Recientemente he descubierto un curioso artículo publicado en Hyperallergic sobre pinturas malditas, una de las cuales con animales como protagonistas, y me ha parecido interesantes comentarlo y traducirlo para el Animal Invisible. Su autora, Allison Meier, relaciona la supuesta maldición que pesa sobre "El hombre propone y Dios dispone", de Edwin Landseer, con la que se atribuye a "Iván el terrible y su hijo Iván", de Ilya Repin, lo cual no deja de parecerme tan oportuno como paradójicamente chocante o incongruente en más de un aspecto.
Para empezar, la asociación entre ambas pinturas, no excesivamente lejanas en el tiempo, viene dada por la publicitación de hechos escabrosos supuestamente provocados por la conmoción que su visionado provocó en ciertos espectadores, lo que confiere a ambas un cierto carácter terrorífico en el que se basa su maldición.
Sin embargo, los horrores a los que aluden son, aunque universales, bien diferentes y motivados por causas distintas.
La pintura de Landseer pretende recrear el horror vivido por los tripulantes de la expedición Franklin al Polo Norte, en una época ávida de relatos sobre descubrimientos y aventuras expedicionarias muy propias de la situación geopolítica de entonces, en una sociedad todavía carente de registro audiovisual (la fotografía es todavía muy joven y su reproducción impresa en libros y prensa escrita, también), por lo que el dibujo, la pintura y la ilustración siguen siendo los grandes aliados de la narración escrita. El mundo se hace más pequeño al ser conquistado por la navegación a vapor y por las exigencias de los mercados de ultramar. El advenimiento de la era industrial supone que las grandes fábricas y la maquinaria, con el ferrocarril a la vanguardia de la aceleración física e histórica experimentada por la sociedad occidental, faciliten a la vez que exijan la búsqueda de nuevos recursos materiales con los que comerciar y fuentes de energía y lubricación del nuevo engranaje industrial. Las expediciones a rincones remotos e inhóspitos del planeta alimentan la curiosidad y el ansia de saber sustentados por la cultura ilustrada precedente, pero son sufragadas por intereses económicos ambiciosos y materialistas.
El afán de superación de la aventura humana para conquistar el planeta es recompensada por divinas bendiciones cuando triunfa, pero despierta el temor al castigo divino cuando fracasa. Los relatos de expediciones marítimas de riesgo están plagados de ambos componentes, y uno de los más conocidos en su día, anteriormente incluso al caso relatado en la pintura de Landseer (pintor conocido, por cierto, por sus retratos de perros y mascotas de noble linaje) es el vivido por los tripulantes del ballenero Essex, en las tres diferentes versiones que en su día llegaron a publicarse según el testimonio de distintos supervivientes, y que inspiró a Herman Melville su universal Moby Dick. No obstante, aunque el detonante del relato original del Essex es la agresión de un cahalote (asociable a los míticos leviatanes y monstruos marinos de la antigüedad), lo cierto es que el auténtico horror viene después del ataque que provoca un relativamente tranquilo naufragio, ya que el auténtico monstruo es el mar y el grupo humano al límite de sus opciones de supervivencia. Nathaniel Philbrick publico recientemente su estudio crítico y su reconstrucción de los hechos a partir de los textos originales y testimonios acerca de los hechos y nos recuerda porqué Melville y sus contemporáneos alimentaban sus pesadillas con este tipo de relatos. La película de Ron Howard de inminente estreno se basa en el libro de Philbrick, pero los teasers y trailers, así como carteles e imágenes promocionales, hacen pensar en un mayor protagonismo de los cetáceos, menos accidental, y por tanto una mayor influencia de la visión dramatizada del mito de Moby Dick.
