Hoy quiero ofrecer un gran complemento a nuestra Bibliografía Naturalista Comentada.
Se trata del catálogo de la Exposición "Biblioteca y Gabinete de Curiosidades", organizada en su día por la Universidad Complutense de Madrid y en la que se aprovecharon y seleccionaron piezas bibliográficas, artísticas y taxidermísticas bajo la dirección y comisariado de Manuel Barbero Richart, uno de los escasos ejemplos en nuestro país del estudio serio y sistemático de la iconografía zoológica en los libros de zoología y, por tanto, de la importancia de las artes como divulgadoras de contenidos científicos. Las piezas se extrajeron de los fondos de distintas entidades académicas y científicas, como el Museo de la Farmacia Hispana, la Biblioteca Histórica de la Complutense o los fondos de la Facultad de Veterinaria.
Ha transcurrido el tiempo suficiente para que ose reproducir su contenido, aunque sólo sea en JPG (si queréis podéis descargaros el PDF desde el enlace que os facilito, donde podréis contemplar con más comodidad y mejor calidad las imágenes del catálogo).
http://mafa-elanimalinvisible.blogspot.com.es/p/bibliografia-naturalista-comentada.html
Biblioteca y Gabinete de
curiosidades. Una relación zoológica:
La relación entre el arte y el conocimiento no sólo es
estrecha, directa e inseparable; además ancla sus raíces en el propio concepto
de humanidad. Los mejores ejemplos de esta relación los podemos encontrar en
dos contextos del saber que actúan como contenedores de lo científico y de lo
artístico: la biblioteca y el museo.
Una de las intenciones de esta exposición es detener
la mirada en los protagonistas de ambos espacios, el libro y el objeto
museístico, acotándola en el mundo de la zoología y sus representaciones. La
otra, establecer un diálogo entre los modelos y sus imágenes mediante el
encuentrode obras ilustradas y los referentes animales que sirvieron para
hacerlas.
El mundo animal siempre ha ejercido un fascinante
influjo en la mente del hombre causando en él una mezcla de temor, asombro
e intensa atracción. Su presencia en todos los entornos y su naturaleza
multiforme, la mayoría de las veces misteriosa, han propiciado
una cultura zoológica milenaria, que ha trazado desde interpretaciones
simbólicas arropadas por lo mitológico hasta sólidos conocimientos sobre el
animal y sus características, todo ello sostenido por un conjunto de obras
literarias, científicas y artísticas que, desde sus más diversas formas, han
conformado todo el cuerpo de sabiduría que ha llegado hasta nuestros días.
Este cuerpo de sabiduría no hubiese podido llegar
hasta nosotros sin la aptitud innata que tenemos por aprender y conocer, pero
tampoco por el talante -ya menos innato-, de conservar y proteger nuestros
legados de conocimiento. Es ese talante el que lleva a conformar las primeras
bibliotecas y museos. Aunque sus orígenes no son comunes, ni
coincidentes, lo cierto es que el libro y el objeto museístico, la biblioteca y
el museo, o lo que fue su antecesor -el gabinete de curiosidades-, han
compartido espacio en múltiples ocasiones. Muchos gabinetes, de hecho, se
ubicaban junto a bibliotecas, especialmente en épocas donde aún no
estaban tan especializados los museos. De manera inversa, distintas bibliotecas
surgieron a la vera de los gabinetes dando lugar a auténticos centros
científicos. Disciplinas como la paleontología, la geología y, por
supuesto, la zoología, experimentaron importantes avances
gracias a la facilidad que para el científico suponía disponer en un
mismo espacio de numerosos especímenes y bibliografía.
El gabinete de curiosidades era un espacio donde
objetos raros o extraños se exponían para el disfrute visual del espectador y
acicate de su imaginación, o para su análisis y estudio por parte del estudioso
o científico. Aunque estos objetos curiosos podían ser de distintas clases,
predominaban, en muchos de ellos, los de carácter animal. En algunos casos se
trató de dar un cierto orden a lo diverso y variopinto buscando una cierta
sistematización, estableciendo criterios de agrupación fundamentados,
principalmente, en el origen natural o artificial de los objetos, y en los
subgrupos posibles: distintos reinos de la naturaleza -plantas, animales y
piedras-, objetos mecánicos y de uso científico, artísticos -pictóricos o
escultóricos-, los históricos y etnográficos, y -como hemos visto- también
libros. De algunas colecciones se editaron catálogos con las piezas
contenidas, que tuvieron gran importancia en el avance de la ciencia al
permitir un fácil acceso a los fondos a un público erudito pero distante
geográficamente del museo. Estos catálogos resumen, de alguna manera, la
esencia que sustenta esta muestra: el diálogo directo de las piezas
coleccionadas con la imagen de las mismas. Ese diálogo, así como sus piezas e
imágenes, es extrapolable al que podemos encontrar en alguno de los museos
y colecciones que conforman el patrimonio de la Universidad
Complutense de Madrid.
