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martes, 22 de diciembre de 2020

Fijar los ojos en las alas de las mariposas. Hilando fino en la entomología a través de los lepidópteros de Yumi Okita

Yumi Okita 


Yumi Okita

El uso de telas y tejidos en volumetrías suele ser adecuado para la recreación de formas orgánicas, como hemos visto a menudo en las selecciones de El Animal Invisible. 

Ello se debe a que las estructuras fibrosas entretejidas constituyen la forma habitual de construir los cuerpos de los seres vivos, de las formas orgánicas. 

No en vano nos referimos a dichos materiales de construcción como tejidos vivos, capaces de adoptar diversas formas y consistencias versátiles, más o menos rígidas, elásticas, flexibles o blandas según lo requieran las necesidades mecánicas, motrices, defensivas o de cualquier otro tipo del órgano específico que constituyen. 

Habíamos contemplado el uso de tela (combinada con papel y otros materiales) a cargo de Kate Kato, para realizar ejemplares, algunos de los cuales nos pueden recordar a los de Yumi Okita, la artista a la que hoy dedicamos esta entrada. 

Yumi Okita

La principal diferencia entre ambas producciones está en el uso exclusivo de tela y tejido por parte de Okita y en su aumento de escala de los especímenes, jugando así al efecto producido por las lentes de aumento y la observación detallada de las estructuras que constiuyen la disposición de dichos tejidos en su versión natural. 

Volvemos, pues, a la cuestión establecida por la medida de las cosas en base a nuestra propia escala, que condiciona los límites de nuestra percepción y la apreciación de lo que consideramos los detalles constituyentes de un organismo, algo a lo que ya alude en forma literaria Jonahtan Swift en sus alegóricas visiones de la sociedad humana a través de los mundos alternativos de Lilliput y Brobdingnag en "Los viajes de Gulliver". 

Yumi Okita

Brobdingnag supone la observación en macro de los detalles mínimos aumentados, como en las imágenes entomológicas de Levon Bliss. Las imbricaciones estructurales de los tejidos las hemos observado como emulación de los materiales constituyentes de las formas orgánicas vegetales en las obras de Emma Matson, o especialmente en Alexandra Kehayoglou, en este caso volcada en la recreación de formaciones vegetales.

Al respecto del uso de la tela como material de trabajo a cargo de Matson y Kehayoglou decíamos lo siguiente:

Que el arte imita a la naturaleza es algo de lo que no nos suele caber la menor duda, aunque sólo sea por el arraigo de un tópico recurrente, y de arraigos precisamente hablaremos hoy, aunque en un sentido bastante más literal.
En la medida que una obra artística hace referencia al esclarecimiento o reflexión sobre hechos biológicos podríamos asociarla a lo que se denomina bioarte desde que pioneros como Eduardo Kac, George Gessert o Louis Bec propiciaron su definición.
Sin embargo no es infrecuente un cierto abuso del término. Si una obra de arte está inspirada en productos de la divulgación de la biología puede ser que flirtee con el bioarte sin llegar a serlo, o si imita los recursos expositivos de los museos de Historia Natural. Lo cierto es que una pieza de bioarte tendría que estar viva, o estar realizada con materiales o soportes vivos y no sencillamente servirse de materiales de origen orgánico más o menos evidente (o cualquier tabla -madera extraída de un árbol antaño vivo- pintada al temple -pigmento cuyo medio de aplicación es el huevo, símbolo de la vida y símbolo del alma- pertenecería a su ámbito).
Aparte de las muestras de trabajos artísticos que recurren a la taxidermia, no deja de ser curioso observar obras artísticas cuyas piezas son directamente preparaciones de muestras zoológicas en las que los propios cuerpos de los animales, sus anatomías, constituyen una forma particular de bioarte (a ello nos referíamos al respecto de trabajos como los de Iori Tomita, entre otros).

Louis Bec
El bioarte es un término que abarca tanto reflexiones plásticas sobre las formas vivas como piezas artísticas que de un modo simulado (Félix Deac, Patricia Piccinnini) aparentan formas de vida, aunque de forma más exacta las obras de bioarte están vivas de manera virtual (Louis Bec y sus simulaciones digitales de organismos) o constituyen auténticos seres vivos intervenidos genéticamente con fines artísticos, y cuyo máximo representante es Edouard Kac.
Los ejemplos que traemos hoy a colación reflexionan sobre las formas vivas de la naturaleza en relación a los entornos artificiales creados por el hombre, asociándose, concretamente, a la arquitectura y el interiorismo o, más concretamente, a las artes textiles aplicadas al interiorismo: tapices y alfombras.
Para empezar podríamos establecer una asociación que cualquiera puede entender cuando nos referimos a la materia de la que están hechos los seres vivos como tejido vivo, o tejido orgánico, analogía que nos recuerda la disposición imbricada de los elementos que constituyen la materia viva. Las telas y tejidos de confección artificial, sea artesanal o industrial, han servido para vestirnos, abrigarnos y modificar la percepción de nuestra propia animalidad, así como para decorar y dar calidez o distinción social al interior de nuestras edificaciones. La fría dureza de suelos y paredes ha sido amortiguada por la presencia de alfombras y tapices de múltiples calidades y diseños a lo largo de la historia y en nuestras asociaciones léxicas nos hemos referido a ciertos elementos naturales como alfombras o tapices: rocas tapizadas de musgo, alfombras de hierba, cortezas vestidas de líquenes.
Alexandra Kehayoglou
Con estas premisas hemos explicado el sentido otorgado a la estética de ciertos trabajos como los de Alexandra Kehayoglou, y sus alfombras y tapices inspirados en las formas y combinaciones cromáticas de las diferentes especies vegetales que podemos encontrar cubriendo suelos y espacios naturales. Los trabajos textiles de Kehayoglou flirtean con el bioarte sin serlo, pero sin duda apuntan a una reflexión sobre nuestra relación con el mundo natural y tracienden, por tanto, al mero interiorismo, pudiendo asociarse a trabajos de artistas como Anna Garforth que a menudo constituyen auténticas piezas de genuino bioarte por la utilización de material orgánico vivo.
Alexandra Kehayoglou
Las alfombras de Kehayoglou están realizadas con técnicas textiles herederas de la tradición propia de la industria, pero constituyen un recordatorio de nuestro creciente alejamiento del mundo natural intentando compensar la nostalgia de su percepción visual directa. En este sentido van más allá del elemento meramente decorativo, o de un producto más de las artes aplicadas, en tanto que conceptualmente constituyen una peculiar manifestación del arte pictórico, del bajorrelieve o del diorama.