Para empezar, a la vista de la imagen principal más empleada en carteles, aunque indudablemente hermosa y expresiva, nos encontramos con una hiperbólica desproporción del cachalote, inmensamente mayor que la mayor de las ballenas azules (un ejemplar del tamaño de la cola del que vemos en la ilustración, seguiría siendo grande en proporción al barco que vemos en la superficie), y parece deducirse de los trailers una especie de obsesiva persecución implacable por parte de un ejmplar concreto de cachalote, ejecutor de la divina vengaza por las matanzas en nombre de la ambición humana. No podremos profundizar más en nuestra crítica mientras no visionemos la película y tengamos una opinión más clara al respecto. De momento, baste decir que las expediciones balleneras de la época estaban ocasionadas por el auge de la maquinaria industrial y su necesidad de ser engrasada con grasa de ballena. La más lucrativa era la del cachalote, por calidad y abundancia, pero también pertenecía a una de las mayores y más agresivas (bajo presión, evidentemente) especies de ballenas, y de las pocas armadas con dientes. Ya hemos dedicado artículos específicos al cachalote y a las connotaciones de los monstruos marinos, así que nos limitaremos a recordar lo más relevante que al respecto comentamos en su momento:
El siglo XIX fué testigo de la creciente demanda de grasa de ballena como combustible y lubricante industrial, y los balleneros de todo el mundo, incluídos los famosos cuáqueros de Nantuket y otras poblaciones de la costa Este norteamericana, convirtieron al cachalote en su principal presa, aunque también la más temida, puesto que todas la grandes especies de ballenas, comedoras de krill o de pequeños peces, poseen bocas pobladas de barbas filtrantes en vez de temibles dientes carniceros, pero el cachalote tiene una mandíbula inferior prominente y armada de poderosos dientes. Un animal acostumbrado a lidiar con grandes presas y poderosos enemigos (orcas, tiburones, machos rivales) puede mostrar conductas mucho más violentas para defenderse que sus parientes recolectores de krill, de una actitud semejante a la de los pacíficos tiburones ballena o los tiburones peregrinos que eran perseguidos en el mar de Arán para la extracción del preciado aceite de sus hígados, tal y como podemos apreciar en el épico y pionero relato cinematográfico de Robert J. Flaherty.
De hecho, el relato de Herman Melville se inspira en hechos reales, dramatizados convenientemente, pero en realidad mucho más espeluznantes en sus consecuencias que la tragedia griega protagonizada por el capitán Achab. El propio Melville se embarcó en su juventud en un ballenero en busca de fortuna y experiencias aventureras llevando consigo ejemplares de los relatos del capitán y el segundo oficial del ballenero Essex que inspiraron su obra capital, tal y como nos explica magistralmente Nathaniel Philbrick.
Melville mitifica el carácter de Moby Dick con un demoníaco (o divino, según se mire) carácter astuto y vengativo al que han recurrido muchos otros monstruos de ficción desde entonces. No obstante, el monstruo que encarna al mal y a la naturaleza vengativa simultáneamente, debe ser reconocible, digno de ser mostrado (significado literal de "monstruo") y como cachalote ha de ser peculiar y diferente, así que, como tantos otros animales que han suscitado interpretaciones místicas, es BLANCO.
El color blanco, como ya hemos mencionado en nuestra particular categorización de animales iconográficamente blancos o negros, hace que un animal tan caro de ver como el oso polar (y más en la época de la que estamos hablando) sea icónicamente memorable. Añadido a los horrores vividos por las inclemencias climáticas y el aislamiento de los expedicionarios que acompañaron a Franklin se convierte en una especie de espíritu de la Naturaleza que castiga la torpe ambición humana (el título del cuadro no deja lugar a dudas sobre el argumento esgrimido por el pintor) y, como Moby Dick, sus ejemplares (correctamente reproducidos desde un punto de vista zoológico y anatómico por el célebre pintor animalista) se interpretan como encarnaciones de la voluntad de Dios.
