En relación a la entrada precedente, rescatada de los archivos de Koprolitos, me ha parecido ofrecer, por si no la habías leído, esta otra de José Toledo, responsable de uno de los escasos rincones intersantes vinculados a la plataforma Yahoo.
Ya hemos hablado del poder de las palabras, y en particular del impacto del nombre de ciertos animales, para clasificar mentalmente una criatura viva asociada a ciertos rasgos físicos, de carácter o incluso espirituales.
Una pantera negra no es más que una pantera, o sea, un leopardo con sobrecarga de melanina, pero se tiende a asociar el término pantera a los ejemplares negros (sin perder el adjetivo "negra", que según lo cual resultaría redundante).
El tilacino, ya extinto, era un marsupial cuyo aspecto recordaba a un cánido, pero que ostentaba un pelaje rayado que podría recordar lejanamente a un tigre (el asiático, claro, porque el sudamericano, o jaguar, ostenta manchas de roseta similares a las del leopardo, aunque cuando presenta melanismo sea descrito como una pantera). El tilacino, claro está, no estaba emparentado con los cánidos ni con los felinos, pero recibía el nombre de lobo de Tasmania, o de tigre de Tasmania (cuando, en vez de la aclaración toponímica se decía tigre o lobo marsupial, la inexactitud era más...exacta).
Podríamos comentar muchos más casos de distorsiones sobre la clasificación zoológica basadas estrictamente en la nomenclatura, pero estas tendrían múltiples variantes en diferentes lenguas, y es por ello que el nombre científico, en latín, es el último refugio de la información certera. Ya hemos visto que por mucho que se recurra al latín, como en el caso de los dinosaurios, los errores persisten, aunque se oficialicen y estén localizados. No olvidéis que un elefante africano, el mayor de las especies de elefantes existentes, se denomina laxodonta africana, y sus parientes asiáticos, menos corpulentos, son elefans maxima (literalmente, el elefante más grande).
En otra entrada hemos hablado de aves terroríficas y gigantescas, de las cuales muy pocas han surcado los cielos. Pero las que con grandes zancadas avanzan por el suelo son vistas hoy en día como la herencia más directa de los dinosaurios, quienes, en contra de su etimología, ni eran terribles (al menos no todos) ni eran lagartos. Por lo visto, los nombres otorgados a sus descendientes de la prehistoria ornitológica, también se han labrado una falsa imagen de agresiva depredación.
Por José de Toledo | Apuntes de Naturaleza – mié, 4 sep 2013
Ya hemos hablado del poder de las palabras, y en particular del impacto del nombre de ciertos animales, para clasificar mentalmente una criatura viva asociada a ciertos rasgos físicos, de carácter o incluso espirituales.
Una pantera negra no es más que una pantera, o sea, un leopardo con sobrecarga de melanina, pero se tiende a asociar el término pantera a los ejemplares negros (sin perder el adjetivo "negra", que según lo cual resultaría redundante).
El tilacino, ya extinto, era un marsupial cuyo aspecto recordaba a un cánido, pero que ostentaba un pelaje rayado que podría recordar lejanamente a un tigre (el asiático, claro, porque el sudamericano, o jaguar, ostenta manchas de roseta similares a las del leopardo, aunque cuando presenta melanismo sea descrito como una pantera). El tilacino, claro está, no estaba emparentado con los cánidos ni con los felinos, pero recibía el nombre de lobo de Tasmania, o de tigre de Tasmania (cuando, en vez de la aclaración toponímica se decía tigre o lobo marsupial, la inexactitud era más...exacta).
Podríamos comentar muchos más casos de distorsiones sobre la clasificación zoológica basadas estrictamente en la nomenclatura, pero estas tendrían múltiples variantes en diferentes lenguas, y es por ello que el nombre científico, en latín, es el último refugio de la información certera. Ya hemos visto que por mucho que se recurra al latín, como en el caso de los dinosaurios, los errores persisten, aunque se oficialicen y estén localizados. No olvidéis que un elefante africano, el mayor de las especies de elefantes existentes, se denomina laxodonta africana, y sus parientes asiáticos, menos corpulentos, son elefans maxima (literalmente, el elefante más grande).