Emma Mattson

Recientemente hemos descubierto otros trabajos interesantes asociados a la confección textil inspirada en formas vegetales, como los tambores de bordado de Emma Mattson, quien, mediante la utilización de fieltro, hilo y la técnica del nudo francés aplica puntadas con configuraciones semejantes a musgo en aros de bordado como soporte de las plantas sin flores que imita. Además de simular el aspecto de la vegetación, a Mattson también le gusta añadir fragmentos de auténtico y falso musgo sobre el que trabaja para trazar una fina línea entre la imitación y la realidad.

 

Emma Mattson
Tal vez al contemplar sus obras alguien pueda pensar que se trata de un mero ejercicio técnico de una artesana del bordado, o de más o menos llamativas piezas decorativas o de coleccionismo, pero si buscamos entre su producción nos encontramos interesantes piezas de distinta índole que indagan en cómo percibimos las cosas a través de nuestros sentidos acostumbrados, prevenidos o, en ocasiones, aturdidos por las diferentes artes y técnicas de reproducción. 
La apariencia superficial de los objetos resulta a menudo engañosa a través de los distintos medios de difusión de imágenes, y el paradigma fotográfico impregna nuestros recuerdos visuales, sea por la presencia directa de los objetos referenciados o a través de gadgets electrónicos, reproducciones impresas, recreaciones tridimensionales, etcétera.
Emma Mattson
Son especialmente significativas sus piezas volumétricas, escultóricas, cubiertas de fragmentos fotográficos en forma de collage tridimensional que nos invitan a dotarnos de antenas que perfeccionen nuestra precisa percepción de las cosas y, por tanto, constituyen en esencia una reflexión sobre los límites entre naturaleza y artificio, entre nuestros órganos sensitivos y nuestras capacidades de percepción. 
La preponderancia que otorgamos a un mundo construído a base de reconstrucciones de carácter esencialmente visual, o audiovisual, cada vez más alejadas de sus referentes reales, sirve a Mattson para elaborar objetos que reclaman nuestra atención sobre este hecho, y que de alguna manera, mediante su propio artificio, nos recuerdan que el mundo natural tambié se huele, se saborea, se oye y se vive en una inmersión sensorial que nunca es ajena a nuestros límites corporales por más que nos empeñemos en ello.
Emma Mattson
Desde este punto de vista, sus creaciones textiles de formas vegetales, lejos de buscar un hueco en el mercado de los productos decorativos (algo que sin duda es esencial para el desarrollo de la actividad fabril de Alexandra Kehayoglou) conforman auténticas series artísticas emparentadas con la ilustración científica, la pintura paisajística, el arte ornamental, los dioramas en incluso la escultura, pero, además, no debemos olvidar en plena era digital que los orígenes de las imágenes rasterizadas y los sistemas informáticos se hallan en los telares, en la mecanización de la producción textil pioneros en el uso de códigos aplicados en tarjetas perforadas, tal y como reflexionábamos al comentar las obras de
Cayce Zavaglia.
Emma Mattson

 

 Pero si en todos estos casos se da una reflexión sobre cómo la materia se estructura a pequeña escala para crear armazones con los que edificar las formas de los seres vivos, para crear materiales de construcción de diferentes consistencias, texturas y colores, la eficacia del juego ilusorio establecido se da porque nos hace tomar conciencia de alguna manera de los límites de nuestra percepción cuando queremos observar al detalle los datos visuales y de apariencia táctil que dotan que credibilidad o verosimilitud las representaciones y recreacioes del mundo natural. 

Yumi Okita

Y mientras la mayoría mantienen el criterio de escala natural, Yumi Okita nos invita a recordar aquello que la tecnología óptica, las lentes de aumento y los microscopios nos han mostrado de las estructuras constituyentes de las alas de las mariposas y las polillas. Curiosamente, pese a haber aprendido de sus escamas y placas microscópicas con diversas reflexiones cromáticas constituyen un claro ejemplo de cómo percibimos las imágens y dónde está el límite del tamaño de sus unidades constituyentes (tal y como lo hace el píxel en la imagen digital) Okita vuelve a engañar a nuestra vista y sustiuye la aliteración ordenada de microplacas intercaladas como un tejado y opta por la superposición de fibras de tejido, remitiéndonos con ello a la tradición de los tapices y los mosaicos, recordándonos que el arte de la pintura y la ilusión visual no se limita a la aplicación directa de pigmentos sobre una superficie, sino a la aliteración consecutiva de unidades cromáticas que nuestro cerebro reconstituye y reordena siempre afectado por su acumulación de experiencias, conocimientos y trasfondos más o menos científicos. Una vez más, arte y ciencias naturales se ponen de acuerdo para describir la naturaleza y la vida.

Mafa Alborés

 

Descubrimos ya hace mucho tiempo a Okita y sus trabajos textiles a través de COLOSSAL, pero una nueva entrada de dicha página web sobre arte dedicada a nuevas muestras de la artista nos ha recordado que le debíamos un comentario entre nuestras propias selecciones. Esto es lo que Andrew Lasane comenta de su curiosa entomología textil desde COLOSSAL:

 

Yumi Okita

La artista Yumi Okita, con sede en Carolina del Norte (anteriormente/previously), aplica capas de tela pintada a mano, hilo de bordar, plumas y piel sintética para crear grandes esculturas de insectos. Cada polilla y mariposa hecha a mano es única, con coloración y patrones a menudo inspirados en especies existentes.

Las esculturas de fibra de Okita están diseñadas para colgarse de cables o mostrarse como obras independientes. Las alas de tela de los insectos miden hasta 9.5 pulgadas de ancho, mientras que las criaturas peludas miden una impresionante altura de 3.5 a 4.5 pulgadas. Desde la distancia, podrían confundirse con lo real, pero una mirada más cercana revela un intrincado tejido de materiales y una vibrante variedad de colores.

