Observando cómo actúa el Partido Popular, se diría que el comportamiento de sus dirigentes está más inspirado en los mandatos de la naturaleza que en las reglas de la política democrática moderna.
Con mucha frecuencia sus acciones y reacciones se pueden comparar con las de los animales en estado salvaje, en particular con las de los depredadores, por la cerrada defensa de la manada y del territorio, la continua disputa por el jefatura (la lucha de los alfa, sean machos o hembras), el sentido de la jerarquía, la fiereza ante los adversarios, la incondicional sumisión exigida a los vencidos y el tribal expolio de las presas logradas. Nada parece tener más importancia que la supervivencia de la horda.
En los mandatos de Aznar reaparecieron estos preocupantes rasgos, que fueron muy nítidos durante la dictadura, pero es el gobierno de Rajoy el que, aprovechando la coyuntura para aplicar unas medidas de selección social de tipo darwiniano, está siguiendo de manera más fiel el primer mandato que la naturaleza impone a los seres vivos, que es mantenerse con vida y reproducirse como especie. Lo que, en términos políticos, equivale a asegurar la continuidad de la clase social que el Partido Popular representa.
Así que, por encima de retóricas declamaciones sobre el interés general, este Gobierno actúa como el grupo dirigente de una clase social que aspira a perpetuarse como clase dominante. Como élite que representa a una clase social con un acusado sentido de pertenencia, el Gobierno actúa con una marcada orientación selectiva en todos los ámbitos en los que interviene.
Para el patriótico Gobierno de Rajoy no hay intereses comunes en España (esa palabra que tanto le gusta), intereses del país, necesidades generales de los españoles o aspiraciones de toda la sociedad, sino sólo enfrentados intereses de clase, representados por una derecha neoliberal, dinámica y creativa y una izquierda burocrática y trasnochada, entre los cuales debe optar. De ahí que sus decisiones políticas lleven la marca de ese signo indeleble de selección: el beneficio para unos, los suyos, la minoría mejor situada, y la austeridad (el perjuicio) para otros, la mayoría, puesto que no existen o son muy escasos los intereses compartidos.
Todas sus actuaciones están orientadas por la previa distinción entre los que son de su clase social y merecen apoyo porque apuestan por el futuro, y los que no lo son, que, aferrados al pasado, se perciben, incluso, como enemigos, a los que hay que someter a la obediencia para arrebatarles lo que todavía conservan.
Por principio, el Gobierno no acepta equilibrios en el reparto del poder y de la riqueza, de ahí su estilo autista pero también autoritario, pues representa a una clase social que se cree amparada por un derecho inmemorial a disponer de todo cuanto desee. Otra cosa es que lo consiga, pero su aspiración está clara, pues, por mucho que nos disguste, la derecha española ha heredado un proyecto de dominación social mantenido sin desmayo a lo largo de siglos, lo cual implica poseer una gran firmeza ideológica y un proyecto estratégico, que es lo que le ha faltado a la izquierda, en particular al partido de la izquierda que ha tenido la posibilidad de cambiar las cosas desde el Gobierno, que ha sido el PSOE. Hay que recordar que un día ya lejano, uno de sus dirigentes afirmó que iban a cambiar tanto a España, que no la iba a reconocer ni la madre que la parió, que es lo que ahora está haciendo la derecha.
Sin embargo, el PSOE carecía de los rasgos ya citados -la necesaria firmeza ideológica y un estratégico proyecto social- para llevar adelante tal empeño. Desde su refundación como PSOE renovado, apareció en la palestra política de la Transición como un partido interclasista, con una confusa identidad política, un programa ambiguo encubierto por un lenguaje izquierdista y el indisimulado propósito de llegar pronto al poder. Luego, alcanzado este, se acomodó al sistema y se corrompió precozmente; su máxima aspiración fue gestionar el orden existente introduciendo reformas, que, siendo innegables, limaban aristas del capitalismo sin molestar a la clase dominante. Labores en las que ha ido perdiendo los rasgos ya debilitados de su perfil socialdemócrata, hasta hacerse difícil de reconocer por sus votantes.
En términos zoológicos, el Partido Popular representa a una especie vigorosa, con un claro sentido de la supervivencia y el deseo de dominar, mientras el PSOE es una especie mutante, que incluso se puede llegar a extinguir.
Hay otras izquierdas, claro, pero, a día de hoy, son sólo embriones de una especie aún por determinar.
