Uno de los bizarros ejemplos que ilustran el trabajo documental de Rachel Poliquin |
Hace un tiempo, la editora del blog Taxidermy-Ravishing Beasts, autora a su vez del libro The Breathless Zoo: Taxidermy and the Cultures of Longing, Rachel Poliquin, anunciaba el cese de su actividad bloggera debido a su gestación de gemelos.
Especializada en la documentación de usos artísticos y expositivos de piezas de Taxidermia, una suerte de Antrozoología del Arte Disecado, el interesante trabajo de Poliquin nos ha proporcionado más de una entrada y ha complementado muchas de las que hemos ogrecido desde el Animal Invisible. Pese a nuestro rechazo por este tipo de actividad, también siempre hemos reconocido nuestra fascinación e interés por sus manifestaciones y Ravishing Beasts constituía nuestro referente más serio y metódico en cuanto a selecciones de obras e instalaciones artísticas que recurrían a la Taxidermia.
Hasta que la maternidad deje de ser un obstáculo para las actividades divulgativas de Rachel Poliquin, su blog ha quedado paralizado y sin nuevas actualizaciones, pero estoy seguro de que habría dado cuenta del evento que hoy traemos a colación en nuestro propio espacio: el campeonato mundial de taxidermia celebrado en Missouri, cuyos criterios de selección son interesantes para definir qué se puede considerar un buen trabajo de taxidermia, o cuáles son las características que definen un animal BIEN disecado de un animal MAL disecado, lo cual atñe no sólo a técnicas específicas de conservación del material orgánico implicado, sino a la calidad expresiva de las técnicas escultóricas que lo sustentan.
Otra imagen del libro de Rachel Poliquin |
Acerca del libro de R. Poliquin
A continuación, un extracto del artículo del Spriengfield Journal sobre el evento:
"Tiene que ofrecer el mejor aspecto ante los jueces," comenta la mujer, Amy Carter Ritchie, de 28 años, de Statesville, Carolina del Norte.
Comentarios de este tipo son recogidos por el artículo del Spriengfield Journal, que destaca de las declaraciones de los concursantes su preocupación por ajustarse al realismo o naturalidad de sus piezas, que implica, por ejemplo, conseguir que el pelo aparezca esponjado o erizado si se supone que el aimal vive en un entorno frío o nevado.
El artículo incide en el hecho de que la taxidermia es a menudo vista como un fetiche del hombre de las cavernas, con gran juego montado en paredes de madera oscura.
Pero en los Campeonatos Mundiales de Taxidermia en Springfield, hace apenas un par de meses, los asistentes y participantes a menudo parecían extraídos de una escuela de arte o un laboratorio de anatomía, y el detalle realista lo invadía todo. Lo curioso es que se parte de una concepción del arte como aquella actividad que reproduce fielmente y con detalle los elementos de la naturaleza, y, sin embargo, se añade la precisión científica propia de un laboratorio de anatomía como algo ajeno a las disciplinas artísticas.
El artículo original de Brent McDonald detaca la masiva participación de representantes de 48 estados y de lugares tan lejanos como Nueva Zelanda que se congregaron en esta ciudad de 160.000 habitantes en las montañas Ozark para presentar su mejor pavo, pez sol o caracal a cambio de una crítica y tal vez una cinta. Más allá de la competición, el evento cuenta con seminarios, una feria comercial y competiciones de escultura para ayudar a los competidores a perfeccionar su oficio.Y alrededor de la sala de convenciones, se detecta, al parecer, un cambio en la demografía de la taxidermia - tradicionalmente blancos, varones y rurales - se manifiesta en pantalla."Tenemos más damas presentadas al concurso de este año que casi cualquier año que puedo recordar", expone Larry Blomquist, el organizador del evento desde 1988 y el editor de Breakthrough, una revista especializada en taxidermia.