Las creaciones únicas se venden a través de la tienda de Etsy de Yumi Okita, y puedes ver la creciente galería de muestras en Instagram.


Yumi Okita


Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita


Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita

Yumi Okita


Yumi Okita


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Enlaces relacionados: 

https://mafa-elanimalinvisible.blogspot.com/search?q=insecto

https://mafa-elanimalinvisible.blogspot.com/search?q=entomolog%C3%ADa



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viernes, 18 de diciembre de 2020

El paleoartista Mark Witton desentraña la problemática pilosidad de la iconografía del mastodonte y nos ejemplifica las relaciones entre arte y ciencia a través de las dudosas representaciones de los antiguos primos lejanos de los elefantes

 

El mastodonte es el epítome del animal grande, de lo grande, lo mastodóntico. Pero pocos no iniciados en la zoología y la paleontología saben qué es. Incluso los que lo saben incluir entre los antepasados del elefante lo confunden con otros proboscídeos prehistóricos y no acaban de concretar su aspecto. La imagen que encabeza este artículo no se corresponde con un mastodonte, sino con un Dinoterio. La asociación entre el encabezamiento de texto y esta imagen en los buscadores aumentará la ambigüedad de la identificación pero es que esta entrada habla precisamente de eso, de las circunstancias que pueden volver confusa la imagen de un animal, como en su día generó cierta confusión entre mamuts y mastodontes, parientes pertenecientes a una familia común a la que dieron nombre alternativamente: 
Los mamútidos (Mammutidae, antiguamente llamada Mastodontidae) son una familia extinta de mamíferos proboscídeos conocidos normalmente como mastodontes. No deben confundirse con los mamuts, que pertenecen al género Mammuthus de la familia Elephantidae.


Mark Witton es un paleoartista que además de realizar trabajos de ilustración naturalista notables, reflexiona de manera muy interesante sobre su actividad en excelentes artículos sobre el arte aplicado a la paleontología en su magnífico blog

Desde el Animal Invisible sentimos una gran empatía y respeto por Witton, ya que como en nuestro caso se interesa por las relaciones entre arte y ciencia y la influencia que el contexto cultural, histórico y artístico tiene en la percepción y asentamiento de múltiples ideas y acepciones sobre los animales extintos, a menudo tan sujetas a especulación o reconstrucción. Reconstrucción científica, sin duda, pero sujeta a valoraciones subjetivas e influencias culturales, coyunturales, sociales e incluso políticas.

 

Mark Witton

Como muestra de lo que destacamos del elogiable trabajo intelectual y artístico de de Witton, queremos ofreceros un delicioso artículo sobre la imagen del Mastodonte, tradicionalmente influida por toda la mitología y fascionación alrededor de su pariente filogenético, el Mamut. 

Efectivamente, el mastodonte y otros proboscídeos prehistóricos y extintos han ofrecido cierta persistencia iconográfica influída por la imagen del mamut y el hallazgo de tejidos blandos de éste, incluyendo piel y pelo. 

La popularidad de la estampa peluda del mamut acabó repercutiendo en la iconografía de supuesto rigor científico y naturalista del mastodonte, reivindicado como icono zoológico de la paleontología norteamericana compitiendo en relevancia con el mamut, cuyos hayazgos más significativos y sorprendentes se habían dado en Rusia (a pesar de la presencia de hallazgos fósiles de dicha especie en Alaska y en Canadá). La subjetividad estadounidense y ciertas distorsiones debidas a la popularización de noticias y descripciones poco contrastadas acabaron por generar una imagen especulativa del mastodonte en vida marcada por la presencia de una pelambrera que emulaba a la de su primo lejano, pero que posiblemente se debiera a la incorrecta identificación como restos de dicha pelambrera a lo que no sería otra cosa que restos de algas propias de los pantanos donde se hallaron sus restos fósiles.

Mark Witton

En una fascinante historia detectivesca de investigación bibliogràfica y paleontológica, iconográfica e histórica, muy en la línea del añorado Stephen Jay Gould, Witton nos demuestra cuánta observación y razonamiento hay detrás de todas las hermosas y fascinantes imágenes que produce en su labor de paleoartista. Estamos seguros que nuestros queridos redactores del blog Koprolitos, al que tantas veces hemos recurrido para nuestras propias selecciones, suscribirían el deleite que produce aprender del legado científico del pasado tanto como de los ejemplares preservados en el tiempo y lo que nos dicen acerca de los hábitos biológicos de los animales que nos descubren.

Os ofrecemos hoy, pues, una selección de ilustraciones de Witton, entre las que destacamos un proboscidio emparentado con los mastodontes y los mamuts, el Deinotherium Giganteum, para ser lo suficientemente oportunos, y algunas de las que nos parecen más originales y hermosas, para, a continuación, dejaros un extracto de su artículo traducido al castellano y una invitación a que visitéis su página web y, sobre todo, su blog y sus amenos e interesantes artículos, destinados a dejarnos claro hasta qué punto arte y ciencia van de la mano, especialmente en el mundo de la paleontología.

 

Mark Witton

A la vista de su evocadora visión del Espinosaurio, no podemos evitar recordar lo que ya hemos comentado acerca de la evolución iconográfica de dicho animal y lo que ello significa para demostrar la aportación de la información científica en el arte y la aportación del arte en la comprensión de los datos aportados por dicha información. 

Este tipo de contenidos son los abordados por Witton en sus escritos a la par que en sus ilustraciones para testimoniar el momento histórico concreto que determina la gestación de cada una de ellas. Y creemos que un excelente ejemplo es su disertación sobre el mastodonte.