Zoología electoral y sátira política en México
Colectivo La Digna Voz
La descomposición
del sistema político mexicano parece no tener fin. La separación, cada
vez más grande, entre las necesidades de las mayorías y la oferta
político-partidista, el cinismo como herramienta para justificar el robo
al erario y el tráfico de influencias, la perversión del subsistema
electoral que utiliza sistemáticamente la manipulación de los votantes
con la venia de los órganos electorales y la nula circulación de las
élites políticas que, o mantienen en el poder a personajes que han
pasado por la mayoría de los puestos de elección popular una y otra vez,
o que ‘heredan’ sus posiciones a sus hijos, esposas, cuñados y amantes,
son la punta de iceberg de una época en la que lo viejo se niega a
desaparecer y lo nuevo apenas se vislumbra.
En este sentido, la participación política se ha polarizado: por un lado están los que, por conveniencia o imbecilidad insisten en confiar en las instituciones del liberalismo y, por el otro, los millones que alrededor del mundo asumen la necesidad de inventar nuevas formas de participar en la construcción de un nuevo consenso social. La brecha entre ellos es cada vez más profunda, lo que ha provocado posturas que pretenden colocarse en ella, confundidos y desilusionadas por una realidad que parece ignorarlos.
La sátira política aparece así como una manera de expresar la desilusión y la confusión que provocan los tiempos que vivimos, aunque no se puede olvidar que en regímenes ‘democráticos’ sirve más para entretener que para guiar la acción. Eficiente para señalar errores y conflictos, no lo es tanto para promover soluciones o invitar a la reflexión rebelde y contestataria. Otra cosa muy diferente sucede en sistemas políticos cerrados, como Arabia Saudita, donde la sátira posee tintes subversivos -dada la inexistencia de libertades civiles aunque sea en papel- y es tratada en consecuencia: con la cárcel perpetua o la muerte.
Las elecciones de este año a efectuarse en catorce estados de la república están enmarcadas por la elección presidencial pasada, la cual reconfiguró el poder institucional y cerró una etapa de optimismo creada por la alternancia en el año 2000. Este es un hecho capital para comprender el contexto y la postura de los votantes en este año electoral. Las movilizaciones del movimiento #YoSoy132 abrieron un espacio de esperanza para muchos. Lamentablemente para ellos el proceso culminó con el triunfo de su némesis con la consecuente desilusión de miles y miles de jóvenes, que había salido a la calle para expresar su rechazo al dinosaurio pero también para proponer nuevas rutas por las cuales encaminar un proceso de renovación política, económica y social en México.
En la coyuntura actual, el recuerdo de esa derrota –que en muchos sentidos fue una victoria pues acercó a un sector escéptico de la política a la acción y a la protesta pública- está cobrando hoy la factura. El movimiento juvenil ha brillado por su ausencia y en su lugar han aparecido la sátira, el escarnio, el sarcasmo que con gran imaginación –de eso no cabe duda- le ha puesto un tinte irreverente pero sin perspectiva a las campañas electorales. En un ambiente en donde la ley de la selva electoral es moneda corriente, aparecen otros animales para expresar hartazgo y desilusión. El burro Chon en Cd. Juárez, Tina la gallina en Tepic, el CANdidato Titán en Oaxaca y el Candigato Morris en Jalapa han surgido y logrado la atención en medio de procesos electorales salpicados de irregularidades, traiciones políticas y sobre todo ajenos a la realidad de las mayorías.
Y si bien introduce una pátina de humor las propuestas no aparecen por ningún lado, lo que magnifica las campañas negras –como si hiciera falta- que, como la ciencia política ha demostrado, ahuyentan a los votantes de las urnas. Este hecho contribuye a que los partidos con los mayores contingentes de voto duro (no necesariamente fiel y convencido sino comprado y manipulado por generaciones) llevan las de ganar, pues no sólo sobredimensiona la presencia electoral de sus militantes y asociados sino que además los exime de articular un discurso que atienda las demandas de la población. Por otro lado, sus campañas se desenvuelven en el ciberespacio, por lo que no llegan a la mayoría de la población sino sólo a una minoría que consume información publicada en internet. Los miles de likes en la cuenta de Facebook del gato Morris no se han traducido en movilizaciones o protestas públicas y másivas. ¿Acudirán sus fans a las urnas para anular su voto?
Es cierto que el sistema político y económico del país está agotado y que, dadas las circunstancias, resulta imposible asumir que sólo la política institucional puede renovarlo. Pero satirizarlo difícilmente cambiará las cosas. Ante semejante situación resulta fundamental alentar la imaginación para encontrar nuevas formas de participación política, guiadas por principios éticos, por utopías, cerrándole el paso a la depresión y la desilusión que sólo conducen al conformismo, al sarcasmo, a la sátira. Burlarse del sistema sin ton ni son, además de demostrar impotencia, reproduce la especie que recientemente hizo circular la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE): los mexicanos son pobres pero felices. O peor aún, honrar la vieja sentencia popular que afirma: nadie sabe para quien trabaja.
