, ese año fue de ES Cole, un ex misionero a Siam. La señorita Cole conoció a Krao en su nativa Siam en 1878, antes de que se convirtiera en un eslabón perdido. La niña peluda, la señorita Cole dijo, fue tratada como una rareza por su vellosidad, pero sus atributos secundarios - sus habilidades de escalada de árboles, dedos de los pies prensiles, bolsas en las mejillas y los huesos extra - eran pura invención. Krao era un verdadero monstruo, sí, pero no es un eslabón perdido. Las protestas de la señorita Cole fueron evidentemente ignoradas, sin embargo, en cuanto que Krao fue anunciada una vez más como un eslabón perdido cuando apareció el año siguiente en el Museo Nineth and Arch de Nueva York con el acróbata sin piernas Eli Bowen y comedor de vidrio Bill Jones.
Krao estableció su hogar permanente en Brooklyn, donde trabajó en numerosos museos de diez centavos de la Ciudad de Nueva York y en Coney Island como  mujer barbuda. Vivía con una pareja de alemanes, el Sr. y la Sra. Jacob Zeiler, de quienes era amiga cercana y podía conversar en alemán. Tenía su propio apartamento en el edificio de los Zeiler, donde cocinaba y mantenía su casa. Su pasatiempo favorito era el violín. "La música me hace feliz aquí", dijo a un reportero Krao en 1903, haciendo un gesto hacia su corazón. Completamente autodidacta, tocaba de oído en un estilo que era más popular que clásico. Tambiénle gustaba el crochet y era muy aficionada a los libros. En las calles de la ciudad mantenía su barba cubierta con un velo. También mantuvo una estrecha amistad con la mujer barbuda Gracia Gilbert hasta la muerte de Grace en 1924.
Krao cayó enferma por la gripe en 1926 y falleció el 16 de abril. Deseaba ser incinerada para que nadie pudiera exhibir su cuerpo después de su muerte, pero la ley de Nueva York insistió en que  no debía ser enterrada. En su funeral, el resto de los monstruos de Coney Island le presentó sus respetos, y la señora gorda  Carrie Holt dijo: "Si alguien ha ido al cielo, ha de ser esta mujer."

Fotos: Arriba, Krao, cerca de 14 años de edad, con G. A. Farini (Monestier). Centro, Krao como una mujer barbuda. En pocas palabras, Krao con los empleados de carnaval (Rusid).
Creado 02/01/09.


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