El Campeonato Mundial de Taxidermia, fundado en 1983, siempre se ha visto como la principal competencia en el campo, destinado a elevar y recompensar la calidad en el diseño y concepto. El evento de este año atrajo a casi 500 solicitantes de registro y contó con clases con títulos como "Selección de esqueletos de lechones" y "Montaje de un pato joyuyo volando". Los proveedores vinieron con ofertas en los últimos instrumentos del oficio: agentes de bronceado, polímeros y partes del cuerpo de uretano.Pero la emoción se centró en el concurso y en las obras de salvaje realismo."Esto es, no más grande, mejor o más alta," dice Danny Keener de Choctaw, Oklahoma., sobre el nivel de competencia. Levanta la gruesa piel en la parte posterior de su pecarí de collar para revelar un pequeño nódulo. "Es la recreación de una glándula odorífera", dice Keener. "La mayoría de los clientes ni siquiera sabría buscarla, pero un juez lo hará". Algunos de los nuevos contendientes estaban cerca: Allis Markham, de 32 años, había volado desde Los Ángeles con un grupo de 10 taxidermistas femeninas con vestidos a la moda y con el pelo en dos tonos y tatuajes. En 2011, Markham dejó un trabajo como directora de estrategia de medios de comunicación social para la Walt Disney Company, y un salario de seis cifras, para convertirse en aprendiz bajo la tutela de Tim Bovard, el taxidermista principal del Museo de Historia Natural de Los Ángeles. Más tarde fundó Presa Taxidermia, un estudio profesional a la vez que escuela. "Pensé, '¿Por qué no dejar de trabajar en la tecnología de sangrado de punta para hacer algo que fue muy popular en la época victoriana?'", comenta Markham. Le pareció un buen redireccionamieno de su carrera. El artículo también destaca las declaraciones de esta profesional al respecto de su anhelo de una existencia más táctil después de una dedicación profesional al mercado digital, prestando atención al éxito popular de la taxidermia como una especie de moda superficial que usaba a los animales disecados como figurines sobre los que poner prendas de ropa. Según extraemos del texto original, los nuevos devotos como Markham pretenden desarrollar no sólo otro tipo de trabajos a barcar un nuevo mercado, sino ser percibidos como otro tipo de artesanos alejados del taxidermista carnicero y paleto, centrando su interés en la taxidermia como una manera de profundizar en el conocimiento sobre la anatomía y la etología del animal disecado. Con todo, yo no puedo evitar, al leer el artículo, sorprenderme ante este pretendido respeto y afán de conocimiento zoológico o de amor a la naturaleza basado en el contacto del animal muerto o incluso en el disfrute del proceso de desollado, como afirma Hannah Juárez, de 26 años, (ver texto original en inglés más abajo) "Me gusta el proceso de desollado. Es mi parte favorita." Llega incluso a calificarlo como terapéutico. Y, en general, lo que deducimos es que todos estos aficionados a las formas animales, al arte de las reproducciones zoológicas, en el fondo ansían la posesión de la esencia motriz y dinámica de las criaturas en una estampa evocadora lo más realista posible, fundiendo los méritos de la fotografía (como ya habíamos hecho notar en comentarios precedentes) con la tridimensionalidad de la escultura para acabar dotádola del perfeccionismo de detalle no sólo visual sino también táctil que ofrece la presencia física del animal para su observación superficial: su propia piel, lo que convierte al ejemplar no sólo en un objeto de observación y fascinación, sino, digámoslo ya, en un simple objeto, en material de intercambio o coleccionismo, cuyos méritos se basan en su parecido con la presencia viva del animal, y así, al igual que los médicos examinan a los pacientes, buscan inconsistencias en las piezas e inspeccionan los ojos y orificios con linternas y lentes de aumento. Los jueces, los ex campeones en el campo, están atentos a detalles anatómicos y atributos específicos de la especie que serían pasados por alto por la mayoría de los observadores. Se suman o restan puntos en función de la calidad de las membranas nictitantes, venas del oído o los genitales. Como en cualquier competición de élite, la preparación importa, y los nervios impregnan la competición. Pete Ciraulo, de 49 años, relata, por ejemplo, cómo en su intento de última hora de optimizar la presentación de su pieza (un pato) en un "estanque" de resina le costó poco menos que la expulsión del hotel en que se hospedaba debido a la precipitada ventilación de su habitación al haberse incendiado la resina (por un exceso de catalizador, de acelerante, o de ambos, supongo) con la que sugería el agua de dicho estanque.