La crudeza del relato expuesto, el oportunismo predatorio de la bestias sobre los restos humanos, pretendería tal vez ser suavizado por el pintor al dejarlo en manos de agentes de la naturaleza (lo más recordado de este y otros relatos como el del Essex, o el famoso accidente aéreo de los Andes que inspiró la película "¡Viven!", es la antropofagia forzosa de los supervivientes y la locura provocada por las carencias de alimentos, agua y abrigo) pero sin duda es lo que sirve de enlace al espectador de la época, e incluso todavía a nuestros coetáneos, para intuir las dentelladas de la naturaleza más inhóspita. En contraste, hoy en día, el público humano y animalista se conmueve ante las muestras de inanición de los osos polares como trágico emblema del calentamiento global.
En cuanto al horror empático de la mirada de Iván el Terrible en el cuadro de Repin, alude al horror más atávico si cabe que al provocado por las grandes especies depredadoras, y es el destado por los de nuestra propia especie, el terror a la agresión humana y a la guerra. Que un personaje histórico que (más injustamente de lo que muchos creerían) pasa a los anales como encarnación de la crueldad, muestre en sus ojos el mismo atavismo ante la muerte de su hijo a resultas directas o indirectas de sus propios actos y decisiones, es un buen motivo para despertar en los más sensibles una respuesta agresiva o de negación ante la evidencia del lado más sanguinario del ser humano.
Mafa Alborés.
ARTÍCULOS
Recortado y oculto a la vista: el extraño poder de las Pinturas Malditas
por Allison Meier en 11 de noviembre 2014
Edwin Landseer, "El hombre propone y Dios dispone" (1864), pintura al óleo (vía Wikimedia)
¿Puede una pintura conducir a una persona a la locura? Si bien no hay duda de que mirar algo semejante a las inquietantes pinturas negras de Goya durante horas podría ser desestabilizador, los poderes perturbadores del arte son en su mayoría superstición. Sin embargo, en la Universidad de Londres, la Royal Holloway, una pintura se cubre con regularidad con una bandera Union Jack debido a un viejo temor de que sus imágenes horripilantes podrían romper la cordura del cerebro de un estudiante.
"El hombre propone y Dios dispone", de Edwin Landseer, 1.864, ha sacado a gente de sus casillas desde su debut con sus dos osos polares que limpian en los restos de la nefasta expedición Franklin del Paso del Noroeste. Una criatura sostiene un hueso de costilla humana con entusiasmo apretada entre sus colmillos; el otro se afana en un trozo de tela empapado en un color rojo sangre. William Michael Rossetti se lamentó ante él calificándolo como el "más triste disjecta membra". La viuda Señora Franklin se desmayó como era de esperar, y algunos incluso se preguntaban si Landseer, conocido por sus pinturas de perros nobles, se había desquiciado.
La conservadora Laura MacCulloch explica:
"Nadie sabe a ciencia cierta cuando la tradición de cubrir la imagen comenzó pero de acuerdo a un artículo publicado en 1984, parece haber comenzado en la década de 1970 cuando se extendió el rumor de que un estudiante que miró fijamente a la pintura durante un examen, enloqueció y se suicidó. "
Ese estudiante, según los informes, había garabateado "los osos polares me obligaron a hacerlo" en un examen incompleto, aunque no existe evidencia alguna de que esto sea más que una leyenda urbana. Una réplica viajó recientemente para ser expuesta en Calgary en una exposición titulada Hielo en desaparición: Paisajes alpinos y polares en el Arte del Museo Glenbow, rememorando la siniestra historia.
Cuchilladas verticales a partir del ataque de Abram Balashov sobre "Iván el Terrible y su hijo Iván" (1885) de Ilya Repin 1913
Arte y artefactos supuestamente malditos pueden encontrarse en casi todos los museos, desde una amatista maldita en poder del Museo de Historia Natural de Londres, a un meteorito maldito en el Museo Field de Chicago. Mitos de la locura a menudo se arremolinan en torno al arte más radical. En una muestra de impresionismo en 1874, se dice que provocó tal estado de furia en uno de los visitantes que llegó a morder a gente en la calle.