Mafa Alborés

 


El "folklore paleontológico" 

del pelo de mastodonte

 

El mastodonte americano Mammut americanum es uno de los miembros más emblemáticos de la megafauna norteamericana. Tema frecuente de exhibiciones en museos, libros e investigación técnica durante más de dos siglos, todos podemos evocar inmediatamente imágenes mentales de este animal parecido a un elefante de cuerpo largo y patas relativamente cortas. Casi todos imaginaremos a los mastodontes de la misma manera: es decir, cubiertos con una gruesa capa de cabello castaño de manera que recuerda a su primo aún más icónico, el mamut lanudo. Así es simplemente como hemos llegado a entender la apariencia en vida del mastodonte a través de siglos de refuerzo artístico y literario (ejemplos en libros conocidos incluyen Špinar y Burian 1972; Benton 2015; Prothero 2017).  

Muchos textos ni siquiera se molestan en citar fuentes académicas que evidencian la afirmación: el concepto de los mastodontes peludos se ha repetido con suficiente frecuencia y el tiempo suficiente para ser un hecho establecido. Las cebras tienen rayas, los leones tienen melenas y los mastodontes tenían una capa de pelo marrón espesa.

 


La versión de 1964 (?) De Zdenek Burian del mastodonte americano: una restauración completamente típica de esta especie que pasaría como una restauración creíble en cualquier momento durante los dos últimos siglos.

 

Por lo tanto, podría sorprendernos saber que la base de la evidencia acerca de nuestros mastodontes peludos fue en realidad completamente infundada durante casi dos siglos, y que este concepto ampliamente aceptado solo ha ganado una pequeña cantidad de apoyo durante nuestras vidas. Esta tampoco es una nueva revelación. El antropólogo y autor estadounidense Loren C. Eisley, una figura clave para desentrañar la extraña historia de los tejidos blandos de los mastodontes, no contuvo sus embestidas cuando describió el pelo del mastodonte como "elementos del folclore paleontológico" en 1945 (p. 108). El interés de Eisley en los mastodontes fue impulsado por ideas de su supervivencia en los últimos siglos, donde los llamados tejidos blandos de mastodonte descubiertos en el siglo XIX se interpretaron como evidencia de la extinción de los mastodontes hace solo cientos de años. Eisley publicó refutaciones a este concepto varias veces durante la década de 1940 y, en su artículo de Science de 1946 Men, Mastodons, and Myth, profundizó específicamente en la peculiar historia de los descubrimientos de tejidos blandos de mastodontes. A través del trabajo de detective histórico, Eisley descubrió una serie de interpretaciones erróneas, correcciones fallidas e incluso subterfugios deliberados de los primeros días de la exploración fósil estadounidense. A continuación se proporciona un breve resumen de sus hallazgos, pero asegúrense de consultar el relato de Eisley ustedes mismos para visualizar la imagen completa.

Mentiras, malditas mentiras y pelo de mastodonte

 

La historia de los tejidos blandos del mastodonte comienza en 1800 en Newburgh, Nueva York, donde se extrajo un diente de mastodonte y una muestra asociada de pelo áspero y "pardo" de un pantano en la granja del Sr. A. Colden. Este espécimen, que se dice que estaba tan podrido que se convirtió en polvo en unos días, fue un hallazgo significativo. No fue solo el primer supuesto pelo de mastodonte, sino también el primer indicio de que algunos gigantes del Pleistoceno podrían haber estado cubiertos de piel. Es uno de los relatos más creíbles de pelo de mastodonte del siglo XIX y, para muchos, fue la mejor evidencia de piel de mastodonte, incluso cuando se hicieron nuevos hallazgos más adelante en el mismo siglo.

 


Impresionante pintura Mammut americanum de Charles Knight de 1897. Por lo que puedo decir, el trabajo de Knight se encuentra entre las primeras restauraciones de esta especie y establece el pelaje peludo que asociamos con él. Esta es una de mis pinturas favoritas de Knight:  miren sencillamente ese paisaje.

 

Poco después del descubrimiento de Colden Farm, los informes de tejido blando de mastodonte se volvieron abundantes y rápidos. En 1805, los nativos americanos de Shawnee informaron que un mastodonte tenía una nariz y una boca largas, interpretadas, naturalmente, como un tronco fosilizado. Aproximadamente al mismo tiempo se informó de un hallazgo de un estómago de mastodonte fósil con contenido intestinal, al igual que más especímenes con pequeñas cantidades de piel peluda. En 1839 se informó de láminas de piel especialmente grandes. Según los informes, estaban tan bien conservadas que incluían arterias y tendones, pero eran demasiado frágiles para recolectarlas en una sola pieza; solo se podían extraer pequeños fragmentos. En conjunto, tales restos formaron un conjunto de datos significativo sobre los tejidos blandos del mastodonte, desde los órganos internos hasta las características externas. Son la semilla a partir de la cual creció el concepto de mastodontes peludos y marrones, y a finales de siglo, los mastodontes peludos se describían en los libros de texto (por ejemplo, Hutchinson 1893; tengan en cuenta que el libro de Hutchinson contiene una rara ilustración de Joseph Smit de un mastodonte casi sin pelo) y aparece en obras de arte influyentes de Charles Knight (arriba),

 

Pero si esta evidencia es tan grande y extensa, ¿por qué ninguno de estos especímenes es mejor conocido? ¿No se exhiben en museos, o al menos se ilustran en un libro o en un artículo? Resulta que hay una buena razón por la que nunca los has visto: todos son completamente falsos. Ni un solo ejemplo de tejido blando de mastodonte reportado en el siglo XIX fue ingresado a un museo, prácticamente ninguno fue examinado por personas con experiencia paleontológica y nunca se hicieron informes detallados. Es evidente que algunos nunca existieron y los que sí lo hicieron fueron tomas erróneas de objetos por lo demás poco notables.