Raymond Kowalski, un juez de la categoría de mamíferos, explica que la taxidermia ha pasado de ser simplemente replicar la apariencia de un animal a crear una instantánea de su comportamiento y su hábitat."Se trata de la capacidad artística del taxidermista para contar una historia".
Al final, el premio al mejor de la exposición fue a un par de faisanes de anillo de cuello fijados en pleno ballet de combate aéreo. El taxidermista ganador fue Lowell Shapley, de 35 años, un muralista de la fauna y agricultor oriundo de Wanette, Oklahoma, que ejerce de taxidermia para el Houston Museum of Natural Science.Había triunfado aquí antes. En 2011, sus tucanes barrieron en los principales premios, incluyendo el Premio Carl E. Akeley de arte, llamado así por el patriarca de la taxidermia moderna, quien en la década de 1920 creó muchos de los dioramas en el interior del Museo Americano de Historia Natural de Nueva York. Los jueces y competidores por igual se maravillaron de la composición vertical de Shapley en equilibrio sobre dos plumas de la cola."Después de mucho ensayo y error", dijo, "fui capaz de insuflar un poco de vida de nuevo en las plumas utilizando un poco de alambre muy fino y un poco de ingenio."
| Springfield Journal
Masters of Taxidermy Seek to Replicate More Than an Animal’s Appearance
SPRINGFIELD,
Mo. — They entered through the convention hall lobby — a mounted
menagerie of dead mammals, birds and fish whose owners paused in the
natural light to primp them to perfection before the show. A man in a
camouflage cap tweezed a pheasant’s plumage into place. Another man,
wielding a blower-vacuum, fluffed the mane of a lion suspended midpounce
over a warthog, and a woman brushed what looked like a perfectly coifed
weasel.
“He
has to look his best for the judges,” the woman, Amy Ritchie Carter,
28, from Statesville, N.C., said as she groomed a furry fisher mounted
on a snow-covered pedestal.
“I
try to get the hair to stand up, because, you know, he’s cold,” she
added. “He’s in the snow. He’s going to be very fluffy and bristled up.”
Taxidermy is often seen as a man-cave fetish, with big game mounted on dark wood walls. But at the World Taxidermy and Fish Carving Championships
in Springfield last month, the attendees and participants often seemed
to be drawn from an art school or an anatomy laboratory, and lifelike
detail was everything.
Taxidermists
from 48 states and from as far away as New Zealand arrived in this city
of 160,000 people in the Ozarks to submit their best turkey, bluegill
or caracal in exchange for a critique and perhaps a ribbon. Beyond the
competition, the event features seminars, a trade show and sculpturing
races to help competitors hone their craft.
And
around the convention hall, a shift in the demographics of taxidermy —
traditionally white, male and rural — was also on display.
“We
have more ladies entered in the competition this year than just about
any year I can remember,” said Larry Blomquist, the organizer of the
event since 1988 and the publisher of Breakthrough, a taxidermy trade
magazine.
The
World Taxidermy Championships, founded in 1983, have long been seen as
the premier competition in the field, intended to elevate and reward
quality in design and concept.
This
year’s event drew nearly 500 registrants and featured classes with
titles like “Carcass Casting Piglets” and “Mounting a Flying Wood Duck.”
Suppliers came to offer deals on the latest implements of the trade: tanning agents, polymers and urethane body parts.
But the excitement centered on the contest and on works of wild realism.
“This is it, ain’t no bigger, better or higher,” Danny Keener of Choctaw, Okla., said of the level of competition.
He
lifted the coarse fur on the back of his collared peccary to reveal a
small nodule. “It’s a recreated scent gland,” Mr. Keener said. “Most
customers wouldn’t even know to look for it, but a judge will.”