También está el caso curioso de una pintura apuñalada en 1913. Abram Balashov acuchilló el macabro "Iván el Terrible y su hijo Iván" (1885) de Ilya Repin tres veces, gritando "Detened el derramamiento de sangre!" antes de que fuese trasladado a una institución mental. Probablemente Balashov era ya inestable antes de perder la mirada en los horribles ojos inyectados en sangre de Iván, pero según se informa se trataba sólo de la más extrema de una serie de respuestas violentas.
Tanto la pintura de Repin como la de Landseer no eran sólo imágenes brutales, sino que también atacaban el status quo de sus respectivos países. Repin representa vívidamente el derramamiento real de sangre, Landseer expone el fracaso de la infalible Inglaterra victoriana. Los informes sobre el canibalismo al que se vio conducida la expedición de Franklin irritó el país con la negación, y la desaparición total de los dos barcos maldijo las siguientes décadas de exploración (uno de los barcos fue finalmente encontrado hace apenas un año). Tal vez sea esta evocación sangrienta de la derrota total lo que propició la superstición, un mensaje inquietante como cosa alguna para los estudiantes universitarios en los exámenes.
Para empezar, la asociación entre ambas pinturas, no excesivamente lejanas en el tiempo, viene dada por la publicitación de hechos escabrosos supuestamente provocados por la conmoción que su visionado provocó en ciertos espectadores, lo que confiere a ambas un cierto carácter terrorífico en el que se basa su maldición.
Sin embargo, los horrores a los que aluden son, aunque universales, bien diferentes y motivados por causas distintas.
La pintura de Landseer pretende recrear el horror vivido por los tripulantes de la expedición Franklin al Polo Norte, en una época ávida de relatos sobre descubrimientos y aventuras expedicionarias muy propias de la situación geopolítica de entonces, en una sociedad todavía carente de registro audiovisual (la fotografía es todavía muy joven y su reproducción impresa en libros y prensa escrita, también), por lo que el dibujo, la pintura y la ilustración siguen siendo los grandes aliados de la narración escrita. El mundo se hace más pequeño al ser conquistado por la navegación a vapor y por las exigencias de los mercados de ultramar. El advenimiento de la era industrial supone que las grandes fábricas y la maquinaria, con el ferrocarril a la vanguardia de la aceleración física e histórica experimentada por la sociedad occidental, faciliten a la vez que exijan la búsqueda de nuevos recursos materiales con los que comerciar y fuentes de energía y lubricación del nuevo engranaje industrial. Las expediciones a rincones remotos e inhóspitos del planeta alimentan la curiosidad y el ansia de saber sustentados por la cultura ilustrada precedente, pero son sufragadas por intereses económicos ambiciosos y materialistas.
El afán de superación de la aventura humana para conquistar el planeta es recompensada por divinas bendiciones cuando triunfa, pero despierta el temor al castigo divino cuando fracasa. Los relatos de expediciones marítimas de riesgo están plagados de ambos componentes, y uno de los más conocidos en su día, anteriormente incluso al caso relatado en la pintura de Landseer (pintor conocido, por cierto, por sus retratos de perros y mascotas de noble linaje) es el vivido por los tripulantes del ballenero Essex, en las tres diferentes versiones que en su día llegaron a publicarse según el testimonio de distintos supervivientes, y que inspiró a Herman Melville su universal Moby Dick. No obstante, aunque el detonante del relato original del Essex es la agresión de un cahalote (asociable a los míticos leviatanes y monstruos marinos de la antigüedad), lo cierto es que el auténtico horror viene después del ataque que provoca un relativamente tranquilo naufragio, ya que el auténtico monstruo es el mar y el grupo humano al límite de sus opciones de supervivencia. Nathaniel Philbrick publico recientemente su estudio crítico y su reconstrucción de los hechos a partir de los textos originales y testimonios acerca de los hechos y nos recuerda porqué Melville y sus contemporáneos alimentaban sus pesadillas con este tipo de relatos. La película de Ron Howard de inminente estreno se basa en el libro de Philbrick, pero los teasers y trailers, así como carteles e imágenes promocionales, hacen pensar en un mayor protagonismo de los cetáceos, menos accidental, y por tanto una mayor influencia de la visión dramatizada del mito de Moby Dick.