En otra entrada hemos hablado de aves terroríficas y gigantescas, de las cuales muy pocas han surcado los cielos. Pero las que con grandes zancadas avanzan por el suelo son vistas hoy en día como la herencia más directa de los dinosaurios, quienes, en contra de su etimología, ni eran terribles (al menos no todos) ni eran lagartos. Por lo visto, los nombres otorgados a sus descendientes de la prehistoria ornitológica, también se han labrado una falsa imagen de agresiva depredación.
El “pájaro del terror” ha resultado no serlo
Por José de Toledo | Apuntes de Naturaleza – mié, 4 sep 2013
El doctor Thomas Tuetkin, autor del trabajo que pone en duda la posición …Los nombres comunes de los seres vivos tienen una gran importancia en ciencia. Es cierto que en este ámbito se tiende a, o incluso se exige, que se utilice el nombre científico. Pero aún así la forma coloquial de llamar a las especies ayuda a describirlas. Algunos nombres son obvios y gráficos, como el de “petirrojo”. Otros resultan más evocadores y dan información: cuando leemos “águila harpía” todos nos imaginamos a un gran depredador. Y si con los que están aún vivos es importante, más aún con los fósiles.
Por ello, cuando se lee o se habla sobre “el pájaro del terror”, o “terror bird” en inglés, asumimos inmediatamente que se trata de un gran depredador. Mucho más si nos dan algunos datos sobre los miembros del género Gastornis, que es su nombre científico.
Se trataba de animales de gran tamaño. De hecho, tan grande que eran incapaces de volar. Medían en torno a los dos metros de altura y casi 70 centímetros de punta a punta. Sus alas estaban atrofiadas, ya que no las usaban para cazar. Pero quizá lo más importante para recibir su nombre era su pico. Era enorme, curvado y muy duro. No sólo eso: era tremendamente duro, mucho más que el de otros animales similares.
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Con estos datos, todo hace pensar que se trata de un súper depredador. Un animal especialmentediseñado por la evolución para cazar, en la cúspide de la red trófica. El contexto ecológico también apunta hacia esta conclusión. Vivieron entre 40 – 55 millones de años en el pasado, después de la extinción de los dinosaurios, los únicos que podrían haber sido sus depredadores. En esa época, los mamíferos comenzaban su evolución y aún eran pequeños animales, casi todos ellos herbívoros.
El problema, como suele ocurrir en estos casos, está en lo que falta. Un equipo de científicos norteamericanos demostró hace algunos años que estas aves enormes no tenían garras. Sus picos podían perfectamente romper el cuello de otros animales, pero no tendrían manera de agarrarlos y atraparlos, lo que no cuadra con un depredador. Otro factor es el tamaño. Siendo tan masivos, se moverían de forma muy lenta, lo que no es una gran estrategia para un cazador. Podrían emboscar, pero los mamíferos de pequeño tamaño tendrían fácil escaparse.
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Fotografía del cráneo y la parte superior del cuello del ejemplar fósil de Gastornis del …Así estaba el debate sobre la dieta de este curioso fósil hasta finales del pasado mes de agosto. En una conferencia sobre el tema, un equipo de investigación presentó una serie de resultados que parecen dejar claro que el pájaro del terror era, más bien, una enorme gallina. Su dieta sería herbívora, y su gran tamaño serviría para ahuyentar a los depredadores.
Para llegar a estas conclusiones, los científicos se han basado en elanálisis de los isótopos de calcio en hueso. La manera más sencilla de entender esta técnica es pensar que “somos lo que comemos”. En la naturaleza, algunos átomos tienen distintas formas, equivalentes en prácticamente todo. Cada especie acumula una proporción de cada átomo, que pasa a quien se la come. La relación entre calcio pesado/calcio ligero de nuestros huesos es el resultado de lo que comemos, y de lo que comen los animales que comemos.
Los resultados de Gastronis son claros en este sentido. La composición del calcio en sus huesos es muy parecida a la de dinosaurios herbívoros y a la de herbívoros actuales. Los responsables del estudio no se atreven a asegurarlo rotundamente, pero este resultado cuadra con todos los demás datos, y parece difícil de contrastar.
Con esto, se desmonta otro mito sobre 'súper depredadores' de la antigüedad. Aún así, la lista no es pequeña, con el Tyrannosaurus rex en cabeza sin ninguna duda.
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