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martes, 6 de diciembre de 2011


SOBRE IDENTIDAD Y ALTERIDAD (HUMANIDAD/ANIMALIDAD)

Las animalidades alternativas son las que, desde el punto de vista humano definen la diferencia entre humanidad y animalidad, siendo la humanidad una suerte de oposición a la animalidad, en vez de una forma particular de esta.

La experimentación con fines científicos (o incluso artísticos, como vemos en los ejemplos ofrecidos) con animales, es motivo de polémicas de índole ética, que en gran medida se sustentan en el grado de consciencia o autoconsciencia de las diferentes especies animales a las que pertenecen los especímenes que son objeto de dichas investigaciones invasivas (o de explotación de cualquier índole).

Ya me he referido anteriormente a Donald R. Griffin (“El pensamiento de los animales”, Ariel, Barcelona 1986) y sus interesantes apuntes y reflexiones sobre el asunto de la autoconsciencia y la consciencia en el pensamiento animal, coincidiendo con una serie de investigadores que encuentran una explicación más lógica, breve y directa en la consideración de dicha capacidad incluso en los animales tradicionalmente considerados más elementales cuando desarrollan actividades de construcción o interacción con su medio con fines prácticos, puesto que un comportamiento maquinal, automático, no conseguiría buenos resultados (Griffin se refiere, entre otros a ejemplos como ciertas larvas de invertebrados que se construyen una cápsula protectora con piedrecillas o granos de arena de su entorno).
Desde una perspectiva tal, no sólo deberíamos pensar en la consciencia del mundo natural, sino también mostranos escépticos ante la división conceptual entre lo natural y lo artificial:
Ser capaces de entender que nuestras ciudades, nuestras obras de arquitectura e ingeniería, nuestras máquinas y productos (y residuos) industriales forman parte del mundo natural. Que la aparente humildad que separa lo sublimemente natural de lo perversamente humano no encierra sino una petulante actitud separatista respecto del mundo natural al que pertenecen los termiteros, las colmenas, las excavadoras, las presas de los castores y los Ford Mustang. Que los diseños industriales nacen, se desarrollan, crecen (se distribuyen), tienen más o menos éxito en base a su eficacia, a su éxito evolutivo, a su poder de seducción ante el consumidor y se acaban extinguiendo o perdurando en el recuerdo y los mitos, como los dinosaurios o los Cadillacs Eldorado.

No sé exactamente qué me llevó a anotar lo siguiente en las guardas en blanco de la edición del libro de Griffin que tengo desde hace años:

“el humano…
¿es el animal que más especies animales distingue…o el que menos?”


“la gallina de los huevos de oro…
¿buscaba un puesto de privilegio en el gallinero del hombre o era una suicida patológica?”

La alteridad implica, siguiendo pautas básicas de la gestalt, el contraste de percepciones para definirla, y por tanto lleva implícito la identificación de la propia identidad: casi todas las imágenes totémicas y divinizantes son zoomórficas en tanto que a su vez antropomórficas por motivos atávicos o arquetípicos, en terminología de Jung.

Las imágenes de demonios dotados de armamento animal (garras, cuernos, alas, colmillos) remiten a arquetipos temibles, negativos, aunque también se dan arquetipos positivos (rasgos neoténicos, proporciones neoténicas) y ambivalentes (antropomorfia –nada más protector que tus semejantes, nada más temible que tus semejantes ajenos-) tan hipnóticos como dos puntos en sucesión horizontal susceptibles de ser percibidos como dos ojos, una mirada: el otro.
Madre protectora o depredador. Amigo o enemigo.

En una cultura hipertróficamente audiovisual como la nuestra, no creo que sea casual el éxito de productos basados en mitos de depredación/alteridad como el vampiro o el licántropo (Griffin desarrolla una brillante reflexión a partir del éxito de la saga generada por Anne Rice y sus crónicas vampíricas) como la saga crepúsculo, underworld, y un larguísimo etcétera hasta llegar al nosferatu saqueado a Stocker.

Otra cosa que creo que no está suficientemente estudiada, o al menos explicitada o reconocida, es la asociación entre la atracción por los animales y la infantilidad, inocencia o inmadurez.

Por cierto: ¿porqué se habla tan a menudo de animales antropomorfos al referirse a los protagonistas y personajes del cine de animación clásico?

No creo que Mickey Mouse, Donald o Bugs Bunny sean animales antropomorfos, sino humanos zoomorfos. No es pura verbigracia, sino un síntoma de una malentendida alteridad crónica a nuestra cultura (no sé si a nuestra especie)

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