Imagen promocional de la adaptación cinematográfica de Ron Howard a partir de la obra de Nathaniel Philbrick |
El siglo XIX fué testigo de la creciente demanda de grasa de ballena como combustible y lubricante industrial, y los balleneros de todo el mundo, incluídos los famosos cuáqueros de Nantuket y otras poblaciones de la costa Este norteamericana, convirtieron al cachalote en su principal presa, aunque también la más temida, puesto que todas la grandes especies de ballenas, comedoras de krill o de pequeños peces, poseen bocas pobladas de barbas filtrantes en vez de temibles dientes carniceros, pero el cachalote tiene una mandíbula inferior prominente y armada de poderosos dientes. Un animal acostumbrado a lidiar con grandes presas y poderosos enemigos (orcas, tiburones, machos rivales) puede mostrar conductas mucho más violentas para defenderse que sus parientes recolectores de krill, de una actitud semejante a la de los pacíficos tiburones ballena o los tiburones peregrinos que eran perseguidos en el mar de Arán para la extracción del preciado aceite de sus hígados, tal y como podemos apreciar en el épico y pionero relato cinematográfico de Robert J. Flaherty.
De hecho, el relato de Herman Melville se inspira en hechos reales, dramatizados convenientemente, pero en realidad mucho más espeluznantes en sus consecuencias que la tragedia griega protagonizada por el capitán Achab. El propio Melville se embarcó en su juventud en un ballenero en busca de fortuna y experiencias aventureras llevando consigo ejemplares de los relatos del capitán y el segundo oficial del ballenero Essex que inspiraron su obra capital, tal y como nos explica magistralmente Nathaniel Philbrick.
Melville mitifica el carácter de Moby Dick con un demoníaco (o divino, según se mire) carácter astuto y vengativo al que han recurrido muchos otros monstruos de ficción desde entonces. No obstante, el monstruo que encarna al mal y a la naturaleza vengativa simultáneamente, debe ser reconocible, digno de ser mostrado (significado literal de "monstruo") y como cachalote ha de ser peculiar y diferente, así que, como tantos otros animales que han suscitado interpretaciones místicas, es BLANCO.
El color blanco, como ya hemos mencionado en nuestra particular categorización de animales iconográficamente blancos o negros, hace que un animal tan caro de ver como el oso polar (y más en la época de la que estamos hablando) sea icónicamente memorable. Añadido a los horrores vividos por las inclemencias climáticas y el aislamiento de los expedicionarios que acompañaron a Franklin se convierte en una especie de espíritu de la Naturaleza que castiga la torpe ambición humana (el título del cuadro no deja lugar a dudas sobre el argumento esgrimido por el pintor) y, como Moby Dick, sus ejemplares (correctamente reproducidos desde un punto de vista zoológico y anatómico por el célebre pintor animalista) se interpretan como encarnaciones de la voluntad de Dios.
La crudeza del relato expuesto, el oportunismo predatorio de la bestias sobre los restos humanos, pretendería tal vez ser suavizado por el pintor al dejarlo en manos de agentes de la naturaleza (lo más recordado de este y otros relatos como el del Essex, o el famoso accidente aéreo de los Andes que inspiró la película "¡Viven!", es la antropofagia forzosa de los supervivientes y la locura provocada por las carencias de alimentos, agua y abrigo) pero sin duda es lo que sirve de enlace al espectador de la época, e incluso todavía a nuestros coetáneos, para intuir las dentelladas de la naturaleza más inhóspita. En contraste, hoy en día, el público humano y animalista se conmueve ante las muestras de inanición de los osos polares como trágico emblema del calentamiento global.