 

La investigación de Eisley asume que algunas de estas malas interpretaciones fueron errores honestos de personas sin experiencia, o quizás sobreinterpretaciones de informes de campo (por ejemplo, el relato del espécimen de 'nariz larga' no hace mención real de tejidos blandos y podría pertenecer solo a observaciones osteológicas). Él atribuye estos errores a que los primeros años del siglo XIX fueron una época de gran entusiasmo por los mamuts congelados siberianos recién descubiertos y la anticipación de que los proboscidios estadounidenses fósiles devolverían restos de calidad similar. Esto podría explicar por qué algunos casos, como el presunto espécimen de estómago de mastodonte, son completamente extraños. Los tejidos intestinales se encuentran entre los primeros órganos en descomponerse cuando los animales mueren y sería muy extraño que un estómago sobreviviera, solo, después de que el resto del animal se pudriera. Este descubrimiento suena muy parecido al tipo de interpretación demasiado entusiasta que podría hacer alguien ingenuo sobre la tafonomía y, de hecho, este espécimen fue rápidamente sometido a refutaciones y correcciones de eruditos más experimentados. ;

 

(La tafonomía (del griego « τάφος» taphos, enterramiento, y «νόμος» nomos, ley) es la parte de la paleontología que estudia los procesos de fosilización y la formación de los yacimientos de fósiles. ​ Se puede servir de disciplinas como la ecología, la geoquímica, la sedimentología, etc.)

 

Pero otros relatos probablemente fueron deshonestos desde el principio: cuentos para despertar el interés en especímenes fósiles que se exhibirán en museos privados y espectáculos itinerantes. El comienzo del siglo XIX fue una época antes de que existieran los museos públicos en los EE. UU., por lo que los restos fósiles se exhibían al público a través de empresas privadas: la publicidad y la publicidad fueron importantes para que tales esfuerzos fueran financieramente viables. Es en este contexto en el que tenemos que ver que el mastodonte de Missouri de 1839 presenta grandes cantidades de piel, arterias y tendones preservados, lo cual fue informado por no otro que Albert Koch: el mismo propietario del museo responsable de reconstruir Basilosaurus como una serpiente marina y un mastodonte de Missouri como el 'Missourium', un ensamblaje monstruoso de mastodonte y bloques de madera que se exhibió públicamente a mediados del siglo XIX. El enfoque exagerado y fraudulento de Koch para la transmisión de datos paleontológicos roba toda la credibilidad de sus relatos, y nadie puede tomarse en serio su afirmación no verificada de muestras de piel gigantes. El hecho de que nunca haya realizado un seguimiento de estos restos de tejidos blandos aparentemente notables es una prueba más de que nunca existieron.

 

 


"Missourium" de Albert Koch: un esqueleto de mastodonte compuesto y distorsionado aumentado con trozos de madera para alargar la columna vertebral. El espécimen de Missourium fue recolectado alrededor de 1840, y me pregunto si los relatos de Koch sobre muestras de piel gigantes estuvieron asociados con su descubrimiento.

 

Pero, ¿qué hay del hallazgo de Colden Farm que, si bien sigue siendo completamente anecdótico, al menos menciona la naturaleza inestable de su cabello de mastodonte y, por lo tanto, explica su ausencia en las colecciones actuales?

Este descubrimiento de 1800 gana credibilidad adicional al ser anterior a nuestro conocimiento de los mamuts congelados en Rusia y, por lo tanto, debe haber sido una interpretación imparcial y honesta del supuesto material de mastodonte.

Pero, nuevamente, los detalles de este hallazgo son peculiares: ¿no es extraño que todo un mastodonte desapareciera para dejar solo un diente solitario y un mechón de cabello? Esto es tafonómicamente muy extraño, pero no fue un incidente aislado: también se recuperaron otros huesos fragmentarios con parches de pelo de pantanos en la misma zona.

El geólogo estadounidense James Hall proporcionó una explicación de tales hallazgos que es mucho más consistente con nuestra comprensión de los patrones de descomposición de los animales. Como parte de un estudio más amplio de la geología del estado de Nueva York, Hall descubrió que los pantanos que producían estos restos fragmentarios de mastodonte estaban llenos de un alga con forma de pelo conocida como conferva. Era una buena combinación, en cuanto a tamaño y morfología, para el supuesto cabello de mastodonte, y cuando se desecaba, se volvía, como pueden adivinar 'marrón parda'. Al describir un yacimiento de mastodonte en 1843, escribió:

 

    En un pequeño pantano de estiércol en Stafford, condado de Genesee, se encontró un pequeño molar hace varios años. Su situación estaba debajo del lodo y sobre un depósito de arcilla y arena. En esta localidad se presenta una gran cantidad de confervas parecidas a pelos, de color marrón pardo; y se parece tanto al cabello, que se requiere un examen detenido para estar seguro de su verdadera naturaleza.

 

Hall 1843 (de Eisley 1946, p. 522)

 

 

Hall fue una de las pocas personas verdaderamente experimentadas y cualificadas que escribió sobre los tejidos blandos de mastodonte en el siglo XIX, por lo que su evaluación es de verdadero interés para esta historia. Esto no es para descartar la percepción de los pastores, agricultores y hombres de negocios detrás de otros relatos, pero la explicación de Hall ciertamente encaja mejor con nuestra comprensión moderna de la tafonomía, así como con el hecho de que esos pantanos de Nueva York, incluso hoy, aún no han ofrecido un solo mechón de indiscutible pelo de mastodonte. Para Eisley, si hay algo de verdad en estas primeras muestras de cabello de mastodonte, Hall lo acertó: las muestras de cabello de mastodonte de Nueva York eran simplemente algas secas mal identificadas.

 

 


'Conferva' no es un término muy utilizado hoy en día, pero una vez perteneció a un gran número de especies de algas verdes filamentosas. Es fácil ver cómo ejemplos como los anteriores pueden confundirse con el cabello de mastodonte por parte de personas ingenuas. Imagen de Anne Dixon, de 1843 a 1845, tomada del Museo Getty. (Getty Museum)

 

Sin los especímenes para examinar, hoy no podemos estar seguros de si Hall y Eisley estaban en lo cierto, pero su trabajo muestra claramente que las afirmaciones del siglo XIX sobre el pelo de mastodonte son sospechosas. Esta es la línea tomada por al menos algunos autores modernos que escriben sobre el cabello de mastodonte (por ejemplo, Hallin 1989; Haynes 1991; Larramendi 2015) pero, como sabemos por la historia, la mayoría de la gente ignoró tanto a Hall en el siglo XIX como a Eisley en el XX para perpetuar el concepto desacreditado de mastodontes peludos.