Fuente: http://lavoznet.blogspot.mx/ 2013/06/zoologia-electoral. html
En este sentido, la participación política se ha polarizado: por un lado están los que, por conveniencia o imbecilidad insisten en confiar en las instituciones del liberalismo y, por el otro, los millones que alrededor del mundo asumen la necesidad de inventar nuevas formas de participar en la construcción de un nuevo consenso social. La brecha entre ellos es cada vez más profunda, lo que ha provocado posturas que pretenden colocarse en ella, confundidos y desilusionadas por una realidad que parece ignorarlos.
La sátira política aparece así como una manera de expresar la desilusión y la confusión que provocan los tiempos que vivimos, aunque no se puede olvidar que en regímenes ‘democráticos’ sirve más para entretener que para guiar la acción. Eficiente para señalar errores y conflictos, no lo es tanto para promover soluciones o invitar a la reflexión rebelde y contestataria. Otra cosa muy diferente sucede en sistemas políticos cerrados, como Arabia Saudita, donde la sátira posee tintes subversivos -dada la inexistencia de libertades civiles aunque sea en papel- y es tratada en consecuencia: con la cárcel perpetua o la muerte.
Las elecciones de este año a efectuarse en catorce estados de la república están enmarcadas por la elección presidencial pasada, la cual reconfiguró el poder institucional y cerró una etapa de optimismo creada por la alternancia en el año 2000. Este es un hecho capital para comprender el contexto y la postura de los votantes en este año electoral. Las movilizaciones del movimiento #YoSoy132 abrieron un espacio de esperanza para muchos. Lamentablemente para ellos el proceso culminó con el triunfo de su némesis con la consecuente desilusión de miles y miles de jóvenes, que había salido a la calle para expresar su rechazo al dinosaurio pero también para proponer nuevas rutas por las cuales encaminar un proceso de renovación política, económica y social en México.
En la coyuntura actual, el recuerdo de esa derrota –que en muchos sentidos fue una victoria pues acercó a un sector escéptico de la política a la acción y a la protesta pública- está cobrando hoy la factura. El movimiento juvenil ha brillado por su ausencia y en su lugar han aparecido la sátira, el escarnio, el sarcasmo que con gran imaginación –de eso no cabe duda- le ha puesto un tinte irreverente pero sin perspectiva a las campañas electorales. En un ambiente en donde la ley de la selva electoral es moneda corriente, aparecen otros animales para expresar hartazgo y desilusión. El burro Chon en Cd. Juárez, Tina la gallina en Tepic, el CANdidato Titán en Oaxaca y el Candigato Morris en Jalapa han surgido y logrado la atención en medio de procesos electorales salpicados de irregularidades, traiciones políticas y sobre todo ajenos a la realidad de las mayorías.
Y si bien introduce una pátina de humor las propuestas no aparecen por ningún lado, lo que magnifica las campañas negras –como si hiciera falta- que, como la ciencia política ha demostrado, ahuyentan a los votantes de las urnas. Este hecho contribuye a que los partidos con los mayores contingentes de voto duro (no necesariamente fiel y convencido sino comprado y manipulado por generaciones) llevan las de ganar, pues no sólo sobredimensiona la presencia electoral de sus militantes y asociados sino que además los exime de articular un discurso que atienda las demandas de la población. Por otro lado, sus campañas se desenvuelven en el ciberespacio, por lo que no llegan a la mayoría de la población sino sólo a una minoría que consume información publicada en internet. Los miles de likes en la cuenta de Facebook del gato Morris no se han traducido en movilizaciones o protestas públicas y másivas. ¿Acudirán sus fans a las urnas para anular su voto?
Es cierto que el sistema político y económico del país está agotado y que, dadas las circunstancias, resulta imposible asumir que sólo la política institucional puede renovarlo. Pero satirizarlo difícilmente cambiará las cosas. Ante semejante situación resulta fundamental alentar la imaginación para encontrar nuevas formas de participación política, guiadas por principios éticos, por utopías, cerrándole el paso a la depresión y la desilusión que sólo conducen al conformismo, al sarcasmo, a la sátira. Burlarse del sistema sin ton ni son, además de demostrar impotencia, reproduce la especie que recientemente hizo circular la Organización para la Cooperación y el Desarrollo (OCDE): los mexicanos son pobres pero felices. O peor aún, honrar la vieja sentencia popular que afirma: nadie sabe para quien trabaja.
Fuente: http://lavoznet.blogspot.mx/
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
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