En cuanto al horror empático de la mirada de Iván el Terrible en el cuadro de Repin, alude al horror más atávico si cabe que al provocado por las grandes especies depredadoras, y es el destado por los de nuestra propia especie, el terror a la agresión humana y a la guerra. Que un personaje histórico que (más injustamente de lo que muchos creerían) pasa a los anales como encarnación de la crueldad, muestre en sus ojos el mismo atavismo ante la muerte de su hijo a resultas directas o indirectas de sus propios actos y decisiones, es un buen motivo para despertar en los más sensibles una respuesta agresiva o de negación ante la evidencia del lado más sanguinario del ser humano.
Mafa Alborés.
ARTÍCULOS
Recortado y oculto a la vista: el extraño poder de las Pinturas Malditas
por Allison Meier en 11 de noviembre 2014
Edwin Landseer, "El hombre propone y Dios dispone" (1864), pintura al óleo (vía Wikimedia)
¿Puede una pintura conducir a una persona a la locura? Si bien no hay duda de que mirar algo semejante a las inquietantes pinturas negras de Goya durante horas podría ser desestabilizador, los poderes perturbadores del arte son en su mayoría superstición. Sin embargo, en la Universidad de Londres, la Royal Holloway, una pintura se cubre con regularidad con una bandera Union Jack debido a un viejo temor de que sus imágenes horripilantes podrían romper la cordura del cerebro de un estudiante.
"El hombre propone y Dios dispone", de Edwin Landseer, 1.864, ha sacado a gente de sus casillas desde su debut con sus dos osos polares que limpian en los restos de la nefasta expedición Franklin del Paso del Noroeste. Una criatura sostiene un hueso de costilla humana con entusiasmo apretada entre sus colmillos; el otro se afana en un trozo de tela empapado en un color rojo sangre. William Michael Rossetti se lamentó ante él calificándolo como el "más triste disjecta membra". La viuda Señora Franklin se desmayó como era de esperar, y algunos incluso se preguntaban si Landseer, conocido por sus pinturas de perros nobles, se había desquiciado.
La conservadora Laura MacCulloch explica:
"Nadie sabe a ciencia cierta cuando la tradición de cubrir la imagen comenzó pero de acuerdo a un artículo publicado en 1984, parece haber comenzado en la década de 1970 cuando se extendió el rumor de que un estudiante que miró fijamente a la pintura durante un examen, enloqueció y se suicidó. "
Ese estudiante, según los informes, había garabateado "los osos polares me obligaron a hacerlo" en un examen incompleto, aunque no existe evidencia alguna de que esto sea más que una leyenda urbana. Una réplica viajó recientemente para ser expuesta en Calgary en una exposición titulada Hielo en desaparición: Paisajes alpinos y polares en el Arte del Museo Glenbow, rememorando la siniestra historia.
Cuchilladas verticales a partir del ataque de Abram Balashov sobre "Iván el Terrible y su hijo Iván" (1885) de Ilya Repin 1913
Arte y artefactos supuestamente malditos pueden encontrarse en casi todos los museos, desde una amatista maldita en poder del Museo de Historia Natural de Londres, a un meteorito maldito en el Museo Field de Chicago. Mitos de la locura a menudo se arremolinan en torno al arte más radical. En una muestra de impresionismo en 1874, se dice que provocó tal estado de furia en uno de los visitantes que llegó a morder a gente en la calle.
También está el caso curioso de una pintura apuñalada en 1913. Abram Balashov acuchilló el macabro "Iván el Terrible y su hijo Iván" (1885) de Ilya Repin tres veces, gritando "Detened el derramamiento de sangre!" antes de que fuese trasladado a una institución mental. Probablemente Balashov era ya inestable antes de perder la mirada en los horribles ojos inyectados en sangre de Iván, pero según se informa se trataba sólo de la más extrema de una serie de respuestas violentas.
