Tener madera de naturalista es a menudo consustancial al desarrollo del talento de cualquier artista figurativo y un juego de palabras oportuno para alguien que se expresa mediante la talla.
En el caso de Álvaro de la Vega, preferentemente a través del hacha como herramienta básica, en busca de unas calidades de acabado, preocupado por no perder la frescura expresiva del abocetado.
Aunque la mayor parte de su producción constituye una reflexión sobre la condición humana, y las figuras humanas ocupan la mayor parte de dicha producción, el artista suele recurrir a la mínima expresión de elementos formales u ornamentales en éstas, generalmente desnudas o semidesnudas, evidenciando su particular condición animal arrancada de la propia naturaleza simbolizada por la madera, a menudo tosca y sugerente por sus formas y texturas.
La aproximación de Álvaro de la Vega a los animales constituye un claro ejemplo de antrozoología artística en cuanto que los animales son contemplados en relación al hombre, como parte de su entorno agropecuario o como depositarios de utilitarismo materialista.
No es infrecuente el recurso de ensamblaje de piezas que evidencian la cosificación del animal al tiempo que remarcan la observación de las formas para contrastar las preferencias de la anatomía comparada con las las de la charcutería.
Mafa Alborés
Álvaro de la Vega nace en Paradela (Lugo) en 1954, lugar donde pasará su infancia y que tendrá gran influencia en toda su creación artística. Por motivos familiares, se traslada junto con su familia a Luarca (Asturias) unos años. Regresa a Lugo para finalizar sus estudios de Bachillerato. Es en esta ciudad donde realiza su primera exposición, de la que sólo se conserva un cuadro. Con veintidós años se traslada a Barcelona para cursar estudios de Bellas Artes. En esta etapa inicial, la pintura es su medio habitual de expresión y sus principales fuentes de influencia la fotografía y el cómic, llegando a explorar el graffiti.
Es en 1990, tras instalarse en Corcubión (A Coruña), cuando comienza a explorar el lenguaje escultórico. Para ello toma como punto de partida la figura, tanto humana como animal, “Somos piel sostenida sobre una estructura. Por eso hice un esqueleto como punto de partida”. Es de nuevo en Barcelona donde realiza su primera individual de escultura en la Galería Tom Maddock en 1991. Estas primeras obras de madera se caracterizan por el uso de la pintura como medio para potenciar el valor expresivo.
Durante la década de los 90, su lenguaje escultórico se consolida apareciendo otro tipo de materiales como el hierro, la cerámica o la piedra, materiales vinculados a la naturaleza o a las profesiones tradicionales. “El hierro es un material humilde, cotidiano, en el hierro se funden lo colectivo y lo fugaz, lo individual, lo solitario, lo estricto”. Los finales de los noventa inician una etapa de intensa actividad expositiva, que se extiende a la actualidad, con presencia en importantes galerías e instituciones. Al mismo tiempo inicia la carrera internacional y su obra comienza a formar parte de destacadas colecciones públicas y privadas.
A mediados de la primera década de este nuevo siglo, el artista profundiza en la exploración de la relación de la obra con el espacio. Para ello utiliza los más diversos recursos, desde cables que se fijan a paramentos o a los techos generando tensiones, a cerramientos o soportes que actúan como verdaderas intervenciones en el lugar que ocupan. Esta interrelación entre espacio-obra-espectador continúa siendo en la actualidad uno de los ejes de su discurso artístico, un discurso maduro y depurado que evoluciona guardando fidelidad absoluta a sus principios fundamentales. En propias palabras del artista, “Antes que nada una escultura es una presencia que comunica con un vacío y creo que por ahí debe empezar el espectador”.
(extracto de la web del artista)
http://www.alvarodelavega.es/
http://www.alvarodelavega.es/index.php?option=com_phocagallery&view=category&id=12&Itemid=155&lang=en