¿Cómo se convirtieron esos datos cuestionables en la verdad establecida e incuestionable sobre la apariencia en vida del mastodonte? Eisley (1946) atribuyó esto al efecto de verdad ilusoria, donde la repetición de una afirmación por parte de las autoridades percibidas hace que parezca fáctica y veraz, independientemente de la evidencia subyacente. En este caso, suficientes científicos, museos, libros y otros medios han remolcado la línea del mastodonte peludo para transformar el folclore en un 'hecho', aparentemente sin que nadie se pregunte dónde estaba la evidencia real del pelo de mastodonte. Como dijo Eisley:

 

    En medio de esta constante repetición de lo que, por el mero prestigio de la edad, ha llegado a aceptarse como un hecho innegable, nunca se ha señalado que las instituciones científicas estadounidenses no poseen la evidencia tangible que por sí sola podría justificar una fe tan incondicional en la apariencia exacta de esta bestia desaparecida hace mucho tiempo.

 

Eisley, 1946, pág. 517.

 

Me cuesta pensar en un caso en el que las interpretaciones basadas en un conjunto de datos paleontológicos comparativamente débiles se hayan vuelto a repetir de manera tan acrítica durante tanto tiempo, tan regular y tan públicamente.

Por lo general, existe cierto rechazo a las ideas totalmente infundadas de la apariencia viva de un animal extinto, aunque solo sea entre los especialistas, pero solo puedo encontrar un puñado de artículos que promuevan versiones no peludes, de la apariencia en vida del mastodonte, del siglo pasado. A la luz de los esfuerzos dedicados de personas como Eisley para dejar las cosas claras, publicadas en Science, nada menos, es realmente bastante desconcertante que hayamos promovido inquebrantablemente el mastodonte peludo y marrón durante tanto tiempo.

 

Finalmente: un espécimen real

 

La situación en torno a los tejidos blandos del mastodonte ha cambiado algo hoy en día. En la década de 1980, el experto en mamíferos del Pleistoceno, Kurt Hallin, publicó dos resúmenes y un artículo popular sobre los primeros trozos genuinos de piel de mastodonte, ambos cubiertos de pelo (Hallin y Gabriel 1981; Hallin 1983, 1989). Pero si esperan que esto finalmente nos dé una idea real de la apariencia de la vida del mastodonte, no están de suerte. Que yo sepa, este espécimen nunca ha sido descrito o ilustrado más allá de estos trabajos breves, y una imagen de microscopio electrónico de barrido de un solo cabello es todo lo que se ha presentado (abajo). Este breve párrafo de Haynes (1991) proporciona una de las descripciones más detalladas que pude encontrar:

 

    Los especímenes de lo que parece ser piel carbonizada que mantiene juntos los pelos finos y agrupados intercalados con pelos huecos y más gruesos pueden ser el único tejido blando de Mammut que se conserva actualmente. Krut Hallin recuperó estos especímenes en asociación con fragmentos craneales encontrados cerca de Milwaukee, Wisconsin (comunicación personal de K. Hallin 1989). Los pelos de guardia conservados son huecos, un rasgo bastante común en los mamíferos, incluidos los mamuts lanudos y los elefantes africanos. El pelaje interior parece similar al de los mamíferos semiacuáticos como la nutria y el castor (Hallin 1983, 1989; Hallin y Gabriel 1981), en que es muy fino y ondulado, y crece en densos haces.

 

Haynes 1991, pág. 34.

 

30 años después, estos breves informes siguen siendo nuestra única evidencia directa de pelo de mastodonte (Haynes 1991; Larramendi 2015), lo que deja la apariencia en vida del mastodonte americano no muy avanzada desde el desmantelamiento de Eisley de los descubrimientos del siglo XIX de hace 75 años. Si bien la muestra de cabello de Wisconsin representa un posible paso adelante, permanece en un área gris científica por no haber sido nunca descrita o ilustrada en detalle, y la interpretación de Hallin nunca ha estado sujeta a revisión por pares. Su importancia para la paleobiología del mastodonte y su apariencia en vida sigue siendo una cuestión abierta, al igual que la naturaleza de la piel del mastodonte en general. Después de todo, el espécimen de Wisconsin solo representa la piel del cráneo, y realmente necesitamos piel de diferentes regiones de cuerpos de animales extintos para estar seguros de su apariencia completa. ; Con tan pocos datos a mano, todo el tegumento corporal de los mastodontes sigue siendo un misterio (Haynes 1991; Larramnedi 2015).

 


La foto SEM de Hallin (1989) del cabello de mastodonte de Wisconsin, eso es todo a la izquierda. Que yo sepa, esta es la única imagen publicada de cabello de mastodonte.

 

 

Sin embargo, ¿podría el mastodonte seguir siendo peludo?

Sin embargo, esto no quiere decir que debamos renunciar a restaurar la apariencia en vida del mastodonte. Estos son animales fósiles relativamente bien conocidos, y seguramente podemos decir algo sobre su piel a partir de detalles de su anatomía, ecología y paleobiogeografía. Si vamos a jugar este juego predictivo, quizás el primer paso más importante sea darnos cuenta de que los mamuts lanudos, que son claramente una inspiración histórica para el arte del mastodonte, no son grandes análogos del mastodonte americano.

