Que el arte imita a la naturaleza es algo de lo que no nos suele caber la menor duda, aunque sólo sea por el arraigo de un tópico recurrente, y de arraigos precisamente hablaremos hoy, aunque en un sentido bastante más literal.
En la medida que una obra artística hace referencia al esclarecimiento o reflexión sobre hechos biológicos podríamos asociarla a lo que se denomina bioarte desde que pioneros como
Eduardo Kac,
George Gessert o
Louis Bec propiciaron su definición.
Sin embargo no es infrecuente un cierto abuso del término. Si una obra de arte está inspirada en productos de la divulgación de la biología puede ser que flirtee con el bioarte sin llegar a serlo, o si imita los recursos expositivos de los museos de Historia Natural. Lo cierto es que una pieza de bioarte tendría que estar viva, o estar realizada con materiales o soportes vivos y no sencillamente servirse de materiales de origen orgánico más o menos evidente (o cualquier tabla -madera extraída de un árbol antaño vivo- pintada al temple -pigmento cuyo medio de aplicación es el huevo, símbolo de la vida y símbolo del alma- pertenecería a su ámbito).
Aparte de las muestras de trabajos artísticos que recurren a la
taxidermia, no deja de ser curioso observar obras artísticas cuyas
piezas son directamente preparaciones de muestras zoológicas en las que
los propios cuerpos de los animales, sus anatomías, constituyen una
forma particular de bioarte (a ello
nos referíamos al respecto de trabajos como los de Iori Tomita, entre otros).
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Louis Bec |
El bioarte es un término que abarca tanto reflexiones
plásticas sobre las formas vivas como piezas artísticas que de un modo
simulado (
Félix Deac,
Patricia Piccinnini) aparentan formas de vida, aunque de forma más exacta las obras de bioarte están vivas de manera virtual (
Louis Bec
y sus simulaciones digitales de organismos) o constituyen auténticos
seres vivos intervenidos genéticamente con fines artísticos, y cuyo
máximo representante es
Edouard Kac.
Los ejemplos que traemos hoy a colación reflexionan sobre las formas vivas de la naturaleza en relación a los entornos artificiales creados por el hombre, asociándose, concretamente, a la arquitectura y el interiorismo
o, más concretamente, a las artes textiles aplicadas al interiorismo: tapices y alfombras.
Para empezar podríamos establecer una asociación que cualquiera puede entender cuando nos referimos a la materia de la que están hechos los seres vivos como tejido vivo, o tejido orgánico, analogía que nos recuerda la disposición imbricada de los elementos que constituyen la materia viva. Las telas y tejidos de confección artificial, sea artesanal o industrial, han servido para vestirnos, abrigarnos y modificar la percepción de nuestra propia animalidad, así como para decorar y dar calidez o distinción social al interior de nuestras edificaciones. La fría dureza de suelos y paredes ha sido amortiguada por la presencia de alfombras y tapices de múltiples calidades y diseños a lo largo de la historia y en nuestras asociaciones léxicas nos hemos referido a ciertos elementos naturales como alfombras o tapices: rocas tapizadas de musgo, alfombras de hierba, cortezas vestidas de líquenes.
Con estas premisas
hemos explicado el sentido otorgado a la estética de ciertos trabajos como los de Alexandra Kehayoglou, y sus alfombras y tapices inspirados en las formas y combinaciones cromáticas de las diferentes especies vegetales que podemos encontrar cubriendo suelos y espacios naturales. Los trabajos textiles de Kehayoglou flirtean con el bioarte sin serlo, pero sin duda apuntan a una reflexión sobre nuestra relación con el mundo natural y tracienden, por tanto, al mero interiorismo, pudiendo asociarse a trabajos de artistas como
Anna Garforth que a menudo constituyen auténticas piezas de genuino bioarte por la utilización de material orgánico vivo.
Las alfombras de Kehayoglou están realizadas con técnicas textiles herederas de la tradición propia de la industria, pero constituyen un recordatorio de nuestro creciente alejamiento del mundo natural intentando compensar la nostalgia de su percepción visual directa. En este sentido van más allá del elemento meramente decorativo, o de un producto más de las artes aplicadas, en tanto que conceptualmente constituyen una peculiar manifestación del arte pictórico, del bajorrelieve o del diorama.
Recientemente hemos descubierto otros trabajos interesantes asociados a la confección textil inspirada en formas vegetales, como los tambores de bordado de
Emma Mattson, quien, mediante
la utilización de fieltro, hilo y la técnica del nudo francés aplica puntadas con configuraciones semejantes a musgo en aros de bordado como soporte de las plantas sin flores que imita. Además de simular el aspecto de la vegetación, a Mattson también le gusta añadir fragmentos de auténtico y falso musgo sobre el que trabaja para trazar una fina línea entre la imitación y la realidad.
Tal vez al contemplar sus obras alguien pueda pensar que se trata de un mero ejercicio técnico de una artesana del bordado, o de más o menos llamativas piezas decorativas o de coleccionismo, pero si buscamos entre su producción nos encontramos interesantes piezas de distinta índole que indagan en cómo percibimos las cosas a través de nuestros sentidos acostumbrados, prevenidos o, en ocasiones, aturdidos por las diferentes artes y técnicas de reproducción.
La apariencia superficial de los objetos resulta a menudo engañosa a través de los distintos medios de difusión de imágenes, y el paradigma fotográfico impregna nuestros recuerdos visuales, sea por la presencia directa de los objetos referenciados o a través de gadgets electrónicos, reproducciones impresas, recreaciones tridimensionales, etcétera.