El Museo de Anatomía Comparada de Vertebrados y el
Museo de la Farmacia Hispana son los dos museos que participan con sus piezas
en esta muestra. Sobre ellos levita, más allá de su labor educativa vinculada a
la docencia e investigación, el encanto de los antiguos gabinetes a los que nos
estamos refiriendo, bien a través de las vitrinas llenas de evocadoras figuras,
bien a través de las recreaciones de ambientes que nos retrotraen a épocas
donde era más fácil dejarse sorprender por un cuerno de unicornio o una
costilla de Leviatán. Entre las piezas expuestas encontramos desde colmillos de
narval hasta serpientes venenosas. En algunos casos, ha sido el animal el que
ha servido de referencia para encontrar la imagen, en otros la sido la imagen
la que ha obligado a buscar la pieza zoológica.
También se incluyen en la exposición varios ejemplares
que fueron utilizados como modelos en la asignatura de Bestias, estudio de
la representación animal, que durante varios años he impartido dentro de
los programas de doctorado de la Facultad de Bellas Artes de la UCM.
A partir del siglo XVIII los gabinetes empezaron a
desaparecer, los objetos considerados más interesantes fueron reubicados
en los museos de arte y de historia natural que se comenzaban a
crear. Los libros pasaron a ocupar las estanterías -no compartidas con objetos-
de las salas de las bibliotecas. Muchos de estos libros que en su momento
contenían conocimientos vivos empezaron, con el devenir de los tiempos, a verse
relegados por nuevas publicaciones más actualizadas y, poco a poco, fueron
convirtiéndose en joyas bibliográficas con un valor no sólo para la historia
de la ciencia, también para nuestro patrimonio cultural y artístico.
La Biblioteca Marqués de Valdecilla contiene muchas de
esas importantes joyas bibliográficas y patrimoniales, y participa en la
exposición con varias de ellas. Se han incluido, por ejemplo, el Breviarium
historiae catholicae de Rodrigo Jiménez de Rada o el Liber de gratia Dei
contra Julianum de Beda el Venerable.
Complementan la exposición otras joyas
bibliográficas presentadas en forma de facsímil ante la imposibilidad de poder
acceder al préstamo de los originales que se conservan en diferentes
bibliotecas e instituciones del mundo. Son obras escogidas de gran interés e
importancia en la literatura animalística y forman parte de una colección que
he ido formando a lo largo de varios años. Podemos disfrutar, entre más de
cincuenta tratados diferentes, del Atlas de Historia Natural de Honoratus
Pomar, del Libro de las utilidades de los animales de Ibn Bajtisu o del
Cuaderno de dibujos de Giovannino de Grassi.
Selección de libros.
En la selección de las obras ha primado el que
fueran, principalmente, manuscritos. Y, en el caso de los libros impresos, que
en la medida de lo posible sus grabados estuviesen iluminados. Se buscaba con
ello encontrar la mayor diversidad y riqueza plástica.
La selección de obras ha tratado de ser lo más
heterogénea posible, tanto en temáticas como en cronologías, siempre y cuando
subyaciese una intencionalidad científica o pseudocientífica en las
representaciones. Se han incluido desde tratados de alquimia,
cuadernos de apuntes, colecciones de láminas, libros de horas o
bestiarios, hasta crónicas de Indias y códices precolombinos. Esta
diversidad permite hacer un recorrido por muy diversas variantes
estilísticas y técnicas, confrontando las distintas destrezas
artísticas que cada uno de los autores volcaba en sus dibujos. Algunas de estas
destrezas quedan ligadas a la época, otras al lugar geográfico donde se
hicieron y, todas, a las habilidades técnicas del autor. El ratio de
siglos que separa unas obras de otras -s. XIII al s. XVIII- permite también
vislumbrar recorridos cronológicos en épocas diferentes pero con problemáticas
comunes. Estas problemáticas comunes están relacionadas,
fundamentalmente, con los modelos.