La familiaridad de los mamuts lanudos hace que sea fácil olvidar que se trataba de una especie genuinamente extraña, especialitzada y adaptada a los hábitats extremos del Pleistoceno crioárido (Boeskorova et al. 2016). Se basaban en coberturas peludas gruesas de tres niveles, capas adiposas generosas, jorobas sobre sus hombros, orejas pequeñas, colas acortadas y `”capuchas'' en los extremos del tronco para protegerse de inviernos extremadamente fríos y escasez periódica de alimentos (Boeskorova et al.2016). Los mastodontes estadounidenses, por el contrario, no eran especialistas en la Edad de Hielo. De hecho, evolucionaron durante las condiciones más cálidas del Plioceno anteriores a las glaciaciones del Pleistoceno e, incluso durante la Edad de Hielo, evitaron los climas extremos que soportan los mamuts lanudos. Las distintas preferencias de hábitat de mastodontes y mamuts lanudos se demuestran por el hecho de que sus restos se encuentran muy raramente en los mismos horizontes fósiles (Graham 2001; Hodgson et al. 2008). Los mamuts lanudos eran habitantes de hábitats de estepas, tundra y bosques en las regiones del norte (específicamente, Alaska, el medio oeste y noreste de los Estados Unidos y la llanura costera del Atlántico norte), mientras que los mastodontes preferían los bosques más húmedos en lugares más al sur (el este de los Estados Unidos (extendiéndose tan al sur como Florida), sureste de Canadá y partes de México) (Haynes 1991; Graham 2001; Newsom y Mihlbachler 2006). Mastodon disfrutó así de una variedad de hábitats y climas: las poblaciones más al norte habitaban bosques boreales, viviendo junto a alces y castores, mientras que las de Florida y México habitaban pantanos y bosques relativamente cálidos, compartiendo su entorno con reptiles y anfibios (Hine et al. 2017). Sin los fósiles de tejido blando de mastodonte, no podemos evaluar realmente sus adaptaciones al frío, pero Larramendi (2015) señaló que las colas de Mammut son largas para los proboscidianos. Esto contrasta con las colas especialmente cortas de los mamuts lanudos y podría tener implicaciones para la energía térmica del mastodonte; en otras palabras, no sentían el frío suficiente para acortar sus colas (Larramendi 2015). Estos detalles de la ecología, biogeografía y anatomía demuestran cuán diferentes eran los mastodontes y los mamuts lanudos, y advierten que no debemos atribuir la piel de mamut a sus primos más robustos.

 


Los mamuts lanudos nos son muy familiares, pero no debemos olvidar que no eran animales gigantes "normales". Eran especialistas adaptados a la vida en hábitats extremadamente fríos y secos y, como la mayoría de los especialistas, su estilo de vida requería un exceso de rareza anatómica. No deberíamos asumir fácilmente que son especies modelo adecuadas para otros gigantes. Esta imagen de 2018 muestra a M. primigenius encontrándose con una familia de neandertales.

 

Habiendo eliminado a los mamuts de la imagen, podemos centrarnos en una pregunta clave sobre el mastodonte: ¿se habrían beneficiado de una cobertura de cabello de cuerpo completo? Para responder a esto, debemos considerar su tamaño gigante y lo que eso significa para su energía térmica. Cada vez soy más de la opinión de que, al considerar la apariencia en vida de animales extintos gigantes de varias toneladas, deberíamos estar justificando la presencia de capas gruesas de aislamiento, no su eliminación, y creo que ese enfoque tiene mérito aquí.

El mastodonte americano promedió masas corporales de 8 toneladas, lo que lo hace más grande no solo que sus primos lanudos lejanos (Larramendi 2015) sino también considerablemente más pesado que un elefante vivo promedio de cualquier especie.

Como se ha discutido extensamente en publicaciones anteriores, incluso en estas masas más pequeñas, los elefantes son simplemente tan grandes que realmente no sienten tanto frío, hasta el punto de que algunas poblaciones africanas soportan meses de noches bajo cero a pesar de su falta de pelo ( Haynes 1991). De hecho, sabemos que los elefantes probablemente dependan de estos períodos más fríos para sobrevivir, ya que su tamaño y su baja relación superficie-volumen les presentan numerosos desafíos relacionados con la pérdida de calor durante el día. Entre otros problemas, no pueden eliminar el calor tan rápido como se genera durante el ejercicio, por lo que sus cuerpos se calientan regularmente a temperaturas hipertérmicas peligrosas. Con poco control directo sobre la temperatura de su cuerpo, ni siquiera pueden sudar o jadear, dependen de las características de su entorno (suministros de agua para beber, rociar el tronco, revolcarse, temperaturas frescas durante la noche, etc.) para mantenerse frescos (Wright y Luck 1984; Weissenböck et al.2012; Rowe et al.2013).

 

Dado que el mastodonte representa una variante aún más robusta, más pesada y de patas más cortas respecto al cuerpo que el elefante, seguramente enfrentaron desafíos similares, o incluso más pronunciados, en este frente. Las temperaturas más frías del Pleistoceno habrían aliviado un poco estas preocupaciones, pero era poco probable que las resolvieran por completo. Los elefantes generan su propia envoltura climática alrededor de sus cuerpos cuando hacen ejercicio, de modo que, incluso lejos de sus rangos naturales muy calientes, se sobrecalientan cuando hacen ejercicio durante largos períodos (Rowe et al. 2013).

Los efectos aislantes de los tegumentos fibrosos se agravan considerablemente con el tamaño corporal: una capa de pelusa sobre un animal de una tonelada tiene un efecto aislante significativamente mayor que la misma capa en un animal de 1 kg (Fariña 2002; Porter y Kearney 2009).

Por lo tanto, incluso si los mamíferos más pequeños que viven junto al mastodonte necesitaran abrigos de piel, es posible que los mismos mastodontes no los hayan necesitado. Basándonos en las tolerancias térmicas de los animales vivos, podemos predecir que una capa de piel sobre un mastodonte tendría un impacto significativo en su fisiología térmica, probablemente empujando su neutralidad térmica (explicado crudamente, su temperatura ambiente 'zona de confort') muchos grados. bajo cero. Consideren que Fariña (2002) calculó la neutralidad térmica para un Megatherium desnudo de 4 toneladas como -17 ° C *: no estoy seguro de cuál es la neutralidad térmica de un mastodonte, pero sus 4 toneladas adicionales de masa seguramente empujarían su figura térmica neutral aún más abajo, quizás mucho más bajo. Estos valores son solo indicativos porque asumen condiciones secas y sin viento, y tanto el viento como la lluvia hacen que los animales sean más vulnerables al frío, pero dan una idea de cuán resistentes al frío son los animales de varias toneladas. Supongo que los mastodontes de Florida se sentían bastante calientes la mayor parte del tiempo.

 

* Antes de que lo pregunten, este cálculo también asumía una tasa metabólica típica de la placenta, por lo que la comparación con el mastodonte es adecuada.