Son especialmente significativas sus piezas volumétricas, escultóricas, cubiertas de fragmentos fotográficos en forma de collage tridimensional que nos invitan a dotarnos de antenas que perfeccionen nuestra precisa percepción de las cosas y, por tanto, constituyen en esencia una reflexión sobre los límites entre naturaleza y artificio, entre nuestros órganos sensitivos y nuestras capacidades de percepción.
La preponderancia que otorgamos a un mundo construído a base de reconstrucciones de carácter esencialmente visual, o audiovisual, cada vez más alejadas de sus referentes reales, sirve a Mattson para elaborar objetos que reclaman nuestra atención sobre este hecho, y que de alguna manera, mediante su propio artificio, nos recuerdan que el mundo natural tambié se huele, se saborea, se oye y se vive en una inmersión sensorial que nunca es ajena a nuestros límites corporales por más que nos empeñemos en ello.
Desde este punto de vista, sus creaciones textiles de formas vegetales, lejos de buscar un hueco en el mercado de los productos decorativos (algo que sin duda es esencial para el desarrollo de la actividad fabril de Alexandra Kehayoglou) conforman auténticas series artísticas emparentadas con la ilustración científica, la pintura paisajística, el arte ornamental, los dioramas en incluso la escultura, pero, además, no debemos olvidar en plena era digital que los orígenes de las imágenes rasterizadas y los sistemas informáticos se hallan en los telares, en la mecanización de la producción textil pioneros en el uso de códigos aplicados en tarjetas perforadas, tal y como reflexionábamos al comentar las obras de Cayce Zavaglia.
Emma Mattson:
Martin Roth:
Otro interesante descubrimiento, gracias a Christopher Jobson desde COLOSSAL, son las alfombras de hierba de Martin Roth, quien sí se acerca en gran medida al concepto de bioarte en una línea que nos recordaría a Anna Garforth, y que también muestra ciertas inquietudes ecologistas y biológicas en casi todas sus instalaciones.
Estas se basan en un discurso de metáforas visuales contundentes y procesos de trabajo que en sí mismos encierran una narrativa reflexiva. Esta reflexión a la que nos invita reivindica nuestra pertenencia a un ecosistema que alteramos, como en su día la hierba y las gramíneas alteraron y revolucionaron los ecosistemas terrestres compitiendo con los bosques, hasta transformar nuestros territorios primigenios en llanuras y sabanas que forzaron nuestro bipedismo a la vez que alimentaban las crecientes aglomeraciones de ungulados que un día cazaríamos y más tarde pastorearíamos.
Jobson nos lo explica más o menos en los siguientes términos:
Prestando a sus obras las atenciones de un jardín, el artista austríaco con sede en Nueva York Martin Roth cultiva la hierba desde el interior de las fibras de alfombras persas,
constantemente regando sus piezas para garantizar que la hierba crezca exuberante desde dentro del denso tejido. El resultado final de este proyecto, expuesto por primera vez en un castillo de Austria en 2012, siempre será el mismo. Las alfombras se desenmarañarán y la hierba morirá. Este acto fatalista es a la vez poético y político para el artista,
que trabaja con una efímera sensualidad, al tiempo que nos habla acerca de los impulsos de
los países occidentales por llevar sus valores a otros países.La instalación de alfombras más reciente de Roth se encuentra actualmente en exhibición
en el Centro Cultural Coreano en Londres como parte de un espectáculo
titulado Riptide que cuenta con el trabajo de Koo Jeong A y otros
artistas. Durante
las próximas semanas la pieza cambiará gradualmente a medida que la hierba imita inicialmente los patrones que se encuentran en las
alfombras hasta que crece para crear nuevas formas. Hacia el final de la exposición, la hierba prácticamente consume las
alfombras antes de morir en sí, en un ciclo de nacimiento, consumo, y
finalmente la muerte.
Otras muestras de trabajos, procesos de trabajos e instalaciones de Roth remiten a la presencia de seres vivos que interactúan con registros fotográficos o sonoros de otros seres vivos salvajes o en cautividad:
Roth registra fotográficamente su proceso de grabación sonora de voces de animales en cautividad para evocar sonidos de la naturaleza cautivos de algún modo en los altavoces que flanquean a un bonsai para recordarnos el tipo de relación de sometimiento que mantenemos con la naturaleza que supuestamente amamos y homenajeamos hasta la saciedad;
En otras ocasiones nos sorprende con contrastes entre el diseño arquitectónico más aséptico o minimalista propio de una galería de arte donde camuflar una pieza pensada para alojar caracoles vivos:
Con frecuencia sus trabajos sugieren la presencia de plantas o animales como una chocante intrusión en el terreno tomado por el artificio; los espacios arquitectónicos hacen una concesión a su presencia efímera a pesar de que podría ocurrir que en realidad la naturaliza podría también tomarse la revancha e invertir los términos.
A la vista de estos y otros trabajos del austriaco, el registro de su estancia con un rebaño de ovejas adquiere un nuevo sentido que ironiza con la búsqueda de experiencias que nos reconecten con una existencia menos artificiosa, más directamente conectada a la vida natural y a la tierra.
Invadir edificios y salas de exposiciones o espacios alternativos, al fondo de pasillos o escaleras, de aspecto aséptico, con tierra y piedras naturales, o agua y plantas, como hábitat improvisado para pájaros, ranas u otras criaturas son actos que para el artista encierran el mismo mensaje que la hierba que crece en sus alfombras, porque en dicho contexto expositivo, la presencia descontextualizada de los elementos naturales los señala como artificiales y nos alerta sobre el entorno que nos convendría desear exento de manipulación.
Fuentes:
http://martinroth.at
http://www.thisiscolossal.com/2016/10/a-temporary-lawn-planted-amongst-a-patchwork-of-persian-rugs/