La gran dificultad en la historia de la representación
de los animales estribó, durante muchos siglos, en los propios modelos a
representar: bien por la rareza de los ejemplares, bien por la dificultad de
observarlos o, simplemente, porque no les gusta estar mucho tiempo posando para
el artista. Desde nuestra perspectiva actual, como seres imbuidos por las
imágenes que, presionando una tecla, podemos acceder instantáneamente a
cualquier conocimiento formal de cómo es tal o cual animal, puede resultarnos
difícil imaginar cuál sería la imagen que tendríamos del mundo si
desapareciesen de un soplo internet, la fotografía y todos los libros impresos.
Imaginemos un mundo sin imágenes o, mejor dicho, con unas cuantas imágenes
pintadas, y que, esas imágenes, fuesen el espejo del mundo zoológico circundante,
nuestra única fuente de información visual de cómo son las cosas y animales que
no conocemos. Estaríamos tan perdidos y desorientados como los autores de
los libros que forman esta exposición, con la diferencia de que ellos,
motivados por el ansia de saber, se ocuparon en la formidable misión de dar
grafía al animal, de ilustrar la vida. En el caso de un perro o un caballo -los
animales más representados en la historia del arte- la tarea no parece
especialmente complicada, estamos acostumbrados a convivir con ellos. Aunque no
nos engañemos, ni siquiera lo que parece fácil necesariamente lo es, basta leer
las palabras que incluye Robert Hooke en su Micrographia (1665)
explicando lo tremendamente dificultoso que le supuso dibujar una simple hormiga,
para darnos cuenta de ello. Pero, claro, quizá ahí estriba el problema: que las
hormigas no son simples, cualquiera que las haya mirado por un microscopio,
como hizo él, se da cuenta al instante. Y si una hormiga, normalmente dibujada
como tres puntitos con rayitas no es simple, qué se puede pensar de un
cocodrilo o una ballena, de animales que no sólo es que no convivamos con
ellos, sino que, probablemente, nunca hemos visto al natural. Traslademos estas
reflexiones a la época en que fueron realizadas estas obras y nos daremos
cuenta de lo extremadamente complejo que les debió resultar a los dibujantes
hacer sus representaciones.
Esta exposición no busca, sin embargo, una mirada
benevolente y comprensiva con aquellas representaciones que, vistas desde hoy
en día, pueden parecer más burdas o toscas, o que reducen la complejidad animal
a unos cuantos trazos. Muy al contrario, busca el aplauso y el deleite con unos
dibujos plenos de magia y encanto que nos trasladan, no sólo a un territorio
zoológico absolutamente seductor, también a un contexto histórico donde
prácticamente todo estaba por dibujar. Muchos de estos dibujos se
realizaron en el umbral de lo científico y contienen llamativas distorsiones
entre lo real y su representación. Distorsiones que estimulan nuestra
imaginación más allá de lo real. Las imágenes de la Historia general de las
cosas de la Nueva España de Bernardino de Sahagún, cualquiera de las
incluidas en los bestiarios, o las que incluye Martínez Compañon en su Trujillo
del Perú, son claros ejemplos de esto.
Hay, por tanto, una intencionalidad en la
acotación temporal: no aparecen expuestas obras posteriores a la aparición de
la fotografía, pues fue la fotografía la que marcó un punto de inflexión en la
representación zoológica -más allá de cámaras obscuras y otros artilugios que
abrieron el camino- . Los trabajos de Étienn Jules Marey o Eadweard Muybridge
son, en este sentido, sintomáticos: la capacidad de detener el movimiento, de
variar los enfoques o de captar al animal en las más diversas posturas
cambiarían para siempre la manera de acceder a su imagen.
En la exposición prevalece el interés por la seducción
visual sobre cualquier otro. Al fin y al cabo es la belleza, contenida tanto en
las formas naturales como en los dibujos, sobre la recae la responsabilidad de
atraparnos en la magia del gabinete a la que antes nos referíamos. Cuando
observamos el grabado del cuarto de maravillas que Olaus Worm incluye en su
Museo Wormianum, se nos despierta la necesidad de recorrer ese espacio bidimensional
saltando de un objeto a otro, tratando de descubrir rarezas escondidas o
deleitándonos con alguna de las más visibles. Vamos y volvemos sobre los
objetos contenidos en la cámara sin un orden preestablecido dejándonos guiar
por nuestra propia curiosidad. El recorrido de la exposición propone el
mismo juego: que el espectador entre en la biblioteca-gabinete y que sean los
libros y animales los que le orienten en su viaje. Disfrutar del viaje ya
depende de él.
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