Tanto la pintura de Repin como la de Landseer no eran sólo imágenes brutales, sino que también atacaban el status quo de sus respectivos países. Repin representa vívidamente el derramamiento real de sangre, Landseer expone el fracaso de la infalible Inglaterra victoriana. Los informes sobre el canibalismo al que se vio conducida la expedición de Franklin irritó el país con la negación, y la desaparición total de los dos barcos maldijo las siguientes décadas de exploración (uno de los barcos fue finalmente encontrado hace apenas un año). Tal vez sea esta evocación sangrienta de la derrota total lo que propició la superstición, un mensaje inquietante como cosa alguna para los estudiantes universitarios en los exámenes.
Slashed and Hidden from Sight: The Strange Power of Cursed Paintings
Can a painting drive a person to madness? While there is no doubt staring at something like Goya’s unnerving Black Paintings for
hours might be destabilizing, the powers of derangement in art are
mostly superstition. Yet at the University of London’s Royal Holloway,
one painting is regularly draped in a Union Jack flag due to an old fear that its gruesome visuals could snap the sanity from a student’s brain.
Edwin
Landseer’s 1864 “Man Proposes, God Disposes” has creeped people out
since its debut with its dual polar bears scavenging at the wreckage of
the ill-fated Franklin expedition to
the Northwest Passage. One creature has a human rib bone rapturously
clenched in its fangs; the other lunges at a scrap of fabric drenched in
a blood-red color. William Michael Rossetti mourned it as the “saddest of membra disjecta.” The widowed Lady Franklin was unsurprisingly dismayed, and some even asked if Landseer, known for his noble dogs, was getting a bit unhinged.
College Curator Laura MacCulloch explains: “No
one quite knows when the tradition of covering the picture first began
but according to an article published in 1984 it seems to have started
in the 1970s when a rumour was spread that a student who looked directly
at the painting during an exam, went mad and committed suicide.” That
student reportedly scrawled “the polar bears made me do it” on
an incomplete exam, although there’s no evidence that this is more than urban legend. A replica recently went on view in Calgary in the Glenbow Museum’s Vanishing Ice: Alpine and Polar Landscapes in Art, reviving the sinister tale.
Supposedly cursed artifacts and art are in almost every museum, from a cursed amethyst held by the Natural History Museum in London, to a cursed meteorite at the Field Museum in Chicago. Myths of madness often swirl around radical art. At an 1874 Impressionism show, one visitor is said to have raged out and bit people on the street.
There’s also the curious case of a painting stabbed in 1913. Abram Balashov slashed the grisly “Ivan the Terrible and His Son Ivan” (1885) by Ilya Repin three times, screaming “Stop
the bloodshed!” before he was hauled away to a mental institution.
Likely Balashov was already unstable before gazing into the horrible blood-shot eyes of Ivan, but it was reportedly just the most extreme of a series of violent responses.
Both
the Repin and Landseer paintings weren’t just brutal images, they also
attacked the status quo of their respective countries. Repin depicted
vividly royal bloodshed, Landseer exposed the failure of infallible
Victorian England. Reports of the cannibalism resorted to by the
Franklin expedition riled the country with denial, and the total
disappearance of the two ships haunted the following decades of
exploration (one of the boats was finally found just this year).
Perhaps it’s this gory evocation of total defeat that got
the superstition started, an unsettling a message as anything for
college students at exams.
http://hyperallergic.com/159739/slashed-and-hidden-from-sight-the-strange-power-of-cursed-paintings/
http://hyperallergic.com/159739/slashed-and-hidden-from-sight-the-strange-power-of-cursed-paintings/
Es vital apoyar el discurso con imágenes.
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