Some
new contenders stood nearby: Allis Markham, 32, had flown in from Los
Angeles with a group of 10 female taxidermists wearing fashionable
dresses and with two-tone hair and tattoos. In 2011, Ms. Markham left a
job as director of social-media strategy for the Walt Disney Company,
and a six-figure salary, to apprentice under Tim Bovard, the lead
taxidermist at the Natural History Museum of Los Angeles.
She later founded Prey Taxidermy, a studio and school.
“I
thought, ‘Why not leave working in bleeding-edge technology to do
something that was popular in the Victorian era?’ ” Ms. Markham said.
“Yeah, that’s a good career move.”
She said she had yearned to trade the digital life for a more tactile existence.
She
worried, she said, about people viewing taxidermy’s popularity among
the “hip urban demographic” as little more than shallow interest in
stuffing rats and putting clothing on squirrels.
There
is a view, Ms. Markham said, that taxidermy’s new devotees are “taking
it less seriously than these gentlemen who’ve been doing this for
years.”
“I
hope that perception is not placed on me,” she added. “They don’t want
to be seen as hicks and hillbillies, and we don’t want to be seen as a
bunch of girls doing this as something besides their hair.”
The
night before the competition started, Ms. Markham and the other members
of her group gathered in a hotel room to put the finishing touches on
their pieces, mostly small birds donated from pet stores, aviaries and
zoos.
“This
is one way to get really, really up close to an animal and know
everything about it inside and out,” Ms. Markham said as she mounted a
plush-crested jay on a black pedestal.
Hannah
Juarez, 26, sat nearby, grooming a European starling. “I like the
skinning process,” she said with a touch of whimsy. “It’s like my
favorite part. It’s so therapeutic to just sit and skin things.”
As
Ms. Markham and her colleagues walked around the show, a documentary
film crew followed closely behind. “This is all just epic to me,” Ms.
Markham said. “To have seen taxidermy in boutiques or antique stores and
then to look around here and be like, ‘Oh, this is the level.’ ”
On
the second day of competition, with more than 500 pieces of taxidermy
positioned in the convention hall, the doors closed and the judges — 24
men and two women — got to work. Like doctors examining patients, they
looked for inconsistencies and inspected eyes and orifices with
flashlights and magnifying lenses.
The
judges, former champions in the field, were attentive to the minute
anatomical details and species-specific attributes that would be lost on
most consumers. Points were added or subtracted according to the
quality of nictitating membranes, ear veins or genitalia.
As in any elite competition, preparation mattered, and nerves ran ragged.
Pete
Ciraulo, 49, drove in from Idaho with a canvasback duck he shot and
mounted atop a glossy pool framed with rope. With his work submitted at
last, he looked exhausted.
The
night before, he explained, a hotel manager had threatened to eject him
after someone reported seeing him hanging out a sixth-floor window in
search of ventilation. Mr. Ciraulo had been in his room trying to repair
his pool of water, which he created from resin, when the piece caught
fire.
“It’s been a really bad time,” he said. “The pressure got to me.”
Raymond
Kowalski, a mammal judge, explained that taxidermy had evolved from
merely replicating an animal’s appearance to creating a snapshot of its
behavior and habitat.
“It’s
about the artistic ability of the taxidermist to tell a story, what
happened here,” he said. “It’s no longer Grandpap’s deer head on the
wall. It’s wildlife art.”
In
the end, the prize for Best in Show went to a pair of ring-necked
pheasants fixed in balletic aerial combat. The winning taxidermist was
Lowell Shapley, 35, a wildlife muralist and egg farmer from Wanette,
Okla., who does taxidermy for the Houston Museum of Natural Science.
He
had triumphed here before. In 2011, his keel-billed toucan swept top
awards, including the Carl E. Akeley Award for artistry, named for the
patriarch of modern taxidermy, who in the 1920s created many of the
dioramas inside the American Museum of Natural History in New York.
Judges and competitors alike marveled at how Mr. Shapley’s vertical composition balanced on two tail feathers.
“After
a lot of trial and error,” he said, “I was able to pull a little bit of
life back into the feathers using some very fine wire and a little bit
of ingenuity.”
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