 

Otra pregunta que podríamos hacernos es cuán propensos son los animales que habitan en hábitats generalmente fríos, como los bosques boreales, al estrés por calor. ¿El frío en estos entornos evita el riesgo de sobrecalentamiento? Con un peso de hasta 750 kg, los renos y los alces, miembros de Alces, son algunos de los animales modernos más grandes que habitan el bosque boreal, y su energía térmica está bien estudiada. Por tanto, proporcionan información útil sobre cómo los animales grandes se enfrentan a los climas fríos.

Los inviernos en los bosques boreales pueden ser muy fríos (un día promedio puede ser de -20 ° C), pero los alces todavía son propensos al estrés por calor durante estos meses (Dussault et al.2004; van Beest y Milner 2013). Estos no son solo sucesos ocasionales: los alces tienen que controlar su estrés por calor continuamente a través de la elección del hábitat y la modificación del comportamiento. Si no lo hacen, el drenaje de energía asociado para enfriar sus cuerpos impacta dramáticamente en su masa y salud durante los meses de invierno (van Beest y Milner 2013).

Si estos cérvidos encuentran sus abrigos de piel de cuerpo entero sofocantes en los inviernos de los bosques boreales, ¿cómo podrían los mastodontes, criaturas de diez veces su tamaño o más, lidiar con una piel similarmente peluda? Aprecio que esta comparación es muy cruda: los ciervos no son proboscidios y los bosques boreales modernos pueden ser climáticamente diferentes a los del Pleistoceno, pero demuestra que no debemos equiparar automáticamente los climas fríos con los animales estresados ​​por el frío, y que debemos pensar sobre las implicaciones fisiológicas de aislar gigantes fósiles, incluso en entornos helados.



Un mastodonte americano en los pantanos de cipreses del Pleistoceno de Florida, luciendo una cara y hombros peludos, pero un cuerpo en gran parte sin pelo. Esto parece extraño en comparación con nuestra restauración estándar completamente pilosa, pero es consistente con nuestra muestra de cabello de mastodonte craneal y la fisiología térmica de proboscideanos muy grandes. Felizmente, queda suficiente cabello para una obvia broma de los Simpson. Mmm ... mastodonte fresco.

 

Juntando todo esto, hay motivos claros para cuestionar si el mastodonte necesitaba capas de cabello completo. Consideren la evidencia: sabemos que los mamíferos parecidos a los elefantes ya luchan más que otras especies con la pérdida de calor; que un animal de 8 toneladas tendrá una neutralidad térmica muy baja incluso sin un abrigo de piel; que los mastodontes no eran habitantes universales de entornos especialmente fríos; y que al menos algunas partes de su anatomía, sus colas, muestran condiciones opuestas a las de sus parientes peludos y adaptados al frío. En base a esto, me pregunto si partes del cuerpo del mastodonte, tal vez incluso grandes porciones, tenían cabello reducido o ausente para evitar el estrés por calor (arriba).

Esto puede haber sido especialmente importante para los mastodontes que vivían en regiones más cálidas del sur o áreas con veranos calurosos. ¿Quizás también se empleó la variación estacional o geográfica en el crecimiento y la distribución del cabello, de modo que los mastodontes que vivían en el sur cálido eran casi tan lampiños como los elefantes vivos, y los expuestos a inviernos fríos eran un poco más peludos? Por supuesto, no podemos ignorar los datos del espécimen de cabello de Wisconsin, que muestra que al menos algunas caras del mastodonte eran peludas, pero debemos tener cuidado al extrapolar esto a una cobertura de cuerpo completo. Los rostros de los proboscidianos son en realidad una de las pocas partes de su cuerpo que son vulnerables al frío, ya que sus orejas y troncos pueden sufrir congelación (Haynes 1991). Por lo tanto, la cara es una de las regiones en las que podríamos esperar que el cabello esté presente en los mastodontes que soportan inviernos fríos, y es posible que no refleje las demandas térmicas del resto del cuerpo. Claramente, lo que se necesita aquí es un estudio dedicado que factorice la masa del mastodonte, el área de superficie corporal, el metabolismo y la pérdida de calor frente a una consideración matizada de los climas del Pleistoceno: hay muchos estudios equivalentes en otros animales fósiles, y sería genial obtener algunos datos reales e investigación sobre esto. Hasta entonces, considero que el comentario de Asier Larramendi (2015) sobre este tema es un excelente resumen: "... la cola relativamente larga ... y el cuerpo masivo de M. americanum sugieren que las ideas predominantes de que estos animales estaban cubiertos con una espesa capa de piel son probablemente exagerados ".

 

¿Del folklore a la parábola?

Por supuesto, el punto principal de este artículo no es explorar la apariencia del mastodonte en detalle, sino enfatizar que la naturaleza de su piel no está tan bien evidenciada o entendida como históricamente hemos insinuado. Siento que aquellos de nosotros que estamos involucrados en la educación, la investigación y el paleoarte tenemos un trabajo en nuestras manos para revisar nuestra confianza equivocada sobre la apariencia de vida del mastodonte, y volvernos más abiertos y exploradores sobre cómo pueden haber sido estos animales icónicos. También deberíamos tomarnos un momento para pensar en qué se diferencia este asunto de nuestros problemas convencionales con representaciones de animales fósiles.

Si bien no es raro quejarse de cómo se discuten y comunican al público los animales prehistóricos, lo hacemos principalmente por influencias de la cultura pop: una película, programa de televisión o libro que perpetúa viejos tropos o fabrica algo ridículo sobre una especie prehistórica.

Pero no hay medios sensacionalistas detrás de la perpetuación de los mastodontes peludos: estas representaciones engañosas provienen directamente de décadas de textos académicos, exhibiciones de museos oficiosos y obras de paleoarte producidas profesionalmente que repiten los mismos hechos no verificados una y otra vez, mientras ignoran las refutaciones directas de los datos incompletos tras esta descripción. Nos corresponde a nosotros, en otras palabras.

Quizás es hora de convertir este "folclore paleontológico" del cabello del mastodonte en una "parábola paleontológica": una historia para recordarnos que debemos revisar y verificar incluso la información más básica y conocida sobre nuestros temas de vez en cuando, para asegurarnos de que en realidad están comunicando ciencia, y no repitiendo cuentos del tamaño de un mastodonte.

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